A la mañana siguiente, la pareja despertó abrazados con unas sábanas que cubrían sus cuerpos desnudos. La poca claridad que se coló sobre la rendija en la unión de las cortinas pegó sobre el rostro de Antón.
Lentamente abrió los ojos y suspiró al ver a su amada sobre el pecho; contempló la suave piel del rostro de ella. Estaba por besarla cuando tocaron la puerta. Se levantó cubriendo su cuerpo con una bata negra y suspiró al ver a su madre frente a él. Carlota empujó la puerta entrecerrada con el brazo de su hijo. Se llenó de frustración al no poder ver más allá de la puerta.
—¿Qué quieres, madre?
—Prepara una maleta. Viajarás a Italia hoy.
Antón miró hacia la cama; su esposa acababa de despertar y se encaminó hasta el baño.
—¿Por qué tengo que ir a Italia?
—Negocios. Te espero en el despacho.
Con mucha decepción, Antón cerró la puerta y se encaminó hasta la ducha. Abrazó a su esposa desde atrás y suspiró con decadencia al pensar sobre el viaje a Italia. Su madre nunca permitiría que Alexa le acompañe; dejarla sola le deprimía.
Mientras arreglaba su corbata, ella se paró enfrente de él; con sus ojos brillando, le pidió un favor que esperaba su esposo no se negara.
—No sé nada de mi madre. ¿Podrías llevarle a visitarla?
Antón cerró los ojos a la vez que suspiraba profundo; esquivó la mirada a cualquier otra parte donde no estuviera el hermoso rostro de Alexa.
—Mi madre no lo permitirá.
—¿Y tú? Se supone que soy tu esposa, no la de ella.
—Olvidas por qué nos casamos —le dijo mientras sostenía su brazo, algo molesto al recordar ese pasado.
—Creí que habías olvidado... —las palabras se quebraron y no pudieron soltarse.
—Veré qué puedo hacer, pero no podré llevarte hasta allá.
Antón se encaminó hasta la puerta; suspiró profundo mientras se detenía en ella. Se giró con el corazón acelerado, la abrazó desde atrás y le palmeó un beso cerca de su oído.
—Enviaré a alguien hasta tu casa. Te amo.
Después de eso, salió de la habitación y ella se quedó de brazos cruzados, con sus ojos cerrados y su piel erizada, y el razonamiento dentro de su corazón acelerado.
—¿Puedes explicarme de cuándo acá yo me encargo de los negocios extranjeros?
—Desde hoy —respondió Carlota, levantándose del asiento—. Necesitas estar lejos de todo eso que te está sucediendo.
—Mamá, yo...
—Cállate, ni lo menciones. Yo sé que estás confundido. Este viaje te va a hacer meditar y ver las cosas como son en realidad. Tú lo que estás es encantado, nada más —comentó Carlota, haciéndole ver a su hijo que estaba equivocado en los sentimientos.
—Madre, no creo que...
—Lo es —se adelantó ella—. Ve a ese viaje; tú no puedes fallarme. Tú no, Antón. Lo prometiste.
La mujer acarició el rostro de su hijo con los ojos iluminados; él sintió su corazón estrujarse ante el llanto de su madre.
—Está bien, me marcharé, pero antes quiero encargarme de que mi padre vaya a otro centro.
—No es necesario; yo me encargaré. Anoche medité y llegué a la conclusión de que tienes razón. En el centro de Luna no le están dando la atención que se merece un Montalvo.
El poder que Carlota tenía de convicción sobre Antón era enorme; a base de sus sentimientos lo manejaba y dominaba a su antojo. Desde que era un niño, se encargó de manejarlo sobre las propias cuerdas que ella creó.
Antón volvió a la habitación; tragó grueso al ver a Alexa en el balcón tratando de llamar a su madre. Al escuchar cerrarse la puerta, se dio la vuelta para encontrarse con su esposo sentado al borde de la cama.
—¿Por qué volviste tan rápido?
—Me voy a Italia por un mes.
—¿Qué? Iré contigo, ¿verdad? —preguntó ella mientras se inclinaba para quedar frente a él.
—No.
—Pero ¿por qué? No puedes dejarme con tu madre sola; ella... ella me odia.
—Y razones tiene. Lo sabes, ¿verdad?
—Pues, no lo considero así. Yo no hice nada; ni siquiera lo sabía.
—Mi madre no quiere que vayas; descubrió mis sentimientos y cree que estoy confundido.
—¿Y tú? ¿También piensas eso? —indagó Alexa, haciendo que le mirara a los ojos.
Él se levantó y no supo responder nada; caminó hasta el vestidor, donde empezó a arreglar su maleta.
—Respóndeme —gruñó Alexa mientras lo jalaba del brazo.
—No lo sé; estoy confundido —gritó a la vez que afirmaba sus codos sobre el grande mesón que estaba en el centro del vestidor. Agachó su cabeza y la rodeó con sus brazos.
—Acabas de decirme que me amas; ahora dices que no lo sabes. Eres un débil; te dejas influenciar por tu madre. Sabes que me amas y ni yéndote a Italia me olvidarás.
Dicho eso, Alexa se encerró en el baño, donde lloró y ahogó su grito en la garganta. No sabía de dónde había encontrado fuerzas para decirle eso a Antón. Sentía miedo de lo que podía pasar con ella en la ausencia de Antón. Unos minutos después, escuchó la puerta cerrarse; supuso que ya se había marchado y lloró con mucha fuerza.
