Capítulo 14

Antón sintió su corazón apachurrarse al soltar la mano de su esposa, pero si su madre le veía tomados de la mano, sospecharía que él se había enamorado, y eso solo desataría que la mujer explotara y sufriera más.

—¿Qué bueno que ya volviste, mi niño? —resopló Carlota a la vez que lo abrazaba y clavaba su mirada en Alexa.

Ella bajó la mirada, puesto que tenía un nudo en su garganta. Se reprochó a sí misma por haber sido una ilusa y creer que Antón seguiría siendo el mismo que fue en el archipiélago. Llegó a imaginar que entrarían agarrados de la mano, que se enfrentaría a su madre y le gritaría en la cara que se había enamorado de ella.

—¿Tú no piensas saludar? —gruñó Carlota con mucho desprecio.

—Buenas tardes, señora.

—Ve a tu habitación; tú y yo hablaremos después.

Alexa alzó la mirada y miró a su esposo, que estaba tras su madre. Él bajó la mirada y suspiró con mucho sentimiento. Ella tragó grueso y se encaminó a la habitación, donde ahogó su grito en la almohada.

“¿Qué tonta? Cómo pude creer que decía la verdad”

Un segundo después, la puerta se abrió. Alexa secó sus lágrimas y se levantó de la cama.

—¿Te entregaste a mi hijo?

—Esas cosas no se cuentan, señora —respondió Alexa, mirándole fijamente.

—No te estoy pidiendo detalles; te estoy preguntando si lo hiciste o no. ¿Acaso es tan difícil decir "sí" o "no"?

—Sí, sí lo hicimos, y no solo una vez ni dos veces; lo hicimos dos noches seguidas ¿Quiere algún otro detalle? —respondió Alexa, sin titubear.

—¿Quién te crees para responderme de esa manera? —ladró Carlota—. ¿Dices que lo hiciste? Bien... lo corroboraré con un examen de virginidad.

—Le estoy diciendo que lo hicimos. ¿Por qué quiere hacerme pasar esa vergüenza?

—Porque no te creo; solo con ese examen puedo estar segura de que no mientes. Saldremos en una hora.

—Señora, por favor, no me haga esto —Alexa tomó la mano de Carlota para suplicarle.

—¡Suéltame! ¿Cómo te atreves a tocarme? —gruñó a la vez que se soltaba del agarre y le clavaba una cachetada con mirada asesina.

Luego de eso, la mujer bajó a esperar a la joven en la sala. Antón se encontraba en el despacho cuando la puerta se abrió con brusquedad. Vio a su amada con sus ojitos empapados de lágrimas.

—¿Por qué lloras? —preguntó a la vez que se paraba.

—¿Por qué lloro? ¿Todavía lo preguntas? ¡Por qué un idiota como tú me engañó! Me dijo que todo cambiaría al volver; ahora tu madre quiere llevarme a hacer un examen de virginidad para comprobar si lo hicimos.

Antón tragó grueso mientras se acercaba a ella y la abrazaba.

—Tranquila, hablaremos esta noche. Ahora ve a tu habitación; hablaré con ella, diciéndole que tal vez desista.

—¿Me prometes que no pasaré por algo así?

—Te prometo, mi niña hermosa. Mi madre no puede saber que te quiero. Esta noche aclararé las dudas que recorren por tu cabecita.

Dicho eso, le dio un beso en los labios y apaciguó el sabor amargo que tenía Alexa en su pecho.

Después de eso, subió a la habitación más tranquila; las dudas sobre si Antón había mentido se habían esfumado. Lo sintió sincero al momento que le habló y la abrazó con ternura.

—Mamá, ¿dónde estás?

—Aquí estoy, hijo.

—¿Podemos hablar?

—Dime.

—No lleves a Alexa a hacer ese examen.

—¿Te fue a pedir ayuda?

—No. Yo lo escuché. Si quieres corroborar que lo hicimos, pues sí, estuve con ella en la playa; hice algo especial para ella.

—¿Qué hiciste? ¿Antón, estás flaqueando?

—No, madre. Solo lo hice porque, si voy a engendrar a mi hija, quería que fuera especial.

—Mucho cuidado con enamorarte —Antón endureció la mandíbula—. Mírame a los ojos, Antón. ¿Te gustó?

—Madre, soy hombre; cualquier mujer me puede gustar.

—No cualquiera. Esa mocosa que está allá arriba no puede gustarte ni puedes desearle. ¿Entendiste?

—Sí, entiendo; no tienes que repetírmelo —reprochó a la vez que se marchaba.

Al menos con eso, Antón logró evitar que su madre llevara a su esposa al doctor, pero dejó la duda en Carlota, que no era una mujer tonta.

Se concentró en su despacho mientras pensaba cómo hacer para que su madre no descubriera los sentimientos que habían despertado en Alexa. Tampoco podía ocultarlo por tanto tiempo. Llevó sus manos al rostro y se frotó los ojos al no encontrar una salida.

