5: Zan's club

Baltazar no quería escucharse como un malagradecido.

Y sin embargo...

En primer lugar, le hería un poco en el orgullo el tener que recurrir a alguien más para evitar verse obligado a dormir en una banca en la calle. En segundo lugar, resultó que el motel al que Cael le envió era todo menos reconfortante y cálido.

No podía esperar gran cosa de un pueblo que era bastante común y corriente, a decir verdad. No era Nueva York ni Los Ángeles. Went era... bueno, ni siquiera era la capital de Connecticut, así que eso ya expresaba bastante sobre su nivel de turismo y economía. Así que Baltazar era consciente de que no podía exigir gran cosa, y menos en una posición en la que había aparecido en un pueblo sin un centavo en los bolsillos y viéndose obligado a pedirle dinero prestado a un chico que técnicamente era menor que él.

Aunque... Cael era mayor que él, ¿no? Justo ahora le superaba en edad, pero Baltazar no podía imaginarse un mundo donde él era mayor a su hermano.

No obstante, lo era. Lo había sido desde que cumplió sus dieciocho años y cayó en la cuenta que Cael nunca tendría esa edad.

Baltazar abrió los ojos de hito en hito cuando una revelación tan simple como aquella le cayó como un balde de agua fría en la cabeza.

Se incorporó de golpe sobre la cama cuyo colchón rechinaba bajo su peso. Su corazón se aceleró y sintió un nudo en su garganta. Sus ojos se movieron en busca del calendario en el que había advertido al entrar al cuarto del motel, encontrándolo en una esquina contiguo al reloj antiguo y que no funcionaba.

Recordó la fecha del periódico. Volvió a mirar el calendario para corroborar que no había leído mal.

Jueves, 2 de octubre de 1999.

¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Baltazar se levantó de la cama y, como alguien atrapado por un sueño, caminó hasta ponerse delante del calendario. Parpadeó varias veces y elevó su mano hasta colocarla en las primeras casillas del mes marcadas. Luego, desvió su índice hacia la parte inferior.

El veinticinco de octubre.

El día en el que Cael se había suicidado.

Lo recordaba. Claro que lo recordaba. Era el día que más odiaba del año. El día en el que su madre no salía de la cama. El día en el que su padre se largaba a cualquier cantina en el pueblo con tal de no estar en casa. El día en el que Baltazar fingía que nada importante ocurría porque era su manera de enfrentar la desesperación por su entorno.

Inhaló y exhaló, apoyando su frente contra la pared.

¿Sería que, tal vez, quizá, había regresado en el tiempo con este propósito? Pero si así era, ¿qué clase de propósito retorcido era este?

Si lo que pasaba por su cabeza era cierto, entonces Baltazar había regresado a 1999 para salvar a Cael de la muerte. Para salvarlo del suicidio. Para arreglar lo rota que había quedado su familia tras su muerte.

Para recuperar a su hermano.

Sin embargo, ¿cómo se hacía eso? ¿Cómo se salvaba a alguien que había sido explícito en mostrar que no quería ser salvado? Los ojos de Baltazar picaron y se los frotó con un poco de ira y frustración.

Volvió a la cama con un montón de emociones arremolinadas en su cerebro. No entendía por qué él de todas las personas había sido elegido para esto.

Se suponía que quería dejar todo atrás. Se suponía que por fin iba a superarlo y empezar una vida desde cero donde las cosas por fin irían bien.

Y al mismo tiempo... ¿no era esta la oportunidad por la que todos matarían por tener?

Baltazar se sintió tan abrumado y angustiado que no pudo pegar ojo en casi toda la noche.

Y, cuando por fin logró, un pensamiento sobrevino a su cabeza y se antepuso a cualquier inseguridad o temor:

"Tengo que salvarlo".

Despertó con la luz de sol calando directamente en sus ojos, todo por culpa de la cortina que no se cerraba completamente en la ventana. Los labios de Baltazar se torcieron en una mueca y gimió por lo bajo sin querer levantarse.

