Quiso llamar a su madre, pero desistió al imaginar lo preocupada que se quedaría si la escuchaba en ese estado. Inhaló y exhaló para poder apaciguar su triste corazón que no paraba de dolerle.
Después de unas horas, bajó al jardín y aspiró el aroma de las flores. Una dulce voz le sacó de su confort.
—Hola —murmuró Mikel.
Ella se quedó inmóvil ante la repentina aparición del joven doctor.
—¿Qué hace aquí? ¡Váyase! Me meterá en problemas.
—Tranquila. Solo quiero hablar.
La preocupación invadió a Alexa; miraba hacia un lado y a otro. Si Antón la veía junto a su amigo, seguro se enojaría.
—Pues yo no quiero hablar con usted ni con nadie.
Dicho eso, se encaminó hasta la habitación, puso seguro y ahí se quedó hasta que la noche cayó. Aunque ella trataba de evitar los problemas, estos siempre llegaban.
Por la noche, cuando Antón llegó, la empleada no desaprovechó ni un instante para dar el chisme. Aquello hizo enfurecer a Antón, quien no esperó para reclamarle a Alexa.
Ella acababa de salir de la ducha, llevaba una toalla envuelta en su cuerpo y otra en su cabeza. Cuando la puerta se abrió, el pánico la invadió, pues el hombre ya no solía entrar a la habitación.
Antón caminó hasta ella y gruñó furioso. Jamás le había gustado que las mujeres con las cuales salía se vieran a escondidas con otro. Presionó con fuerza los brazos de la joven y replicó:
—¿Por qué te ves con mi amigo Mikel? ¿Qué tienes con él? —preguntó muy irritado. Su mirada era penetrante y acusadora.
—Yo... no... yo no le dije que viniera; él se apareció solo.
Ante la mirada inocente y sus ojos bailarines, por el temor que le producía Antón, la soltó, para luego fijarse en su cuerpo recién bañado. Unas ganas de besarla invadieron su corazón; tomó impulso y sació las ganas, la besó apasionadamente. Ella se quedó inmóvil; solo sentía su corazón palpitar con gran ímpetu.
Cuando Antón reaccionó, ya era tarde; había pasado unos minutos que la besó con un deseo incontrolable. Cerró sus ojos y salió de la habitación echando un portazo. Su corazón empezó a sentir y eso no estaba en sus planes.
Llegó hasta el escritorio donde votó todo cuanto pudo. Después de descargar su frustración, agarró las llaves del auto y salió.
En cuanto Alexa se quedó parada mientras su esposo salía, llevó su mano izquierda hasta sus labios y se quedó recordando el beso tan suave y delicado que acababa de recibir.
Antón llegó hasta casa de Ana, donde descargó todo el deseo que Alexa le provocó. Al abrir la puerta, la besó bruscamente y la poseyó como un león hambriento.
—Creí que ya no querías verme.
—¿Por qué no querría? Sabes que te quiero.
—Si me quieres, ¿por qué no dejas a esa niña libre y vienes conmigo? Volveré a Madrid en unos días —murmuró Ana mientras recorría con sus manos el suave y hermoso rostro de él.
—No puedo y lo sabes. Y ya deja de nombrarla —gruñó a la vez que se giraba para intentar dormir.
—¿Vas a quedarte? —preguntó Ana al verlo acomodarse.
—Sí. ¿Tienes algún problema? —preguntó fatigado.
—No, ninguno —replicó ella a la vez que lo abrazaba desde atrás—. Antón, ¿diste orden de que ella no coma? —indagó Ana.
—¿Por qué dejaría sin comer a alguien?
—Entonces, ¿por qué Gina le prohibió que se prepare algo? Fue por eso por lo que la llevé a la cafetería.
—Lo solucionaré mañana —murmuró para tratar de conciliar el sueño. Al cerrar los ojos, recordó una y otra vez el momento en que flaqueó y besó a Alexa.
A la mañana siguiente, Antón llegó muy temprano a la hacienda. Caminó hasta la cocina, donde encontró a Gina preparando el desayuno.
—Señor, su desayuno está listo.
—¿Por qué le prohíbes a mi esposa la comida? —preguntó un tanto molesto.
—Señor, lo hice porque ella botó la que tenía en su plato.
Con la respuesta de la empleada, Antón frunció el ceño. La miró fijamente a los ojos para ver si mentía.
—¿Tú la viste?
—Sí, señor. Fue por eso por lo que hice tal cosa.
—Bueno, de ahora en adelante no vuelves a prohibirle nada. En caso de que desperdicie algo, solo me informas. El comer no se le niega a nadie, ni a tu peor enemigo.