Tomó valor, limpió las lágrimas y lo alcanzó al bajar las gradas; le abrazó desde atrás mientras sollozaba y tragaba las lágrimas que se estancaban en sus labios.
—No me dejes, por favor —pidió al momento que usaba su último recurso para detenerlo.
Antón sintió su corazón romperse en mil pedazos; reprimió sus sentimientos y se liberó del agarre de ella. Bajo el pie de las gradas estaba Carlota mirándole. Se debatió entre su amada y su madre; sin pensarlo dos veces, eligió a su madre. Siguió sin mirar atrás y posteriormente salió de igual forma.
De camino al aeropuerto sollozaba en silencio; no quería dar a notar sus sentimientos al chófer que le llevaba. Pero Damm sabía perfectamente lo que su jefe estaba sintiendo; le observó antes de entrar al auto y notó los ojos iluminados que tenía.
—Señor, ¿necesita que haga algo?
—No, Damm —respondió con la voz quebrada—. Solo encárgate de averiguar qué pasó con su madre y me mantienes informado de lo que ocurra con ella.
Carlota sonrió y caminó hasta donde estaba Alexa. La joven se dejó caer sobre el frío piso flotante y lloró amargamente.
—¿Creíste que con esa carita hermosa ibas a poder manejarlo? Te faltan dos dedos de frente para manejar a mi hijo —murmuró Carlota a la vez que la tomaba del brazo y la obligaba a pararse.
Con el rostro empapado de lágrimas, Alexa miró a la malvada mujer que sonreía con satisfacción.
—Pagarás por intentar seducir a mi hijo, malnacida.
Arrastrándola, la llevó hasta la habitación, donde la ultrajó y la lanzó a la ducha con agua fría.
—Nunca volverás a ver a Antón —resopló Carlota a la vez que salía de la habitación dando un portazo.
Media hora después, salió de la ducha envuelta con una bata blanca; se dejó caer sobre la cama y recordó la forma en que Antón se marchó sin mirar atrás. Sintió que la vida se le iba junto a él; su dulce corazón no paraba de sentir nostalgia. Se había acostumbrado tanto a él que su partida la dejó en agonía.
Los días siguientes para Alexa fueron tristes. Carlota la puso de sirvienta, recargó los trabajos en ella y se acostaba a altas horas de la noche. Antón no le escribió ni le llamó; por las noches lloró con desconsuelo al no tener contacto con él. La única que podía darle ánimos era su madre, pero tampoco sabía nada de ella.
Un día después de que Antón se marchara, Damm fue hasta casa de Raquel y no encontró a la mujer; supieron decirle que estaba en prisión. Quien se encargaba de Axel era una vecina que les apreciaba mucho.
Damm fue hasta la prisión, pero una vez que pisó esa cárcel, Carlota apareció y le obligó a callar lo que sabía. Por eso nunca llegaron respuestas a Alexa sobre lo que le había pedido a su esposo.
Un mes pasó desde el día que Antón se marchó y, desde entonces, no se había preocupado por escribirle a Alexa. Noches enteras pasó recordándolo y esperando un mensaje de él.
—Levántate; hoy asistiremos al hospital.
—¿Para qué?
—Eres tonta. ¿o qué? Haremos la prueba de embarazo.
Dicho eso, salió de la habitación para que Alexa pudiera vestirse; ya había pasado un mes y debería estar embarazada, necesitaba confirmarlo.
—¿Qué haces aquí?
—Solo venía a ver cómo estaba la señora Alexa. El señor Antón me dijo que esté pendiente de ella.
—Espera, no le hayas dado información. Mírame, Damm. ¿Le diste información a mi hijo de lo que ha sucedido aquí?
—No, señora —el hombre bajó la mirada—. He estado evitando las llamadas y el contacto con él, como usted me lo pidió.
—Bien, así me gusta. No te atrevas a desobedecer porque te pondré de patitas en la calle.
—Estoy lista —se escuchó desde las gradas; la joven llevaba un vestido largo color lila.
Sus hermosos ojos estaban irritados. Damm sintió apachurrado su corazón al ver las ojeras que rodeaban los bellos ojos de Alexa. Imaginó que había llorado todo el mes; aun estando sin maquillaje, su belleza resaltaba sobre sus ojeras.
—¿Qué esperas para encender el auto? —Carlota estaba desesperada por querer saber si Alexa ya estaba embarazada.
De camino al hospital, la joven se perdió en los paisajes alejados de las llanuras. En una hora llegaron, donde les esperaba el doctor de la familia.
—Bienvenida, señora Carlota.
—Gracias, Andriu.
En el mismo hospital se encontraba Mikel, quien apenas vio a las dos mujeres no dudó en acercarse.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Carlota, mirándole fijamente al hombre que no despegaba la mirada de Alexa.
—Aquí estoy realizando mis pasantías —respondió Mikel mientras sonreía.
—Pasemos —replicó Andriu, señalando su escritorio.
Mikel también entró, puesto que quería saber a qué había ido Carlota con Alexa.
—Haremos un...
—Espera —gruñó Carlota al ver a Mikel dentro—. Que se marche.
Andriu miró con sorpresa a la mujer, puesto que él no entendía por qué quería sacar a su alumno del consultorio.
—No puedo sacarlo; es mi alumno. ¿Hay algún problema con eso, señora Carlota?
—Sí. No quiero que esté aquí.
Andriu suspiró y, con el movimiento de su cabeza, le pidió a Mikel que saliera del consultorio. Él asintió; de todas formas, su profesor le informaría después.