Capítulo 19

Por la mañana se arreglaron para bajar a desayunar juntos.

—No quiero. Temo que ella se enoje más.

Antón llevó su mano hasta el cabello de su amada, la rodó llegando hasta el rostro y posó su frente junto a la de ella. A centímetros, le habló.

—Ella no volverá a hacerte daño. Solo estando muerto permitiría que eso suceda.

Seguido, la besó en la frente y la llevó hasta él, dejando un abrazo con los suspiros a flote. La tomó de la mano y bajaron hasta el comedor. Una vez en el pasillo, encontraron a Gina, quien mantenía la boca y los ojos abiertos ante la gran sorpresa de ver a Antón agarrado de la mano de Alexa. Una vez que llegaron al comedor, encontraron a Carlota desayunando.

Los ojos de la mujer estaban hinchados y tenía varias heridas en sus puños. No alzó la mirada, pues ya sabía quiénes estaban ahí; siguió comiendo y bebiendo su jugo mañanero.

Antón abrió la silla para que su esposa se sentara; seguido, le lanzó una sonrisa al mirarla. También se fijó en las manos lastimadas de Carlota, pero prefirió no preguntar, puesto que conocía a su madre y no le daría una respuesta.

El silencio en la mesa perduró hasta que el teléfono de Antón sonó. Sonrió a su amada a la vez que le acariciaba la barbilla con las suaves manos.

—Contestaré esta llamada.

Se levantó, dejando a Carlota y a su esposa solas en el comedor. El miedo se apoderó de Alexa al ver a su amado irse.

—Disfruta mientras puedas. Muy pronto, cuando se canse de usarte, se buscará otra —sonrió Carlota con malicia.

—¿Cuántas mujeres le has conocido hasta ahora? ¿Dos, tres? Son pocas de las cuales ha tenido.

Alexa solo se dedicó a escuchar a la mujer; no quería alterarla ni tampoco que tuviera más problemas Antón con su mamá. Pero en algo sí tenía razón: ya eran tres mujeres las que conoció de Antón. Solo esperaba que su suegra se equivocara, porque si eso ocurría, ella moriría de dolor ese mismo día.

Minutos después, escuchó los pasos de su esposo. Al llegar, él notó lo tenso que estaba el comedor.

—Madre, ¿dónde está mi padre?

—No sé, tal vez escapó. Como está loco...

—Madre, no estoy jugando. ¿Dónde encerraste a mi padre?

—Lejos, en un lugar donde no lo volverás a ver por desobedecer.

Dicho eso, Carlota se levantó, dejando a su hijo aspirando gruesas inhaladas de aire. Antón se levantó y la siguió. Alexa rozó su mano antes de que se marche.

—Amor...

—Tranquila, no pasará nada...

Él cambió su rostro de enojado a dulce, le lanzó una sonrisa y salió en dirección al despacho. Una vez dentro, cerró la puerta con fuerza y encontró a su madre sentada de espaldas a él.

—Quiero saber el centro donde lo llevaste.

—No te diré nada hasta que recapacites y desistas de esa idea de estar con la hija del hombre que asesinó a tu hermana.

—Ya no soy un niño al cual chantajeabas con no llevarme a ver a papá.

—¿Me has llamado chantajista?

—Sí —respondió Antón con firmeza.

—Eres un mal hijo. Una vez que te canse de follártela, te arrepentirás de haberme tratado así.

Carlota lloró tratando de que Antón la comprenda.

—No, madre. Eso no pasará. Lo que siento por Alexa es algo que jamás había sentido. Sin ella siento que me falta el aire; todo este mes lejos de ella me sentí devastado. Comprendí que ella era la persona que necesitaba para complementar mi vida.

—Ya cállate. No quiero saber detalles de esos absurdos sentimientos que dices sentir.

—No son absurdos; son espléndidos, resonantes, alarmantes. Hacen que mi corazón se exalte con solo una mirada. Ella cambió mi vida; ahora soy otro. Madre, estoy enamorado como un loco. Espero un día puedas entenderlo.

—Fallaste a tu promesa. Dijiste que cuando fueras un hombre me darías una nieta igual a Katy, y ahora sales con esto.

—La promesa sigue en pie. Te daré una nieta, pero no te prometo que sea igual a Katy. El único cambio será que no alejaré a mi esposa de esa niña ni yo me alejaré de ella.

—Quiero tu renuncia sobre la mesa hoy mismo.

—Está bien. Por la tarde te la haré llegar. No necesito dinero para ser feliz junto a ella.

Esbozó varios suspiros y salió hasta el comedor. Tomó a su amada de la mano para juntos salir a buscar un lugar donde vivir.

De camino a los departamentos, la pareja se besaba y abrazaba dentro del auto. Damm sonreía mientras manejaba, porque ver feliz a su jefe le hacía feliz a él. Se llenaba de dicha al verlo enamorado y sonriendo a carcajadas.

—¿Qué dices, amor? ¿Te gusta? —preguntó Antón a la vez que la rodeaba de la cintura.

—Contigo, hasta bajo un puente viviría —respondió ella con la mirada penetrada en su amado.

—Te amo, chiquita.

—Yo te amo más.

Se dieron un pico y se abrazaron con los ojos cerrados, escuchando el eco dentro de sus corazones. No había duda en sus mentes; ahora solo tenían que enfrentar todas las barreras que el destino les interpusiera.

En la mansión, Carlota quedó pensativa. Una vez que le pidió a su hijo la renuncia, declinó y pensó que no era conveniente alejarlo y arrojarlo por completo a los brazos de esa mujer. Era mejor mantenerlo cerca de casa hasta poder encontrar la forma de separarlos.

