—¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi habitación? —preguntó Alexa al ver a una mujer muy hermosa parada en la puerta.
—¿Tu habitación? —sonrió con desprecio—. Hasta donde recuerdo, esta es la habitación de Antón y justo en esa cama hicimos el amor varias veces.
Luna lanzó veneno en sus palabras; Alexa pudo leer las intenciones de la mujer. Aquella reflejaba maldad en sus ojos, pero nada le haría dudar de su amado. Todo lo que sucedió en el pasado dejaría de importarle.
—La cena está servida —resopló Gina con odio hacia Alexa—. El joven Antón quiere que bajes al comedor.
—Gracias —respondió Alexa sin despegar su mirada de aquella mujer.
—Eres muy hermosa, pero no te atrevas a poner tus ojos en lo que me pertenece —las amenazas de Luna se lanzaron con la intención de dejarle claro a Alexa que Antón era suyo.
Sin ánimos de discutir, Alexa suspiró y señaló la puerta.
—Me vestiré; ¿podría retirarse?
—Quién te crees para echarme. No eres más que un objeto sexual para Antón. La hija del infeliz que asesinó a su hermana. Escucha bien, pueblerina de mierda, solo está aquí para darle la hija que Carola exige, la cual se arrancará de tus brazos apenas pegue su primer grito de vida.
—Bien, ¿algo más que quiera recordarme?
Luna enfureció al ver a Alexa tan tranquila; se llenaba de celos al imaginarla en brazos de Antón y que él terminara enamorándose de la joven.
—Bien, si quiere quedarse en la habitación, quédese —replicó a la vez que se metía al baño.
La indiferencia que Alexa le mostró le hizo enfurecer; ella subió con todas las intenciones de aplastar y pisotear a la joven, recordándole que no era nadie en la vida de Antón.
Se estrelló al ver la actitud de desinterés por parte de Alexa. Salió dando un portazo y caminó hasta la habitación de Carlota para, junto a ella, bajar al comedor.
Cuando la mesa estuvo lista, Antón pasó al comedor y se llevó una gran sorpresa al encontrar a Luna allí.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con inquietud.
—Tienes semanas sin llamarme, por eso decidí visitarte.
La mujer se levantó y caminó elegantemente hacia él, le rodeó con sus brazos desde el cuello y le plantó un beso. Beso que Alexa vio y sintió un hoyo en su estómago; tuvo que sostenerse de la pared para no perder el equilibrio.
Carlota sonreía con dicha al ver a la joven pálida mientras observaba el beso de Antón y Luna. La mujer quiso agregarle más leña al fuego y carraspeó su garganta para hablar.
—Ya paren con sus demostraciones de amor. Guarden eso para el día de su boda... ¡o para esta noche!
Lo dijo algo fuerte para que Alexa escuchara; no solo escuchó, sino que eso golpeó su corazón y le hizo un nudo en la garganta.
—Disculpa, suegrita, por mi atrevimiento —resopló Luna a la vez que rodeaba con un brazo la cintura de Antón.
—No te preocupes, querida —murmuró Carlota mirando hacia donde estaba Alexa. Cuando la vio a punto de marcharse, la llamó—. No te quedes ahí, Alexa. Acércate.
Antón tragó grueso, ya que un nudo se coló en su garganta. Lentamente se fue girando para ver a su amada esposa con los ojos llenos de lágrimas. Por un instante sintió el impulso de correr y sostenerla, pero el apretón de la mujer a su lado le detuvo.
—Antón, amor, ven, sentémonos.
Él se quedó mirando a su amada con el corazón apachurrado, bajó la mirada y siguió a Luna.
Alexa esperaba que él no siguiera a la mujer; deseó con todo el corazón que corriera a sus brazos. Reprimió las lágrimas que amenazaban por salir y luego se dio la vuelta, dispuesta a regresar a su habitación.
—¿Dónde vas? Te he dicho que te acerques —replicó Carlota, apretando la mandíbula.
—No tengo hambre —respondió ella de espaldas, secando las lágrimas que habían caído de sus pupilas.
—He dicho que te sientes —gritó Carlota, parándose y golpeando la mesa.
Debajo de la mesa, Antón apretó sus puños con fuerza y estuvo por pararse cuando la vio caminar hacia la mesa. Luna sonreía ante la manera en que Carlota trataba a Alexa; luego miró a Antón y su sonrisa se esfumó al verlo con los ojos iluminados y apretando sus puños, como si lo que estaba viendo y escuchando le doliera a él también. Rodó su mirada hasta donde se sentó Alexa y luego miró a Antón; ambos se miraban como si se amaran.
—Sirve la cena, Gina —pidió la mujer mayor.
Una vez que Gina sirvió la cena, empezaron a degustar la comida. Alexa no pudo probar un bocado; dentro de su pecho se sentía morir. Deseaba poder lanzarle el plato a Antón en la cara por ser un mujeriego y haber traído a una de sus amantes a casa, y peor aún, le había hecho bajar para que ella lo viera.
Él, por su parte, deseaba agarrar la mano de su amada y enfrentar a su madre, pero recordó lo que su mamá sufrió cuando Katy murió y desistió de esa idea.
—¿Por qué no comes? —preguntó Carlota.
Alexa mantenía la mirada clavada en el plato; no sentía ánimos de probar la comida. Recordaba la última vez que comió de las manos de Gina y ese plato estaba salado. Con decadencia, llevó la primera cucharada a su boca; una vez que la probó, sintió alivio.
—Ya han hablado de boda —preguntó Carlota, queriendo agregar más sufrimiento para Alexa. La mujer había notado los ojos brillosos de la joven cuando veía a Antón y, para comprobarlo, tenía que ponerle una mujer al lado de su hijo.
