Capítulo 18

—Bien, Alexa, recuéstate en la camilla —pidió amablemente Andriu.

Pasó de un lado a otro el monitor fetal Doppler; al no sentir y no escuchar algún mínimo latido de un corazón, frunció el ceño.

—Haremos una prueba de embarazo.

—¿Por qué? El ultrasonido no basta para descubrir si hay un bebé dentro.

—Sí, pero no escucho nada. Lo mejor es hacer una prueba de sangre.

Después de eso, se dirigieron al laboratorio, donde Andriu le dio la orden a Mikel de que tome las pruebas de sangre. En la sala de espera, Alexa estaba pensativa y serena, mientras Carlota caminaba de un lugar a otro.

—Espero no seas estéril, porque si es así, la vida de tu padre llegará a su fin y posteriormente la de tu madre.

Ante las amenazas de Carlota, Alexa suspiró al recordar a su mamá. Ya hacía un mes y medio que no sabía nada de ella. Una vez que los exámenes estuvieron listos, el doctor la llamó al consultorio; suspiró al leer los resultados y clavó su mirada en Alexa y luego en Carlota. Esta última se impacientó ante la mirada del doctor.

—¿Qué me dices, Andriu? ¿Está embarazada? —preguntó la mujer forzando una sonrisa.

—No está embarazada.

La mujer miró con enojo a la joven.

—¿Estás tomando pastillas, Alexa? —preguntó el doctor, mirándole fijamente.

Ella bajó la mirada para no encontrarse con la de Carlota; en cuanto a la pregunta del doctor, no respondió nada.

—Responde —gruñó Carlota.

La mujer habló apretando los dientes; controló las ganas que tenía de golpear a la joven porque ese silencio la hacía enfurecer aún más. Al no obtener respuesta de ella, el médico continuó su charla.

—Bueno, si no se está cuidando, la otra posibilidad es que no pueda tener hijos. Para eso, debemos hacer un chequeo más a fondo. Prepararé una cita para la próxima semana.

Una vez que salieron del hospital, se encaminaron hasta la hacienda. Ya dentro de la habitación, Carlota ultrajó a Alexa y, a punta de manotazos, quiso sacarle la verdad.

—Habla, malnacida. Responde. ¿Te estás cuidando? ¿Dónde están las pastillas que tomas?

Revolvió todos los cajones y las cosas de Alexa; en cuanto a ella, solo se dedicó a llorar sobre el borde de la cama. Una vez que terminó de lanzar todo al suelo, la mujer volvió a ultrajarla, hasta que al fin Alexa decidió hablar.

—Está bien, te diré lo que pasó.

Dicho eso, la mujer le dejó de manotear, arregló los mechones que se habían salido de su moño y procedió a escuchar lo que la joven tenía que decir.

—Mamá, me inyectó antes de salir de casa.

Eso bastó para que Carlota quisiera asesinarla; con fuerzas, la levantó y la volvió a empujar sobre la cama. levantó la mano para seguirla golpeando, porque estaba llena de odio, hacia esa joven.

—No volverás a tocarla —se escuchó la gruesa voz de un hombre que sostenía la mano de Carlota.

—Antón. ¿Cuándo llegaste?

El joven soltó la mano de su madre, que estaba asombrada por la repentina aparición de su hijo, y más aún se asombró al verlo abrazar a la joven que ella quería estrangular.

—Ya estoy aquí, amor, y será para no irme nunca más.

Sonrió a la vez que limpiaba las lágrimas de su esposa, y ella se abrazó a él mientras lloraba con mucha fuerza. Carlota se quedó mirando a la pareja abrazada delante de ella y no aceptó que su hijo hiciera eso. Agarró los brazos de Alexa y los soltó de su hijo, para luego obligarlo a mirarla a los ojos e intentar persuadirlo con sus bajos chantajes.

—¿Qué diablos te pasa?

Antón se paró delante de su madre, poniendo a su amada tras de él; mantenía su mandíbula apretada contra sus dientes y una mirada de reproche hacia su madre.

—Pasa que tenías razón; necesitaba ese viaje para meditar y darme cuenta de que en verdad yo...

—Cállate —gritó Carlota a la vez que se giraba de espaldas a su hijo—. No quiero escucharlo.

—Lo quieras o no, vas a escucharlo. Amo a Alexa con toda mi alma y no voy a permitir que la sigas lastimando.

Esas palabras fueron clavos que se clavaron en el corazón de la mujer; tapó sus oídos para no escuchar lo que su hijo estaba diciendo. No podía aceptar que Antón flaqueara ante los planes de venganza. La mujer quiso abalanzarse sobre Alexa porque, para ella, nadie más era culpable que solo la pobre e inocente Alexa. Antón la detuvo con mucha valentía y, en esta ocasión, no le importaron las lágrimas de su madre.

—¡Largo de mi habitación! —gruñó el joven con la mirada asesina que se clavaba en los ojos de su madre.

