6: A la guerra

El efecto mariposa era muy raro.

En un momento había tomado un avión y al siguiente estaba en 1999 aprendiendo cómo manejar las bebidas para su trabajo de bartender. Era hilarante y absurdo. Y sin embargo, Baltazar no tenía idea de cómo dar marcha atrás a todo este efecto que había provocado y que seguía empeorando sin cesar.

—... así que eso es todo lo que necesitas saber por ahora, novato. —La voz de Aris, el subgerente encargado de su superficial capacitación, le interrumpió los pensamientos y le hizo caer en la cuenta de que no había prestado atención a lo último que había dicho—. La clave aquí es fingir que sabes lo que haces y, si te piden una bebida extraña que no conozcas, entonces les dices que no te llegaron los ingredientes para hacerla y ya está... Igual la mayoría de los idiotas que vienen a perder su tiempo son adolescentes de tu edad que solo buscan dónde drogarse y manosearse; muchos tienen paladar de pobres y no saben de buenos gustos en alcohol, así que solo gastan en cervezas baratas.

Baltazar no tenía idea de qué hacer con todo ese golpe de información que le había dado Aris. Es decir, el chico era un poco extraño. Era mayor que él por uno o dos años, aunque actuaba como si la vida no le interesara en lo absoluto. O quizá le daba esa impresión por su mirada indiferente y sus párpados caídos, del mismo modo en que lo delataba el cabello desordenado y los botones mal acomodados de su camisa. Había ojeras presionando contra su piel oscura y se veía notablemente aburrido. Además, su ascendencia asiática y su peculiar acento casi disimulado le daban la impresión de que no era nativo del país.

—De acuerdo —murmuró.

—¿Estarás bien con que te dejemos solo esta noche? El club abre hasta las nueve, pero se llena bastante rápido y todo eso, y no es como si la jefa y yo pudiéramos venir a checar cómo vas...

Por unos momentos, Baltazar sopesó la idea de aceptar esa salida y retroceder. No obstante, sería estúpido rechazar un puesto que le ofrecían de buena fe gracias a Cael y que no exigía documentación suya (eso era un tanto preocupante, claro estaba, mas no era asunto suyo). Así que, con todo el autocontrol y disciplina del mundo, esbozó una sonrisa amable y asintió con la cabeza.

—Ya me las arreglaré.

A juzgar por la expresión satisfecha de Aris, parecía que había dado en el clavo al elegir su respuesta.

—Qué trabajador eres. Espero sigas así para cuando acabe la semana... Por cierto, debí decirlo antes, pero ¡está prohibido que tomes de las bebidas! Nuestro anterior bartender lo hacía y por eso lo despedimos.

Baltazar ladeó la cabeza con curiosidad.

—Creí que le habían despedido porque se lo llevaron a rehabilitación.

Aris lo pensó unos instantes.

—Pues se lo llevaron allá porque se emborrachaba con nuestro alcohol —explicó. Se encogió de hombros e hizo un gesto al aire para restarle importancia al asunto—. Pues la cosa es esa: no te emborraches con la mercancía del club ni te drogues en el trabajo y con eso ya habrás superado las expectativas que nos dejó el anterior chico.

—Bien...

—¡Eso es todo! Eres libre de irte o puedes quedarte y seguir practicando un poco más. Solo toma en cuenta que las botellas rotas saldrán de tu bolsillo. Tengo cosas que hacer, así que allá tú lo que decidas.

Sin más que añadir, Aris tarareó una melodía desconocida en voz baja y abandonó el escenario tras la barra donde le había estado enseñando a Baltazar lo básico para atender esta noche como bartender. A decir verdad, Baltazar no había aprendido casi nada; se consideraba un chico listo, sí, pero no tenía una gran motricidad fina y no le servía de nada observar a Aris agitar las botellas como si eso le fuera a transferir la capacidad de imitarlo.

Suspiró en derrota.