Por la noche se recostó en la cama y abrazó a Alexa. Acarició su cabello y le tomó de la barbilla para besarla con suavidad.

—Amor, no podré demostrarte mis sentimientos durante todo el día. Pero por las noches te daré todo lo que no podré en el día —sonrió y restregó su nariz con la de ella.

—¿Siempre será así? —preguntó ella con mucha tristeza.

—No sabría hasta cuándo, pero esperemos que cuando nazca nuestra hija, ella cambie de opinión y acepte nuestro amor.

—Está bien —respondió ella mientras buscaba la boca de su amado para prenderse de esos labios gruesos y suaves.

Después de eso, se besaron y se amaron; al oído se decían cuánto se anhelaban. Los besos eran como si quisieran comerse. Sus manos entrelazadas sobre la cabeza de ella, él hundiéndose sobre el delgado cuerpo de su esposa, hicieron el amor por varias horas.

Antón la abrazó desde atrás y no pudo sentir la necesidad de protegerla. Se preguntaba cómo lo iba a hacer; besaba el suave cabello y aspiraba el aroma a rosas que manaba de su cabello.

Al día siguiente, salió muy temprano para la oficina, sin antes besarla con un beso que le durara hasta la tarde.

—No me llames; Gina tiene órdenes de escuchar tus conversaciones y grabarlas.

—¿Qué? ¿Pero tú se las diste?

—No. Fue mi madre. Compraré un móvil para ti hoy.

Todo lo que hablaban lo hacían en susurros por si la chismosa de Gina estuviera tras la puerta escuchando. Una vez que la puerta se abrió, ahí estaba Gina, haciendo como que limpiaba el pasillo. Antón forzó una sonrisa y se encaminó hasta el comedor.

—Buenos días, señor Antón.

Antón hizo de oídos sordos y continuó su camino; desayunó y se marchó a la oficina.

Gina entró a la habitación y miró con desprecio a Alexa, luego dirigió su mirada hacia la cama, que estaba con las cobijas todas desordenadas.

—¿Lo disfrutas? —preguntó con mucha envidia.

—No hablaré de eso contigo —replicó Alexa mientras se introducía al baño.

—No te ilusiones ni te encariñes —replicó la empleada—. Cuando le des la hija que quiere, tus noches con el joven Antón terminarán. Ya no podrás disfrutar de esos brazos y ese cuerpo tan sexy —lo dijo mordiendo su labio.

Alexa entró al baño para no seguir escuchando a esa mujer que le caía tan mal.

En la plata baja, Carlota recibió al padre de Mikel. La mujer se sorprendió con la visita del teniente Ortiz.

—¿Qué lo trae por aquí, teniente?

—Sé por mi hijo que está cobrando una venganza con la hija de Axel Ruiz. ¿Es eso cierto, Carlota?

—Tiene un hijo muy chismoso, teniente.

—Carlota, usted más que nadie sabe...

—¡Silencio! —le interrumpió la mujer al levantarse y cerrar la puerta del despacho.

Luego regresó a su asiento y lanzó una mirada de enojo al hombre castaño frente a ella.

—Esto a usted no le incumbe —gruñó la mujer, fastidiada de que se metieran en sus asuntos.

—Carlota, no puede sanar el dolor dañando a otros.

—¿Quién dijo que la estoy lastimando? Debe agradecer que la saqué de ese pulguero donde vivía con su madre. Ahora vive en una hacienda; me dará la nieta que heredará toda esta fortuna. ¿Dónde le estoy lastimando?

—Le cohibió sus sueños, de estar con sus padres. Seguro ella tenía metas para alcanzar. ¿Cree usted que ella quiere tener un hijo a una corta edad?

—Por favor, teniente. Hay jóvenes en este país que tienen hijos desde los 14 años. No le veo nada de malo que Alexa tenga uno a los 18.

—Si para usted es normal todo eso, ¿por qué cuando Katy se embarazó a los 17 no aceptó al bebé? Fue por eso por lo que ella huyó.

Las palabras del teniente le dieron en el clavo a Carlota; la mujer enrojeció y, segundos después, le pidió que se marchara.

—No se meta en los asuntos que no le competen; ahora le pido que se marche.

—Piénselo bien, Carlota. Usted sabe perfectamente que Axel Ruiz no mató a Katy.

—¡Lárguese! —gruñó a la vez que se paró a abrirle la puerta.

—Su venganza es absurda —replicó el teniente al marcharse.

Después de eso, la mujer se impacientó. Cierto era que su esposo disparó el arma que mató a su hija; eso solo lo sabían ellos tres. Pero Axel la orilló a escapar con él; odiaba a ese hombre porque puso sus ojos en su hija y la embarazó a tan corta edad. Muchas veces quiso obligar a Alexa a tener una hija a los 17, pero sabía que, si lo hacía, el teniente no lo permitiría y la llevaría a prisión. Fue por eso por lo que esperó a que Alexa cumpliera 18 para emprender su plan.