Dicho eso, Antón subió hasta su recámara para tomar una ducha. Se detuvo frente a la puerta de Alexa, suspiró y procedió a entrar a su habitación.
Horas más tarde, se fue a su trabajo. En la oficina le esperaba su amigo Mikel.
—Me dices que quieres verme temprano y llegas media hora tarde —murmuró el futuro doctor.
Antón acomoda su maletín, apoya sus codos sobre el escritorio y empieza a reclamar.
—¿Qué es lo que quieres con mi esposa? —gruñe molesto.
—¿Qué? ¡Explícate! No entiendo tu pregunta.
—¿Por qué fuiste a ver a mi esposa ayer? ¿Acaso te gusta? —preguntó sin titubeos.
—Antón, ¿te estás escuchando? Soy tu amigo, bro, casi tu hermano. ¿Por qué me metería con tu esposa?
—Será porque sabes que solo es una venganza.
—Me conoces. Sabes que jamás me metería con alguien que haya tenido algo contigo, aunque sea tu esposa por venganza. Solo quise brindarle mi amistad —replicó el doctor con mucha sinceridad.
—Ah, o sea que mi gran amigo, casi mi hermano, quiere hacer amistades con mi enemigo.
—Antón, no sé cómo hacerte entender que esa muchacha no tiene la culpa de nada.
—Sí la tiene —gruñó enfadado a la vez que lanzaba la copa contra la pared—. Es la hija de ese maldito hombre y, como tal, debe sufrir.
—Hermano, solo date cuenta. No solo sufre ella; también estás sufriendo tú. Eres infeliz, no has podido enamorarte de alguien por haber llenado tu corazón de odio.
Antón se quedó mirando el vino que rodaba por la pared. Así sentía su corazón sangrar dentro de él. Quiso dejarse caer, pero se sostuvo con fuerza, cerró sus ojos y habló de espaldas a su amigo.
—Vete. No quiero tus sermones ni consejos. Hice un juramento y no voy a descansar hasta cumplirlo. No quiero que vuelvas a merodear mi casa cuando no estoy.
—Terminarás lastimándola y lastimándote. Este reclamo lo tomo como un anticipo de los sentimientos que empiezan a desencadenarse en ti.
Dicho eso, el doctor salió de la oficina de su amigo.
Antón apretó sus puños y golpeó con fuerza el mueble. No podía enamorarse de Alexa, no quería; se lo prohibía a sí mismo. Pero, sin embargo, sentía celos de que alguien más la llamara, de que sus amigos la miraran y la tocasen. No sabía cuándo había despertado esos sentimientos, pero estaban rebasando sus límites. Él jamás había sentido celos ni ese sentimiento dentro de su pecho.
—Bianka, compra un boleto para dos personas a las Islas Galápagos.
—Como usted ordene, señor.
Por la tarde llegaría su amiga de Barcelona, con quien haría ese viaje fuera de su hogar. Trataría de expulsar esos sentimientos que estaban surgiendo en brazos de su ex.
Mikel llegó a su casa y se sentó en la sala con mucha preocupación; en realidad, le preocupaba su amigo. Pronto, su padre se acercó.
—¿Qué te sucede, hijo?
—A mí, nada. Es Antón.
—¿Qué pasa con Antón?
—¿Sabías que ya se casó con la hija de Axel Ruiz? Antón se está vengando de esa pobre muchacha por lo que sucedió años atrás.
El hombre de 53 años tragó grueso y se paró de inmediato. Hablar de ese accidente le ponía mal, muy mal.
—¿Y qué piensa hacer? ¿Cómo va a cobrar su venganza? —preguntó muy preocupado el padre de Mikel.
—Quieren que ella dé a luz a una niña con los mismos ojos verdes y, una vez que eso suceda, la echará de la hacienda, arrebatándole a su hija.
—No debemos meternos en sus asuntos. Debes prometerme que te mantendrás alejado de todo esto.
—Padre, ¿cómo me puedes pedir eso? Estamos hablando de una joven de 18 años que fue obligada a casarse y le obligarán a tener un hijo para luego arrebatárselo. Y tú me pides que me mantenga al margen. Pues no lo haré; seguiré insistiendo a Antón para que cambie de opinión.
El teniente Ortiz llevó su mano a la cabeza y la rodó por su nuca. Recordó que él guardó el verdadero expediente donde decía que Katy murió por un impacto de bala y no por el accidente de moto. Lo que quería decir que quien la mató fue su propio padre.
Fue por eso por lo que el hombre se volvió loco y entró en estado depresivo y de desespero. No pudo con la culpa al saber que con sus propias manos mató a su pequeña Katy. Se encerró en la bebida; por las noches tenía constantes pesadillas. La culpa lo orilló a volverse loco y terminó encerrado en un manicomio.