Miró a su alrededor. Estar detrás de la barra en un local como ese le sentaba extraño y, al mismo tiempo, levemente emocionante. A sus espaldas yacían montones de botellas de marcas de renombre que incluso alguien como él que no toleraba el alcohol reconocía. El suelo estaba hecho de un material reflejante, lo que le hacía más resbaladizo de lo usual. Asimismo, había un amplio espacio delante de él, con mesas circulares a los costados y un escenario al fondo con bocinas y un gran teclado para dirigir las luces conectadas en las esquinas. Había un segundo piso que acababa en balcones en forma de U, asomándose a través de la primera planta. El techo era alto y de él colgaban aún más luces que justo ahora estaban apagadas; y sin embargo, bastó para Baltazar imaginar cómo se veían encendidas para causarle un tirón en el estómago.

Cerró los ojos, inhalando y exhalando, y luego imaginándose cuál sería la reacción de sus padres al enterarse de que estaba trabajando en un club nocturno como bartender.

Sonrió ante la idea, porque seguramente su padre rodaría los ojos y le diría que era de esperarse que se fuera por malos pasos al irse de casa. Su mamá, por otro lado, quizá sonreiría con nerviosismo y mentiría diciendo que lo apoyaba en su trabajo.

Al abrir los ojos de vuelta, las imágenes difusas de sus padres se desvanecieron.

Acabó yéndose del club una media hora más tarde tras asegurarse de que se había familiarizado con el entorno y que no tropezaría cuando todo se pusiera oscuro, lleno de ruido y luces. No consiguió hallar a Aris para informarle su salida, y acabó esperando que al final no hiciera falta y abandonó el local con un rastro de culpa.

No tenía ningún sitio a dónde ir y ni un centavo en sus bolsillos, así que procedió a matar el tiempo andando por las calles de la ciudad.

Era extraño estar en 1999 de nuevo. Por un lado, conocía de cabo a rabo cada rincón a sus alrededores, puesto que una década no bastaba para hacer todo irreconocible. Además, él había estado ahí. Baltazar había vivido ya en esa época, así que no era como si le resultara imposible adaptarse.

No obstante, también era como volver a mirar una película que admiró en su niñez y darse cuenta de que no era tan colorida y genial como la recordaba. Y darse cuenta de que el protagonista en realidad era bastante aburrido y que quizá tenía depresión. Y darse cuenta de todo eso que ignoró siendo niño porque a esa edad no era fácil comprender lo rápido que giraba el mundo que le rodeaba.

Sí, ahora que revivía ese año con un nivel de consciencia distinto, Baltazar ya no creía que el parque al que se estaba dirigiendo ahora era el más grande que existía o que era irremediablemente genial. Ahora ya reflexionaba sobre las personas que caminaban juntos a él y se preguntaba qué cosa no les dejaba a ellos dormir por la noche. En otras palabras, todo se había vuelto más aburrido.

Se detuvo en ese parque, admirando los árboles que ya estaban perdiendo sus hojas a causa del otoño y observando las bancas descoloridas. Más allá había juegos infantiles, aunque a esta hora estaban abandonados.

Baltazar soltó un bostezo que le hizo llorar los ojos y procedió a dejarse caer en una de esas bancas. Había pocas personas en el parque y cada una de ellas le ignoró.

Se preguntó si el inmenso sueño que le abrumó también se debía a la falta de comida. No era como si pudiese hacer algo para remediar eso; no tenía dinero y tampoco contaba con la presencia de Cael para ayudarle.

Lo mejor que podía hacer era ignorarlo.

—Cariño, ¿estás bien? Te ves muy pálido.

Al abrir los ojos, Baltazar cayó en la cuenta de que se había quedado profundamente dormido. Parpadeó varias veces y se sobresaltó, primero sintiéndose desorientado y luego confundido. Miró a su izquierda, encontrándose con una mujer de aspecto amable que le dedicaba una mirada consternada y dubitativa.

—Yo... —comenzó diciendo Baltazar, frotándose los párpados y arrugando la frente. Al incorporarse sintió un detestable dolor de espalda y apretó los dientes. Sí, en ese momento supo que dormir en el motel no había sido tan malo como dormir en esta banca. Ante la atenta mirada de la desconocida, se vio forzado a añadir—: Estoy bien. Gracias...