Después de que salieron de los apartamentos, fueron hasta la casa de Raquel. La mujer de cabello zambo lloró a la vez que abrazaba a su pequeña hija de emoción.

Por dos razones, Antón prefirió quedarse a una distancia necesaria para no interrumpir la plática que tendría su esposa con su madre. La otra razón era que tampoco le emocionaba tanto estar cerca del hombre que ocasionó la muerte de su hermana. Amar a Alexa no le hacía olvidar el odio por ese hombre. Desde el auto, contempló a su amada ingresar a la pequeña y humilde casa que rentaba la mamá de Alexa.

—Hija, no lo puedo creer. Estás aquí, sana y salva.

—Sí, mamá. Ahora podré venir a visitarte. La pesadilla se acabó.

—¿Cómo le hiciste para convencer a esa gente que desistan de esa venganza tonta a la cual se aferraban?

—Enamoré a mi esposo...

—¿En serio? ¿Cayó en tus encantos?

—Al principio lo quería enamorar para tenerlo en mis manos, pero ahora, madre, ahora él se ha convertido en el centro de mi vida. Estoy enamorada.

Suspiró al contarle sus sentimientos a su madre.

—Hija, no quiero que salgas herida. Quizás él se canse más adelante y te deseche de su vida.

—Madre, lo que venga después no quiero ni imaginarlo. Estoy dispuesta a vivir este presente y quiero disfrutarlo mientras dure. Aunque si te soy sincera, deseo que perdure para toda la vida.

—Mi niña, cuánto has madurado. Te has enamorado por primera vez, y yo solo deseo que seas feliz...

Dicho eso, la abrazó y la besó en la frente. Anhelaba poder acariciar el cabello de su única hija. Alexa soltó unos quejidos al momento que su madre la presionó a ella.

—¿Qué sucede? ¿Te duele algo? —preguntó Raquel a la vez que la miraba fijo a los ojos.

—Es solo un dolor en el cuerpo. Creo que me dará un resfriado.

—Alexa, no me mientas. Déjame ver tus brazos.

—Mamá, no es nada. Todo está bien. Me tengo que ir; Antón me espera.

—Está bien, cariño. Cuídate y escríbeme cuando necesites ayuda.

Ella asintió y se acercó a su padre; el hombre aún parecía no querer despertar. Se sintió egoísta al no dejarlo descansar y aferrarse a la idea de que un día vuelva en sí. Ella solo deseaba que su padre abriera los ojos y le diera un abrazo.

Salió y caminó hasta donde estaba su amado. Una vez que la puerta se abrió, lo encontró con los ojos cerrados y su cabeza recostada en el espaldar. Le besó y con ello lo trajo de vuelta.

—¿Te aburriste de esperar?

—Algo, pero me sirvió para dormir un poco —respondió él mientras la sentaba en su regazo.

Cuando Antón se vestía de terno, parecía un hombre más mayor, y Alexa, a su lado, parecía una jovencita adolescente en brazos de un hombre adulto.

—¿Tu madre quedó más tranquila? —preguntó al momento que aspiraba el aroma de ella.

—Sí, al menos creo que podrá dormir de ahora en adelante.

—Bien, vamos, Damm.

—¿Hacia dónde, señor?

—A la Mitad del Mundo.

Traspasaron del sur hasta el noroeste de la ciudad de Quito; era la primera vez que Antón se dirigía a ese enorme monumento. Una vez que llegó, todos dieron paso a que entrara. Subieron hasta lo más alto, donde gritó como un loco cuánto amaba a Alexa.

—Estás loco.

—Loco de amor por ti —respondió y la apego hasta él, procediendo a besarla con ardiente deseo. Desde la parte baja, la gente aplaudía a la hermosa pareja. A unos cuantos metros, un sinnúmero de fuegos artificiales estallaron, y en uno estaba la sigla de ellos dos: A.A.

Recorrieron la ciudad; una vez que cenaron, se encaminaron hasta la mansión, donde la tensión volvió a aparecer.

—Te estaba esperando —resopló Carlota a la vez que escuchó la puerta cerrarse.

—Si es por la renuncia, mañana a primera hora te la haré llegar. Hoy no tuve tiempo.

—No es de eso de lo que quiero hablar. Siéntate.

Antón se despidió de su amada y pidió que le espere en la habitación.

—Ella también puede quedarse a escuchar lo que tengo que decir.

Antón y Alexa se miraron con asombro; él la llevó de la mano y ambos se sentaron.

—Acepto la relación de usted —hizo una pausa y tragó grueso, porque aquello le era difícil decirlo—. No es fácil para mí verte con la hija de ya sabes quién, pero si esa es tu decisión, la acepto sin más preámbulos. Solo te pido que no me dejes sola en esa enorme casa; prometo no meterme en sus vidas.

Alexa sintió muy falsas las palabras de aquella mujer; suspiró al ver los ojos brillantes de su esposo.

—Gracias, mamá. No sabes lo feliz que me hace tener tu apoyo.

Dicho eso, Antón abrazó a su madre. Una vez que abrazó a su hijo, clavó la mirada asesina en Alexa; luego, con mucha hipocresía, también la abrazó a ella y le deseó mucha felicidad. Por dentro, Carlota deseaba poder estrangular a Alexa y echarla al mar o enterrarla en la punta más alta del Guagua Pichincha.

Alexa solo esperaba que esa mujer no planeaba separarla de Antón; no quiso decir nada por temor a arruinar la felicidad de su esposo. Se le veía tan feliz sonriendo; ella notó que para él su madre era alguien sumamente importante.