Capítulo 13

En media hora estuvo lista; llevaba un vestido blanco transparente que dejaba a la vista el traje de baño que llevaba dentro. Antón la esperaba en la sala.

Al verla, su corazón latió con fuerza. Carraspeó su garganta para apaciguar el sentimiento loco que se estaba desatando en su corazón. “¿Qué mierda me pasa?” —gruñó para sí mismo—. Vamos —bufó, tratando de sonar indiferente.

Salieron en el auto; Alexa solo se dedicó a observar la belleza natural que rodeaba el archipiélago. En cuanto a Antón, no pudo detener esos latidos que resonaban con fuerza dentro de él.

“Una vez que me acueste con ella, pasará” —se repitió en la mente para tratar de subir su ánimo.

No paró de mirarla, cómo sonreía y la alegría que se reflejaba en su pequeño e inocente rostro. Nunca le había visto sonreír; aquellos ojos esmeraldas no habían parado de llorar desde el día que la conoció.

Mientras ella disfrutaba de las tortugas gigantes, su esposo la contemplaba con gran encanto. Pronto sintió el abrazo de una mujer por su espalda.

—Antón, amor.

—¿Cleo? Creí que te habías marchado.

—No, decidí quedarme. Ya que estoy aquí, voy a disfrutar de este hermoso paisaje.

Ella se acercó a él seductoramente; no solo quería disfrutar de las islas, también quería reconquistar a su ex.

—¿Y tu esposa? —preguntó mientras le rodeaba el cuello.

Alexa sintió un hoyo en su pecho; no pudo dejar de mirar la escena de aquella pareja que se encontraba a unos metros de distancia. ¡Qué tonta! —se reprochó por creer que él dejaría de lado sus aventuras, y se daría una oportunidad de verdad con ella.

Su sorpresa fue grande al ver a Antón soltarse del agarre de la mujer y caminar hacia ella.

Sintió como si un soplo de vida invadió su cuerpo; se quedó con el corazón detenido, mirándole caminar hacia ella. Pudo respirar una vez que la tomó de la mano.

—¿Quieres ir a otra isla? —preguntó muy cerca de su oído.

El corazón de Alexa empezó a latir con más fuerza de lo habitual; bajó su mirada hacia la mano del hombre que la sostenía y luego miró a la mujer que le miraba con odio y unas ganas de asesinarla. Luego regresó a ver a su esposo, que aún mantenía la mirada firme en ella.

—Sí —respondió, inhalando una gran cantidad de aire.

Luego de eso, salieron de aquella isla, dejando a Cleo llena de frustración. Pudo ver en los ojos de Antón el gran amor que le tenía a su esposa. La rechazó por segunda vez; no podía aceptar que su Antón se hubiera enamorado en los dos meses que no se veían, si la última vez que se frecuentaron, él dijo claramente que no tenía sentimientos por nadie, y que no esperara nada de él. Y ahora resultaba estar casado. Se paseaba con la esposa, y mostraba mucho respeto por ella.

La noche cayó y regresaron a la villa. El nerviosismo en Alexa crecía cada segundo que pasaba. Se adentraron a la ducha, cada uno en diferentes habitaciones y, una vez que estuvieron listos, Antón la llevó al lugar donde había preparado algo especial para ella.

Por la parte trasera de la villa había un camino lleno de pétalos. Caminaron tomados de la mano por unos cuantos metros, hasta que llegaron al lugar donde se amarían por primera vez.

—Es hermoso, gracias —susurró ella mientras contemplaba la cama sobre la arena, rodeada con una delgada tela blanca y dentro un corazón con pétalos de rosas. Las velas que alumbraban alrededor de la cama eran como lo que ella siempre había soñado.

—No más hermoso que tú —murmuró Antón a la vez que la llevaba hasta él. Posó su frente con la de ella y cerró los ojos, a la vez que rozaba su nariz con la de ella y absorbía el aire que expulsaban los pulmones de Alexa.

“Me gustas” —Lo dijo en su mente con gran sinceridad. Seguido, unió sus labios con los de ella y se besaron con mucha delicadeza. Alexa le dio entrada para que la lengua de Antón se introdujera en su boca. Llevó sus manos hasta la espalda de su esposo y se dejó llevar por la pasión desbordante que le producía ese hombre.

Ambos deseaban decir lo que sentían, pero solo lo dijeron para ellos mismos. Lentamente, Antón fue soltando la bata blanca que cubría el cuerpo de ella. Una vez que desnudó su cuerpo, empezó a recorrerlo con sus labios. Tanto ella como él se acariciaban con mucha suavidad.

Una vez que se acomodó y sintió la humedad que yacía en la parte inferior de ella, se afirmó con gran ímpetu y escuchó el quejido que soltó su esposa. La besó suavemente mientras entrelazaba sus manos con las de ella.

—Me gustas —esta vez lo dijo suspirando al oído de ella.

Antón no pudo detener las palabras; había olvidado por completo la promesa que le había hecho a su madre. Todo el odio y rencor que sentía años atrás se había esfumado.

Volvió a afirmarse con mucha suavidad mientras ella recorría con sus delgadas manos sobre la espalda de él. Deseaba a ese hombre como jamás había deseado a nadie; disfrutó del momento porque se estaba entregando a alguien que verdaderamente le atraía.