—Te ves muy cansado. ¿Quieres una barrita de granola?

Antes de que pudiese contestar, la mujer hurgó dentro de la bolsa que sostenía y le tendió una barrita empacada en un envoltorio plateado. Baltazar se sintió tan descolocado por la súbita muestra de amabilidad que solo supo mirar a la mujer sin entender; a pesar de eso, ella suspiró con un leve rastro de exasperación, le puso la barrita en la mano y la empujó en su dirección.

—Te ves muy mal —reiteró ella—, deberías irte a casa a dormir o algo así. Si sientes que vas a desmayarte, puedo llevarte al hospital.

Baltazar meneó la cabeza en negación, mirando la barra que le había dado.

—Estoy bien —volvió a decir. Esta vez, sonó como un mantra para convencerse—. Gracias por la barrita.

Una sonrisa subió a los labios de la mujer, aunque desapareció rápidamente y gritó:

—¡Richard, bájate de ahí, los árboles no son pasamanos!

Ella se levantó presurosamente y fue a buscar al dichoso Richard, quien Baltazar asumió debía tratarse de su hijo o sobrino; el nombre le resultaba familiar, quizá había sido uno de sus compañeros de clase. Volvió a bostezar y siguió a la mujer con la mirada, pero ella no se la devolvió, demasiado ocupada con un retoño de seis años que se rehusaba a bajar del árbol.

Esto le hizo sonreír un poco.

Volvió a mirar la barrita en su mano y su corazón se ablandó.

Su buen humor decayó cuando el reloj se acercó peligrosamente a las ocho de la noche y tuvo que regresar al club. Aun cuando abrían una hora más tarde, Aris ya le había pedido que viniera antes para prepararse y darle indicaciones extras antes del inicio.

—Esto es un campo de batalla —le dijo el chico—, la jefa es la capitana, yo soy el teniente y tú un soldado cualquiera... Pero igual eres relevante y no podemos dejarte morir. Recuerda que tienes el derecho de negar bebidas en los casos que consideres necesarios, ¿de acuerdo? Y si pasa algo raro, nos lo puedes decir a la jefa o a mí, aunque procura que sea algo de emergencia porque ambos estamos ocupados con otras cosas.

Baltazar asintió con la cabeza, sintiendo que realmente estaba preparándose para la guerra.

Y así comenzó la batalla.

En cuando el reloj marcó las nueve, las puertas del club se abrieron y comenzaron a llegar personas que rondaban su edad. Algunos más jóvenes, otros más grandes. La música ya había empezado a sonar y ahora mismo retumbaba contra los oídos de Baltazar; las luces se encendieron y se preguntó si realmente era posible mantener la concentración sin caer en la demencia.

La primera ola fue la peor.

No tenía un minuto de descanso. Los adolescentes iban y venían y parecía que nunca se acababan. Tuvo que fingir que no podía preparar algunas bebidas y otras estuvo el 99% seguro de que fueron inventadas por él. No estaba haciendo un buen trabajo y lo sabía; y sin embargo, se justificaba a sí mismo con que la capacitación previa había sido desastrosa e inútil.

Sí, definitivamente estaba al borde de un colapso.

¿Lo peor? Solo habían pasado veinte minutos.

—¡Hey, Shade!

La voz sobresalió entre la música y las risas escandalosas. Por unos momentos, Baltazar no reaccionó a ese nombre (no era el suyo, a final de cuentas), y sin embargo, cuando el llamado se repitió se sintió estúpido al comprender que le hablaban a él y levantó la mirada.

Sus ojos se abrieron de par en par y estuvo a punto de soltar las botellas que sostenía cuando su vista se encontró con que Cael estaba ahí, al otro lado de la barra y con los brazos apoyados en la superficie. Sonreía y todavía llevaba puestas sus gafas oscuras.

—Cael... —La reacción inmediata de Baltazar fue empezar a sonreír. No obstante, la sonrisa murió de manera instantánea en sus labios al caer en la cuenta de algo.

¿Qué hacía Cael ahí?