—Aún no, suegrita, pero una vez que esto acabe lo hablaremos. ¿Verdad, amor? —preguntó agarrando la mano de Antón y llevándola sobre la mesa.
Desdichada se sintió al ver cómo él se soltó de su agarre; tanto Carlota como Luna se miraron intrigadas. Alexa, por su parte, no vio esa escena ya que bajó la mirada a la vez que la mujer le agarró la mano a su esposo.
—¿Cómo está papá? —preguntó Antón para cambiar el tema que le estaba pareciendo abrumador—. ¿Ha tenido alguna mejoría?
—No. Sigue igual —respondió Luna.
—Han pasado 12 años; creo que es tiempo de cambiarlo de centro.
La respuesta de Antón dejó perplejas a las dos mujeres.
—No veo por qué cambiarlo. Está en el mejor centro de manicomios —respondió Carlota.
—Así es, amor. Nuestro centro es el mejor —habló Luna con altivez.
—Si es el mejor, entonces explica: ¿por qué mi padre no ha mejorado en 12 años?
Alexa aún mantenía la mirada clavada; no le importaba en absoluto la conversación que estaban teniendo las tres personas. Antón suspiró al verla y no poder abrazarla y susurrarle al oído cuánto la anhelaba.
—Antón, me ofendes.
—Lo siento si te ofendes; es lo que pienso. Mi padre lleva 12 años encerrado y no hay mejoría. Al contrario, ha empeorado.
—No seas grosero y maleducado con tu futura esposa —rugió Carlota.
—Somos los mejores —respondió la joven—. No hay otro que se compare con nuestro centro. Considero que, si tu padre no ha mejorado, es porque no mejorará nunca.
—No vuelvas a decir eso —gruñó Antón, golpeando la mesa. Alexa saltó del susto y él se perdió en esa mirada temerosa que tenía su esposa—. Todos tenemos una competencia. Si dices que el centro de tu padre es el mejor, debe haber otro siguiéndole los talones. Y mañana mismo me encargaré de que hagan el traslado.
—No lo permitiré. Tu padre está bien en ese centro. Soy su esposa y la única que toma decisiones en eso.
—Te equivocas, madre. Yo también puedo. Recuerda que ya tengo 23 años y ya no soy un niño. —Se dirigió a Luna y habló—. Alista todos los papeles; pasaré por mi padre en la tarde —replicó antes de echarle un vistazo a su esposa y salir del comedor—. Estaré en el despacho.
—Antón, no me dejes hablando sola —gruñó Carlota, mirando con odio a Alexa, porque desde que volvieron de ese viaje, su hijo se estaba atreviendo a desobedecer sus órdenes—. ¿¡Qué esperas para lárgate!? —le dijo con una mirada asesina.
Alexa agradeció que la echaran del comedor; no soportaba más estar al lado de esa señora. Salió del comedor; lo que más deseaba era desaparecer del frente de esas dos mujeres. Subió rumbo a su habitación, ya que no había otro lugar aparte del jardín donde pudiera ir. Una vez que entró a la habitación, alguien la tomó del brazo y tapó su boca.
—Tranquila, amor —susurró Antón al oído.
—Suéltame —pidió ella.
—¿Estás enojada? —preguntó a la vez que rozaba su nariz con la de ella.
—¿Por dónde subiste? Te vi ir hacia el despacho.
—Salí por la alberca, caminé por el jardín y subí por las gradas que traen a la puerta del pasillo —respondió Antón mientras suspiraba, recibiendo el aire de Alexa.
—Creí que esa puerta del pasillo era una habitación.
—Mi pequeña, tienes que recorrer más la hacienda.
Seguido intentó besarla, pero ella le rechazó. Antón clavó sus labios en el cuello de Alexa y le hizo erizar toda su piel.
—Sí, estoy enojada.
—¿Por qué? —preguntó él a la vez que continuaba besando el cuello de su amada.
—Te acabas de besar con una mujer delante de mí y todavía preguntas ¿por qué?
—Chiquita, yo no sabía. Si lo hubiera sabido, jamás te hubiera hecho bajar —respondió él, suspirando profundo—. Además, yo no la besé; fue ella. Yo solo deseo besarte a ti.
Dicho eso, Antón llevó a su esposa a la cama, desnudaron sus cuerpos y se demostraron todo el amor que se tenían. En la planta baja, las dos mujeres mantenían una conversación para encontrar una solución.
—Antón no puede sacar a su padre de ese lugar. Debes hacer algo para que se quede.
—Señora, ¿cómo vamos a impedirlo? Si Antón descubre que su padre toma una medicina para perder la memoria por completo, nunca nos perdonará.
—Cállate —gruñó Carlota.
—Lo siento, señora; es que esto me pone nerviosa.
—Ya encontraré la manera de retrasar el traslado. Desde hoy no le das la medicina —sugirió Carlota a la joven.
Luego de aquella charla, Carlota despidió a Luna, ya que Antón no apareció en el despacho como dijo que estaría. Luego de eso, subió a la recámara e intentó golpear la puerta, deteniéndose cuando escuchó los gemidos de su hijo dentro de la habitación.
—¡Maldición! —gruñó rabiosa al imaginar que su hijo se estaba obsesionando al sexo entre él y Alexa. No iba a permitir eso jamás. Si los obligó a casarse, fue porque solo así tendría Antón más derecho sobre ella y podrían obligarla a tener la niña que tanto deseaban, pero jamás pensó que su hijo se engancharía de esa forma.