Abrió los ojos y miró al techo, sintiéndose desorientado por unos instantes.

En teoría, esta debería ser su primera mañana en Boston. En teoría, ya debió haber pasado su primera noche lejos de casa.

Baltazar se frotó los párpados y frunció las cejas. No estaba en Boston, aunque irónicamente sí se hallaba muy lejos de casa... Tan lejos que sus padres ni siquiera lo reconocerían. Y, a pesar de que él mismo había pretendido huir de ellos, le dolió el corazón pensar al respecto.

Se sobresaltó cuando alguien llamó a la puerta.

—¡¿Ya estás despierto, Shade?!

La voz de Cael al otro lado se escuchaba amortiguada por la puerta, aunque eso no filtró su extraño entusiasmo. Baltazar se sintió incrédulo por unos momentos, porque incluso si había despertado en un sitio desconocido con la firme impresión de que no estaba en Boston, volver a escuchar la voz de su hermano fue el recordatorio que no sabía que necesitaba para corroborar que nada de lo ocurrido ayer había sido un sueño.

Había vuelto a 1999 para salvar a su hermano. Eso era real. Todo era verdad.

Se levantó de la cama tan rápido que se mareó y le costó unos segundos caminar hasta la puerta y abrirla de golpe. Tras el umbral yacía Cael, usando una sudadera negra, unos extraños lentes oscuros y unos jeans desgastados. Tenía una sonrisa que mezclaba la diversión con la malicia.

—¿Acaso pensabas dormir hasta mediodía? —se burló—. No me digas que acabas de despertar... ¡ya pasan de las diez de la mañana!

Baltazar gruñó por lo bajo, frotándose el cuello. Solía ser de las personas que se dormían tarde y despertaban temprano. Sin embargo, el día anterior había sido una montaña rusa de emociones, por lo que era de esperar que su mente hubiese deseado desconectarse por el mayor tiempo posible.

Luego cayó en la cuenta de algo.

—¿No deberías estar en la escuela?

La pregunta tomó desprevenido a Cael.

—¿Acaso eres mi madre? ¿Qué te importa si falto a clases? —Se puso a la defensiva de forma tan automática que incluso Baltazar se sobresaltó por el abrupto cambio de humor. Cael esgrimió una mueca y hundió las manos en los bolsillos de su pantalón—. No es como si yo te preguntara por qué no estás en la preparatoria o universidad o lo que sea...

—Ya, está bien —contestó Baltazar, ofuscado por lo rápido que se ofendió. Le costó bastante contenerse a soltar otro comentario mordaz. Si quería salvar a Cael o lo que fuera, primero tenía que ganarse su confianza. Volverse un amigo para él... y eso sería imposible de conseguir si se volvía alguien detestable. Así que apretó los dientes y agregó—: No pretendía decirlo de esa forma, ¿de acuerdo? Es solo que no quiero causarte más molestias.

Cael puso los ojos en blanco.

—Ya te dije que no me causas molestias —espetó. A pesar de que sus palabras estaban dirigidas a un rastro de amabilidad, se las arregló para hacerlo sonar como una amenaza—. Además, no importa. Siempre falto los viernes.

—¿Que tú qué? —Baltazar lo miró, descolocado—. Eso no está bien... —Se calló cuando advirtió la mirada que le dirigió su Cael. Sí, definitivamente tomar la ruta de "hermano mayor" no era lo más sensato.

—Lo que sea. Hay que darnos prisa porque tengo un trabajo que conseguirte...

Baltazar no supo cómo sentirse al respecto.

Dejó que su hermano liderara la marcha al salir del motel, empezando por el hecho de que no tenía idea de a dónde se estaban dirigiendo. Daba igual realmente, ¿cierto? Cael dijo que le conseguiría un trabajo y eso ya era un buen comienzo.

