Capítulo 10

Por la tarde, cuando Antón pasó por su casa a recoger la maleta, se llevó una gran sorpresa: su madre había vuelto y lo encontró saliendo de casa con una maleta.

—¿Dónde vas?

—Me voy de viaje, asuntos de negocios.

—Ya cumpliste con tu promesa. Han pasado dos semanas, en las cuales debiste intimar.

—Madre, te dije que no hablaría de eso contigo.

—Si te vas de viaje, te vas a ir con ella.

—No, no me voy con ella. Me iré con Cleo; me está esperando en el aeropuerto.

—No voy a permitir que cometas ese error. Debes ir con Alexa y punto —gruñó la mujer, enfadada.

Antón se dejó caer sobre el asiento con gran decepción, agachó la cabeza entre sus piernas mientras sus manos rodaban por su cabeza hasta la nuca. Si estaba huyendo, era porque no quería estar cerca de ella, y ahora su madre la quería enviar con él de viaje.

—Llámale a Cleo y dile que no vas a ir. Que se regrese a Barcelona porque tampoco puede quedarse en casa. Estoy tratando de alejar a Ana y ahora a Cleo.

La respuesta de la anciana perturbó a Antón. Alzó su cabeza para mirar a su mamá, que sostenía el teléfono frente a él.

—¿Tienes algo que ver con que Ana regrese a Madrid?

—Sí. Hablé con su padre; es por eso por lo que le exigió que vuelva.

—Mientras existan mujeres a tu alrededor, jamás te acostarás con Alexa. Ya me informó Gina que duermen en habitaciones separadas. Si me fui, fue porque quería darte tu espacio y me encuentro con esto.

Antón se levantó y no agarró el móvil. Se sentía deprimido porque su madre le estaba orillando a estar con Alexa. No sabía qué hacer; esa mujer le estaba empezando a gustar sin haberla tocado. No quería imaginarse qué sucedería una vez que la hiciera suya.

Alzó la copa de vino tinto y la absorbió de un sorbo. Procedió a sacar otra, pero su madre lo detuvo.

—¿Quieres terminar como tu padre? ¿Qué esperas para llamarle a Cleo y decirle que no vas a ir?

—Madre, por favor, déjame respirar. Me siento muy presionado.

—No me importa. Quiero a mi nieta lo más pronto posible y desechar a la hija del maldito hombre que asesinó a nuestra Katy —replicó la mujer con enojo.

Antón agarró el móvil y llamó a su amiga Cleo. Era una de sus examigas con derecho, porque Antón nunca había tenido una novia oficial; todas habían sido sin compromiso alguno.

—Tengo una hora esperando para que me digas que no vas a venir. Antón, he viajado desde tan lejos para verte y me sales con esto.

—Lo siento. Será en otra ocasión.

—¡Vete al diablo! —gruñó a la vez que apretaba el móvil y cortaba la llamada.

—Ahora tendrás tu luna de miel en las Galápagos junto a la hija de Axel Ruiz.

—Me estás entregando a los brazos de nuestra enemiga. No te quejes después —gruñó Antón a la vez que subía hasta la habitación. Su madre hizo caso omiso, puesto que tampoco entendió a qué se refería su hijo.

Abrió la puerta y encontró a la joven en el balcón. Por unos segundos contempló su espaldar y suspiró profundo. Luego puso su cara de ogro y habló fuerte y firme.

—Prepara una maleta; iremos a las Galápagos.

Alexa se volteó tan pronto como escuchó la voz y rápidamente respondió.

—No iré tan lejos contigo. Si me vas a matar, que sea cerca, donde mi madre me pueda recoger.

Antón forzó una sonrisa y luego replicó unas cuantas palabras.

—He dicho que arregles una maleta porque tenemos nuestra luna de miel. Y quizás sí te mate, pero de placer.

Ella sonrió de medio lado y salió de la habitación. Mantuvo la sonrisa al imaginar a la joven entre sus brazos.

Alexa no estaba dispuesta a ir tan lejos con ese hombre; no le importaba que se enojara. Si lo que deseaba era abusar de ella, bien podía hacerlo en esa hacienda; de todas maneras, nadie la ayudaría. Estaba perdida en sus pensamientos cuando la voz de la mujer le trajo de vuelta.

—¿Qué, no te dijo mi hijo que prepares las maletas?

—¿Señora, usted aquí?

—Es mi casa; puedo ir y venir cuando me dé la gana —ladró enojada Carlota—. Pensaste que ibas a continuar durmiendo sin mi hijo. ¿Qué no se te olvide por qué estás aquí?

La mujer la ponía más nerviosa que su hijo. En realidad, esa señora sí le aterraba. Caminó con el nudo en la garganta, tratando de apaciguar las lágrimas que brotaban desde sus pupilas.

Carlota no salió de la habitación hasta que Alexa ordenara su ropa.

—Tienes puros harapos viejos. ¿Por qué no le has dicho a mi hijo que te compre?

—No me gusta pedir las cosas.

—Echarás todo eso a la basura. Te irás con lo que cargas puesto. En las Galápagos compran ropa —replicó la madre de Antón.

Después de un rato, Alexa bajó con los brazos colgando. Antón suspiró al verla bajar.

—¿Y tú maleta?

—No tiene ropa; debes comprarle.

—Está bien, vamos.

Al salir, Carlota lanzó amenazas que se clavaron en el corazón de Alexa.

—Es tu última oportunidad. Y la última oportunidad de que el malnacido de tu padre siga respirando.

Ella retuvo las lágrimas; ya no quería mostrarse débil delante de ellos. Su corazón estaba recobrando fuerza. Se estaba volviendo una persona que podía controlar sus emociones.