Después de varios intentos fallidos, al fin logró traspasar la delgada tela de la virginidad de su esposa. Ella apretó las manos de su amado y gimió del fuerte dolor que sintió al desgarro.

Antón no paró de acariciarla y besarla hasta que se regó dentro de ella. Era la única mujer con la que había terminado dentro y sintió la satisfacción más grande que puede tener un hombre al terminar dentro.

Se quedó unos minutos sobre ella, haciendo leves movimientos; no quería desprenderse de ella. Aún con sus manos entrelazadas a las de ella, bajó su boca hasta el firme seno de su esposa y lo lamió con delicadeza. Ella se movió bajo de él mientras sentía su rostro encenderse del deseo que provocó esa lamida.

Antón volvió a encenderse y empezó a moverse sobre ella. En esta vez fue más rudo y se atrevió a hacer con ella cosas que a ninguna otra mujer le hizo.

Alexa se quedó sin aliento mientras sentía la lengua de su esposo jugar con su clítoris. Era su primera vez; jamás había hecho tales cosas, pero sinceramente le agradaba.

Alcanzó su orgasmo con el débil movimiento de la lengua de su esposo; luego sintió cómo subía acariciando su plano abdomen y se prendía de sus firmes y redondos senos. Lo ajustó desde la espalda hacia ella y sintió la penetración sin dolor alguno.

Lo que vino después fue una noche entera de sexo.

Por la madrugada se durmieron abrazados como si fuesen una pareja común y corriente.

El primero en despertar fue él; abrió los ojos y suspiró hondo al encontrar a su esposa recostada sobre su pecho. Sacó su brazo y la dejó que continuara durmiendo. Mientras se vestía, contemplaba la delgada espalda de ella; su piel brillaba a la luz del sol.

Fijó su mirada en la mancha de sangre que estaba sobre la cobija blanca que envolvía las piernas de su amada.

Luego de vestirse, se acercó al acantilado y observó el inmenso mar. Aún sentía las caricias de ella sobre su cuerpo; recordó esa noche de pasión y sonreía como un loco enamorado.

Minutos después apareció Alexa y se paró justo a su lado, esbozando un suspiro.

—Podemos irnos.

—Quedémonos un día más —respondió él sin mirarla.

—Como quieras —respondió ella a la vez que se giraba para marcharse.

Pero el agarre de su esposo la detuvo; la apegó a él y la besó. Ella correspondió a ese beso, dejando que sus lenguas se intercambiasen de boca. Terminaron el beso agitado.

—¿Por qué me besas? —preguntó ella a milímetros de distancia.

—Porque eres mi esposa —respondió a la vez que continuaba besándola. La llevó hasta la cama y la volvió a hacer suya, acarició el cuello de ella mientras sostenía las manos entrelazadas a las suyas.

Las embestidas eran más salvajes; se sentó y la afirmó sobre él. Con sus gruesas y suaves manos recorría la espalda de su amada a la misma vez que lamía uno de sus senos. Una vez que terminaron, regresaron a la mansión tomados de la mano. Se bañaron juntos y, bajo la cálida agua de la ducha, volvieron a hacer el amor.

Por la tarde salieron al centro comercial, almorzaron y luego pasaron por varias tiendas.

—Escoge lo que quieras —resopló con sus ojos brillosos.

—No es necesario —respondió ella al bajar la mirada; sentía como si le estuviera pagando por los servicios de anoche.

—Embolsa toda la mercadería —replicó al empleado que le estaba atendiendo.

—Oye, no necesito tanta ropa de playa —respondió ella a la vez que lo seguía.

—Un momento —dijo él cuando le entraba una llamada.

—Hola, mamá.

—Antón, ¿lo lograste?

El silencio perduró en él mientras miraba a la joven hermosa delante de él.

—Hablamos cuando vuelva —resopló a la vez que colgaba.

Comentar esas cosas con su madre le daba vergüenza; sin embargo, a ella le parecía de lo más normal. Suspiró mientras acariciaba el rostro de su esposa. No había dudas; se había enamorado y parecía un tonto babeando por ella.

—¿Qué quería? ¿Saber si lo hicimos? ¿Contarás nuestra intimidad a toda tu familia y amigos? —preguntó con una lagrimita rodando de sus ojos.

—No soy ese tipo de hombre. No me conoces, niña —gruñó al momento que afirmaba su nariz en la de ella.

—¿Qué va a pasar cuando volvamos? ¿Seguirás siendo malvado conmigo?

Él sonrió ante la pregunta de ella, suspiró y respondió.

—Depende. Si te portas bien como anoche, todo cambiará —sonrió a la vez que la besaba con mucha pasión.

Ella lo rodeó con sus brazos y lo apretó; su primer amor. Jamás imaginó que terminaría enamorada del hombre que destruyó la celebración de su cumpleaños.

Por la noche, los cuerpos se amaban bajo las sábanas. La gran espalda de Antón se veía en la poca claridad que entraba desde el jardín.

—Te quiero, Antón —susurraba Alexa al oído de su esposo.

—Yo a ti, mi niña hermosa.

Siguieron amándose hasta la madrugada. Una vez que amaneció, salieron rumbo a la capital. Hacían una pareja perfecta; todos los miraban por las demostraciones de amor que se hacían.

Al llegar a la mansión, Antón soltó la mano de Alexa, adoptó su posición fría, y ella sintió su corazón romperse en mil pedazos.