No entendía por qué Cael se esforzaba tanto por mantenerlo con vida en ese pueblo. Quizá era una coincidencia afortunada que se hubiesen visto en ese callejón y que Cael resultara ser una especie de buen samaritano que no podía ignorar su gran desgracia. O tal vez se sentía identificado de alguna manera con las tragedias constantes en la vida de Baltazar.

Fuera cual fuera el caso, le servía.

Ahora, la pregunta era: ¿y cómo se suponía que Baltazar correspondiera esto? Cael ahora había hecho mucho por él al haberle salvado el pellejo varias veces en menos de cuarenta y ocho horas... Y era irónico. Se suponía que Baltazar estaba aquí para salvarlo, no al revés.

—Amigo, ¿estás bien? Estás muy pálido. No me digas que te da miedo que no estés presentable para conseguir trabajo... —soltó Cael, viéndole con duda mientras caminaban por la acera de las calles hacia un rumbo que solo él conocía—, debes saber que a mi contacto no le importa la presentación. Ya luego tendrás tiempo de verte bien.

Baltazar parpadeó varias veces e ignoró el comentario, demasiado absorto en sus propios pensamientos como para haberle puesto atención.

—¿Alguna vez has pensado en la muerte?

Incluso a él le confundieron las palabras que salieron de su boca a modo de pregunta. ¿De verdad acababa de preguntarle a su hermano suicida si pensaba en la muerte?

Y, como era de esperar, Cael le miró y frunció los ojos.

—Supongo —dijo con un leve toque de humor—, pero todos lo hemos hecho, ¿cierto? Cuando se muere tu perro o tu abuela es el tipo de cosas en las que piensas... Ah, vamos, no me digas que eres de esos que se ponen a reflexionar sobre cosas así.

—Hum, no es malo reflexionar a veces sobre la muerte... Quiero decir, sé que la gente lo considera un tabú, pero debería ser un tema normal como el resto... O sea, es algo difícil de digerir, pero eso no significa que sea malo, ¿sabes? Somos seres humanos y es normal pensar en la muerte y todo eso, ¿no crees?

Cael lo siguió viendo con extrañeza, aunque al final se encogió de hombros y le restó importancia al asunto con un ademán de mano.

—Como sea —se limitó a responder

El resto de la caminata fue en silencio y Baltazar se sintió como un idiota.

Y luego llegaron a un club.

Al levantar la mirada del suelo tras frenar el paso, Baltazar sintió una mala espina en cuanto miró quel sitio. Un letrero gigante e iluminado que gritaba "Zan's Club". Una puerta cerrada y metálica. Un par de jóvenes merodeando alrededor y viendo con cierto destello de intriga hacia el local. Sí, definitivamente lucía como el tipo de lugares que Baltazar jamás había visitado en toda su adolescencia.

Miró a Cael, y se sorprendió al ver que se veía satisfecho y emocionado.

—La dueña del club es prima de un amigo —relató, apoyando sus manos en su cintura y asintiendo con la cabeza, como si el mérito de eso fuera todo suyo—, hablé con ella y aceptó concederte una entrevista como bartender... ¿Eso está bien para ti?

Baltazar pestañeó con fuerza.

—No sé nada de bebidas.

—Ya aprenderás. Además le dije que casi cumples la mayoría de edad, razón por la que acepto probarte para el puesto... No lo arruines, porque mi otra opción era llevarte a un club de strippers.

—¿Eh?

Cael sonrió y señaló hacia el frente. Casi como una señal planificada o lo que fuera, las puertas del club se abrieron de par en par; y de ellas emergió una mujer cuya edad oscilaba entre los cuarenta y cincuenta años. Tenía el cabello pintado de rubio. Usaba una ropa muy colorida y pegada a su cuerpo... Y además, su cabello parecía un enorme algodón de azúcar, como si hubiera sido inflado con helio de algún modo.

Baltazar se puso nervioso y titubeó.