—Hijo, recapacita; esa maldita te ha hechizado.

Una vez que la sacó de la habitación, dio un portazo y rápidamente se giró hacia su amada y la abrazó con ternura. Alexa lloró con mucha fuerza porque su corazón se sentía feliz con el retorno de Antón.

—Todo estará bien, amor.

—Yo no quiero que sea un sueño; yo quiero que sea real —decía entre sollozos mientras apretaba a su amado esposo para sentirlo real.

Él sintió morir al escuchar el desgarrador llanto de la pequeña Alexa y, en gran parte, se sentía culpable por haber ocasionado ese dolor. Durante todo el mes que estuvo en Italia, no dejó de pensar en ella; lloró las constantes noches de nostalgia que sentía al no tenerla cerca. Muchas veces estuvo a punto de llamarla, pero desistió de aquella idea. Trataba de comunicarse con Damm, pero sus llamadas eran desviadas.

Un día tomó la decisión de llamarla, pero se frenó y decidió mejor volver a Ecuador. De vuelta al país, el viaje se le hizo eterno. Cuando llegó al aeropuerto, no llamó a nadie y prefirió tomar un taxi y así llegar hasta su casa.

Al abrir la puerta, escuchó los gritos desde las gradas; soltó su maleta y corrió hasta la habitación. Una vez que vio a su madre golpeando a su esposa, no dudó en detenerla. Ya nadie le importaba más que Alexa; estaba decidido a enfrentar a su madre, y así lo hizo. Se sentó al borde de la cama y, junto a su regazo, la sentó a ella. Minutos después, la recostó sobre la cama y curó las heridas del rostro de ella.

Los brazos de Alexa estaban rojos al cubrir su rostro para que los golpes dados por Carlota no lastimaran más su rostro. Su cabello estaba todo alborotado y sus ojos irritados de tanto llorar. Suspirando profundo y reteniendo el aire inhalado, Antón dejó escapar una lágrima de sus ojos.

—Perdón.

Pidió a la vez que besaba las dos manos de su amada y dejaba fluir las lágrimas estancadas en sus ojos.

—Te perdono si prometes nunca más dejarme sola.

Él sonrió, haciendo que las lágrimas cayeran con más rapidez, y llevó sus labios hasta los de ella. Un segundo después se recostó a su lado y se quedaron abrazados por largo rato.

En cuanto a Carlota, la mujer estaba loca en el despacho; bebía una y otra copa, lanzaba y pateaba todo a su alrededor, a la vez que planeaba cómo lastimar a Alexa por haberle arrebatado el poder que tenía sobre Antón.

Llamó a prisión para que mantengan a Raquel y no la dejen salir; la llamada que hizo fue tarde, Raquel había salido minutos antes. Le habían detenido y echado del trabajo, puesto que ella se dedicaba a la prostitución y lo hacía en el mismo hotel donde trabajaba de camarera.

Al llegar a casa, agradeció a su amiga vecina por cuidar de su esposo. La mujer supo informarle que un hombre la había venido a buscar; aquella mujer reconoció al hombre como el mismo que se llevó a Alexa aquella vez.

Raquel dejó todo lo que tenía que hacer para ir hasta esa hacienda. Una vez que llegó, los guardias que estaban afuera del portón le impidieron el paso; dieron informe a Carlota, quien salió echando chispas.

—¡Lárgate de mi casa o llamo a la policía!

—No me iré hasta saber de mi hija. Ha pasado un mes y medio que no sé nada de ella; exijo verla.

—No eres nadie para exigir. ¡Lárgate!

La mirada asesina de Carlota no le aterrorizó a Raquel; ella sonrió al ver a la mujer amargada delante de ella.

—Eres una maldita vieja amargada. No soportas ser infeliz y arrastras a los demás a tu infelicidad —resopló Raquel con ironía.

La mujer mayor lanzó una cachetada a la menor y esta última se la devolvió de igual forma. No contenta con devolver la cachetada, Raquel se prendió de los pelos de aquella mujer y sacó toda la rabia que tenía dentro. Los guardias agarraron a la mujer más joven de los brazos; ante el agarre de sus brazos, con sus piernas pateó a Carlota. En minutos la llevaron a dejar tirada a las afueras de la hacienda.

En cuanto a Alexa y Antón, no esperaron para amarse y entrelazar sus manos. Cada contacto con su piel hacía estremecer sus corazones. Con mucha delicadeza acarició cada rincón de la piel de su pequeña Alexa; miró directo a los ojos varias veces, llevando su boca a la de ella. En media hora se regó dentro de ella, quedando sus cuerpos sudados; se abrazaron y se besaron al terminar.

Por la noche, la contempló dormir mientras pensaba en todo lo que tenía que enfrentar. Lo primero que haría era salir de esa hacienda y buscar otro lugar donde vivir. Al pensar en eso, recordó a su padre.