Capitulo 2 - El Beso Que Nunca Fue

A la edad de 13 años experimenté lo que sería mi primer amor: un hombre de 22 años, quien era el profesor de baile de la mejor amiga de mi hermana para su fiesta de 15 años. Tenía el cabello cortado en hongo, un corte muy de moda antes del boom de los coreanos hoy en día. Poseía una personalidad extrovertida y unos dotes para el baile que me resultaban increíblemente atractivos. Con él comprendí que era verdad lo que siempre decían: nos atraen las personalidades opuestas.

Él tenía una facilidad para conversar con cualquier persona que tuviera en frente; hasta a mí lograba sacarme conversación durante varios minutos con temas variados, lo que resultaba un enigma en mi cabeza. Cuando se cansaba de hablar o quería cambiar la dinámica de los ensayos, simplemente me sacaba a bailar, desatando un mundo de sensaciones en mi cuerpo que, hasta ese momento, no comprendía.

Dicen que una mujer sabe, sin importar la edad, cuando un hombre está interesado en ella. Es lo que llamamos el sexto sentido. Yo sentía que él tenía cierto interés por mí, aunque fuera solo atracción física. Mi corazón latía con fuerza cada vez que pegaba su cuerpo al mío, al ritmo de un merengue romántico. Deseaba con cada fibra de mi ser que él fuera mi primer beso.

Una tarde de tantas, mientras me encontraba leyendo en mi casa, sucedió algo inesperado. Él pasó por mi cuadra y se detuvo justo frente a mi casa al verme acostada sobre una base de ladrillos que dividía mi hogar del vecino. Mi cabeza daba hacia la calle y mis pies estaban apoyados contra la pared. Como bien dije antes, mi modo de vestir siempre fue liberal, así que llevaba mis acostumbrados cacheteros con una blusa de tiras gris que tenía una hebilla en la parte del pecho, creando un efecto de escote profundo aunque realmente no lo fuera.

Al verlo, por simple reflejo, bajé un poco el libro que tenía en las manos —en ese momento era uno que aún considero magnífico, llamado "La fuerza de Sheccid", del maravilloso escritor Carlos Cuauhtémoc Sánchez—. Me incorporé un poco, intentando captar mejor su rostro desde el ángulo correcto. La expresión en su cara mientras me miraba contorsionarme, sin moverme de aquel muro, fue todo un poema. Se podía notar claramente cómo se excitaba, cómo su imaginación se disparaba solo con verme. Pero, por alguna razón que yo no comprendía, se contenía.

Sabía que él era casi once años mayor que yo y seguramente le preocupaban las consecuencias que todo esto podría ocasionarle. Pero ¡por Dios!, si ese hombre no me besaba, yo estaba decidida a tomar la iniciativa.

—Hola caballero, ¿qué haces por acá?

—Eh… me encontraba haciendo una vuelta personal y se me dio por pasar por esta cuadra. Realmente no sabía que vivías por aquí.

—¿En serio? —respondí, alzando una ceja, dándole a entender que no le creía del todo, mientras le sonreía coqueta.

—En serio, no te miento. Pero, ¿y eso?, ¿qué haces afuera de tu casa a esta hora, leyendo?

— Me gusta leer. No soy fanática de la televisión, y ya estaba cansada del encierro, así que decidí salir a leer aquí afuera..

—Estás perjudicando a más de un matrimonio en esta cuadra leyendo de esa manera, acostada como estás y vestida así. Realmente no te das cuenta de cuántas sensaciones produces —jamás había sido tan honesto conmigo. No sé si era porque estábamos solos por primera vez que se atrevía a decírmelo, y su sonrisa también tenía un toque coqueto—. Tienes unas piernas hermosas y un cuerpo muy bien formado… no deberías ser tan cruel.

—¿Te parezco cruel? —puede que nunca hubiera besado a nadie, ni tenido amigos hombres, pero si algo me habían enseñado mis lecturas era a ser un poco coqueta, quizás incluso descarada, sin pasarme de la raya.

—La verdad es que sí… Y antes de que se me haga más tarde, es mejor que me vaya —noté que se movía incómodo y disimuladamente se acomodaba la entrepierna, lo cual me hizo sonreír al comprender su intención de huir antes de que la situación se saliera de control.

—Ok, que te vaya bien —me volví a acostar de la misma forma en la que me había encontrado cuando pasó, lo observé por encima de mis ojos y, al ver que aún no se movía, le solté inocente—: ¿No te ibas ya?

Él reaccionó algo abrupto, con un deje de nerviosismo:

—No te muevas.

Lo vi acercarse a mi rostro, desde esa posición inversa en la que yo me encontraba. Se inclinó y acercó su cara a la mía. Mi corazón se aceleró al instante. Comenzó con un beso en la mejilla derecha, muy cerca de mis labios, pero sin llegar a rozarlos. Luego pasó a la mejilla izquierda, repitiendo el mismo beso, mientras me sostenía el rostro con sus manos. Después dejó un beso en mi barbilla, y yo ya sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. Continuó con un beso en la nariz… no entendía qué significaba todo eso, pero para mí —una virgen en todo sentido— esos besos despertaron una sensación desconocida, una emoción que me hacía vibrar por dentro.

Esperaba ansiosa el beso final, ese que tanto había anhelado, el que soñaba desde que me atraparon sus ojos bailando por primera vez. Él mantenía su frente apoyada contra la mía, el contacto era cálido, envolvente. Y cuando levantó su rostro y me miró los labios, creí que había llegado el momento.

Pero no.

Para mi total y absoluta decepción, lo único que hizo fue exhalar una bocanada de aire fresco lentamente sobre mi boca y luego me dio un último beso… en la frente.

Me quedé allí, congelada, completamente frustrada, pensando: “¡WHAT THE FUCK!”. No dije nada. Solo me tapé la cara con ambas manos mientras lo veía alejarse con paso firme. Mi rostro ardía. Lo sabía, debía estar roja como un tomate.