Antón llevaba la mirada fija en el paisaje que iba quedando atrás de ellos. Pensaba en si estaría bien lo que su madre estaba haciendo: obligarlo a intimar con una joven que apenas cumplía 18 años. Para el país entero, ella aún era adolescente.

Ella contempló el perfil del hombre; era tan apuesto. A sus 22 años, se veía un hombre maduro. Parecía que tenía más de lo que constaba en los papeles. Las pestañas rizadas y sus cejas bien enmarcadas le hacían ver muy guapo. Cualquier mujer que le viera quedaría encantada con su rostro, aunque su personalidad apestaba por malvarse con ella y querer cobrar una venganza sobre algo en la que ella ni siquiera fue partícipe.

Una vez que llegaron al aeropuerto, Antón recorrió con su mirada para ver si Cleo no se encontraba en el lugar. Había pasado solo una hora; la mujer quizás no hubiera salido del aeropuerto.

—No tengo pasaporte —replicó Alexa al ver a su esposo sacar el suyo.

—No importa; viajaremos dentro del país —respondió él.

—¿Es mayor de edad? —preguntó el hombre de la ventanilla.

—¿Por qué lo pregunta? —gruñó Antón, molesto.

—Muchas adolescentes han escapado de sus casas con sus enamorados. Solo nos cercioramos de que no está huyendo.

Antón arqueó su ceja y sonrió con desagrado. Regresó a ver a la joven y le tomó de la mano. Él agarre hizo hincapié en el corazón de Alexa; los latidos empezaron a resonar con gran fuerza.

—¿Me creería si le dijera que nosotros no estamos huyendo? Al contrario, estamos siendo obligados.

El hombre tras la ventanilla sonrió con ingenuidad, mientras pensaba en lo chistosito que era Antón.

—No lo cree, ¿verdad? —hizo una pausa y luego continuó—. Es mi esposa. Esta vez lo dijo con mucho enojo. Jamás le habían puesto tantos peros para viajar junto a una mujer.

—Está bien, siga —murmuró una vez que vio los papeles de quién era el hombre que estaba frente a su ventanilla.

Era la primera vez que Alexa viajaba en avión; ella jamás había viajado en algo que volara, más que solo en su imaginación.

Apretó con fuerza la mano de Antón que estaba sobre la manilla del asiento. Él le miró directo a los ojos, donde se perdió en esos ojos esmeralda que le hicieron aletear el estómago.

—Son hermosos —susurró mientras lamía sus labios.

Ella también se perdió en la mirada del joven más apuesto que había visto en su vida. Miró hasta el fondo del ojo color miel de Antón, y cuando reaccionó, ya estaban respirando el mismo aire que expulsaban.

Ambos se alejaron y soltaron sus manos, quedando sus corazones al borde de explotar.

Antón se levantó para ir hasta el baño, pero la azafata lo detuvo.

—Joven, no puede levantarse aún. Póngase el cinturón de seguridad.

Él suspiró y se dejó caer sobre el asiento. Deseaba alejarse de Alexa, pero todos se habían puesto de acuerdo para retenerlo junto a ella. Una vez que abrochó el cinturón, cerró los ojos y se recostó en el espaldar del asiento.

Después de media hora, ella perdió su mirada en el inmenso mar. Suspira profundo al sentir el aroma de Antón adentrarse en sus pulmones. Por el reflejo del vidrio pudo ver que mantenía los ojos cerrados. Siguió contemplando el perfecto rostro de su esposo.

—Joven, ya puede ocupar el baño.

—Ya no quiero —murmuró con los ojos cerrados. Le había costado tanto apaciguar a su loco corazón y no estaba dispuesto a abrir los ojos porque temía perderse en la mirada de ella.

Una vez que llegaron, la turbulencia en el archipiélago estaba fuerte. Él sonrió al imaginar lo asustada que estaba Alexa. No se atrevió a abrir los ojos porque, si lo hacía, no podría evitar las ganas de besarla.

—¿Vamos a caer? —preguntó ella con mucho miedo.

—Relájate; estamos descendiendo.

Esas palabras apaciguaron sus miedos y cerró los ojos al igual que Antón. Estuvo así hasta que el avión dejó de moverse, y cuando los abrió, encontró a su esposo mirándola detenidamente.

Rápidamente desvió la mirada a otra parte, se paró y empezó a bajar. Ella se quedó luchando con el cinturón, puesto que no sabía cómo zafar la seguridad.

—Señorita, ¿me podría ayudar?

Después de eso, Antón le hizo señas desde abajo para que baje pronto; para él era desesperante tener que esperar.

Al bajar, Alexa se quedó boquiabierta con el paisaje que tenía el archipiélago. Jamás, pero de los jamás, imaginó que viajaría a las Islas a tan corta edad.

—¿Por qué demoraste tanto? No me gusta esperar —gruñó, acalorado.

—No podía soltar...

—Olvídalo, no quiero saberlo —resopló molesto. Estaba construyendo la pared que evitaría esos movimientos locos dentro de su pecho.

—Pues lo preguntaste, ¿no? —replicó ella, también enojada. Estos últimos días le había perdido el miedo a ese hombre.

—Mucho cuidado con cómo me hablas —gruñó al momento que la detenía del brazo.

Ella bajó su mirada para evitar la de él. Odiaba tener que quedarse callada; quería decirle muchas cosas y golpearle en su hombría, terminar asesinándolo y tirarlo al mar.

Perdía en sus pensamientos estaba cuando sintió el estirón en su mano. Él la llevaba a toda prisa, como si estuviera escapando de algo o de alguien.