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—Chico malo, ¿cómo te atreves a golpearme? Soy tu jefa, ¿acaso ya no quieres tu salario? —la Hermana Hong miró a Chen Mo con un ligero reproche.

Aunque había un toque de reproche en sus palabras, la forma en que hablaba era tan suave, pegajosa y coqueta que hacía imposible resistirse a su encanto.

Chen Mo se rió.

—Hermana Hong, ¿no acabas de decirlo? Te serviré como yo quiera, siempre y cuando te haga sentir bien. ¿No es eso lo que estoy haciendo ahora mismo?

—Yo tomaré la iniciativa, pero te garantizo que te haré sentir como si estuvieras en el cielo, haré que desees someterte bajo mi dominio —dijo con confianza mientras la Hermana Hong miraba hacia la posición del pequeño Chen Mo.

El pequeño Chen Mo se erguía orgulloso y erecto, majestuoso y lleno de vigor, como un pilar imponente en el mar, listo para agitar su vasto océano en cualquier momento.

La Hermana Hong volvió a bajar la cabeza y dejó escapar un suspiro.