No tenía idea de cómo había llegado hasta ahí.

La mujer clavó sus ojos en los chicos y se cruzó de brazos. Llevaba un cigarro entre los dedos de su mano izquierda y bajó lentamente por los tres escalones que les separaban. Entonces, al plantarse frente a Baltazar, le escudriñó en silencio.

—Ya veo —dijo, calando una bocanada de su cigarro y escupiendo el humo en el rostro de Baltazar, cosa que le irritó en sobremanera y le costó mantener bajo control—, se ve bien... Seguro atrae nueva clientela al club.

—¿Uh? —Baltazar no supo qué otro sonido emitir y arqueó las cejas en notable confusión. Este no era su tipo de ambiente. Sus instintos le gritaban que diera media vuelta y huyera; y sin embargo, no estaba en posición de exigir nada.

Cael palmeó el hombro de Baltazar e hinchó el pecho con orgullo.

—Yo le dije que era un buen candidato —aseveró, como si fuera lo más obvio del mundo.

Y Baltazar no estaba seguro de si debía tomar aquello como un cumplido. Carraspeó con la garganta y bajó los ojos, un tanto intimidado por la vista fija de aquella mujer.

—¿Sabes manejar botellas, chico? —cuestionó ella.

—No exactamente, pero aprendo rápido —dijo Baltazar, recobrando algo más de confianza al rememorar la cantidad de cosas que había aprendido que eran útiles durante las entrevistas. Además, Cael había cobrado un favor para conseguirle ese trabajo, por lo que debía dar su máximo esfuerzo por obtenerlo—, si me contrata, le garantizo que daré lo mejor de mí y aprenderé lo mas pronto posible acerca de todo...

La mujer asintió.

—Es lo mínimo que pido —puntualizó, y luego soltó una carcajada algo áspera—. En realidad, no teníamos otros candidatos para el puesto y el chico que era el bartender anterior renunció porque se lo llevaron a rehabilitación, así que... ¡Felicidades! El empleo es tuyo.

Era raro que ese fuera el primer trabajo que Baltazar tenía formalmente.

Había tenido empleos pequeños antes, pero todos habían sido emprendimientos propios... Nadie le había contratado jamás.

Y le lloraron los ojos ante la idea de que su primera jefa fuera aquella mujer.

—Gracias —murmuró.

—¿Estás llorando por haber obtenido el puesto? —La desconocida parecía asqueada—. Agh, realmente eres raro. De todos modos, mi nombre es Denice... Entra de una vez para que te preparen y puedas empezar a trabajar esta noche.

Baltazar vaciló.

¿Ser instruido sobre su trabajo todo el día y, aparte, trabajar en él durante la noche?

¿Eso era moral y políticamente correcto?

—Ah, está bien... —se obligó a decir, cada vez menos convencido de lo que estaba haciendo o si acaso tenía algún sentido. Sus orejas enrojecieron y carraspeó con la garganta por segunda ocasión—. Será un honor trabajar con usted. Puede llamarme Shade...

—No me importa tu nombre. Vete antes de que me arrepienta. Y tú —Señaló a Cael—, deberías irte, mocoso. Los mocosos que no van a la escuela son gente que acaba dirigiendo un club de mierda como yo, así que mejor ve a recuperar las horas de clase que ya te perdiste hoy.

Cael lució desconcertado y alzó las cejas. Baltazar sonrió un poco; era bueno saber que no era el único confundido con la manera en que Denice se dirigía a ellos.

—De acuerdo —dijo con una sonrisa tensa y algo torcida. Miró a Baltazar y agregó—: ¡Te veré después entonces!

Baltazar asintió sin prestar gran atención a sus palabras.

Era raro estar ahí, con un empleo nuevo, con un nombre diferente... experimentando una vida que no parecía ser suya en lo absoluto.

Sin embargo, no se sintió completamente mal.

Y sentirse así le pareció erróneo.