Mientras permanecía en cuclillas, sollozaba con mucho dolor. Su madre le presionó desde los hombros e intentó calmarlo.
—Vamos a casa.
Él siguió la petición de su madre y salieron del lugar. Una vez que llegaron a casa, las preguntas de Antón cayeron incomodando a Carlota.
—Madre, ¿por qué mi padre dijo eso?
—Está loco. Su mente está perdida y dice sarta de bobadas.
—No me pareció una bobada. Después de tantos años volvió a hablar y se veía furioso contigo.
—Me odia por haberle encerrado, pero tú más que nadie sabes por qué lo hice. Él se volvió violento y temí por nuestra seguridad —respondió Carlota con sus ojos llenos de lágrimas.
Él suspiró, dejándose caer sobre el mueble. Las palabras de su padre le rodaban una y otra vez: ¡Yo la maté! Aunque le daba vueltas al asunto, no podía comprender a qué o a quién se refería.
—Hijo, por muy doloroso que sea o por muy malvado que suene, tu padre jamás volverá a ser el mismo. Ya ves, aunque le cambiamos de manicomio, sigue igual.
—No comparto el mismo pensamiento. Vi a mi padre hablar y eso es un avance.
Carlota presionó sus puños; había perdido el poder de convicción sobre Antón. Ya nada de lo que le decía lograba convencerlo. Las cosas se le estaban saliendo de las manos; tenía que hacer algo, de lo contrario, todo se le arruinaría.
Pasado el mediodía, Alexa aún continuaba en la universidad. Mikel y ella estudiaban en el mismo departamento de medicina, por ende, no se separaban más cuando recibían las clases. Fue sorpresa para ellos ver a Hanson en la universidad.
—Hanson, ¿qué haces aquí? —Mikel le miró asombrado.
—Como puedes darte cuenta, bro, estudiaré medicina.
—¿Qué?
—¿Cuál es tu sorpresa? ¿Por qué reaccionas así?
—Jamás te gustó la medicina; le tienes terror a la sangre —respondió Mikel aturdido.
—Todo en la vida cambia —murmuró Hanson al perderse en la mirada de Alexa.
La incomodidad se hizo presente en la pequeña mesa. Mikel miró con indagación a su amigo e imaginó las intenciones de Hanson.
—Me tengo que ir, mi clase empieza en un momento. Bienvenido, Hanson —dijo Alexa mientras se levantaba.
—Gracias.
Una vez que ella se marchó, Mikel presionó la mano de su amigo antes de levantarse.
—¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué apretaste mi brazo?
—Eso quiero saber yo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás aquí? ¿Qué intenciones tienes?
—Eso no te incumbe y mantente al margen. No te creas el gran amigo de Antón, porque su único y verdadero amigo soy yo.
Hanson se soltó del agarre de Mikel y se marchó. Caminó hasta la sala de estudios y se sentó al costado de Alexa. Segundos después, ingresó el tutor Mario Vargas y su mirada se detuvo en la joven hermosa que estaba al lado de Hanson.
Una vez que la clase terminó, todos los alumnos salieron, incluso Alexa; solo se quedó Hanson.
—¿Qué haces aquí? —preguntó molesto Mario.
—Hermano, yo...
—Déjame adivinar: ¿Carlota te envió?
—Sí —respondió el joven Hanson con la mirada clavada en el suelo.
—No quiero que te involucres. Yo me basto y me sobro para esa mocosa.
—Yo también quiero ayudar en la venganza; Antón es mi amigo —replicó Hanson.
—Te he dicho que no. Por tal razón no debes involucrarte. Si los planes no resultan y Antón se entera de que estuviste involucrado, podrías perder su amistad. ¿Estás dispuesto a perderla, Hanson Vargas?
—No, claro que no —respondió él.
—Entonces, no te quiero ver mañana en la universidad.
Mario Vargas era aquel adolescente que se enamoró de Katy apenas la conoció. Intentó conquistarla, pero ella lo rechazó varias veces. Fue cuando empezó a notar el interés de ella por Axel y terminó descubriéndolos.
Desde la distancia, observaba a la joven abrazarse de Antón y apretó sus puños con fuerza, porque esa pareja le recordaba a Katy y Alex cuando este último era profesor de ellos, y ella prefirió enredarse con ese hombre mayor, que tenía esposa e hijas, y no con él, que era joven, soltero y de clase alta.
—Te aplastaré y haré tu vida una miseria por ser la hija del maldito que me quitó el amor de Katy —sonrió con malicia mientras la veía subir al auto.
En cuanto a Mikel, salió preocupado de la universidad. Sentía que algo se traía entre manos Hanson. Para él, era muy extraño el repentino arrepentimiento de su amigo de aquella noche y, más aún, esa idea de estudiar medicina. Cuando Hanson era un cobarde que palidecía hasta para cortarse. Con aquello en mente, se dirigió hasta casa, le dio varias vueltas al asunto y entendió que debía proteger a Alexa de Hanson. En el corazón de su amigo también crecía un resentimiento porque vio a su hermano Mario llorar varias noches seguidas.
Mario se dirigió hasta su casa. De camino a ella, recibió una llamada, la cual contestó de inmediato.
—Hola...
—¿Ya la conociste? —preguntó Carlota.
—Sí. Ya aseché la presa.
—Bien. Me parece excelente.
—Una cosa: dejé a mi hermano fuera de esto. Yo me basto para aplastar a la hija de Axel Ruiz.
—Está bien. Dile que se retire.
—Ya lo hice... —respondió el hombre.
—Podemos vernos mañana; tengo otro favor que pedirte.
—Claro, señora Carlota. ¿A la misma hora y en el mismo lugar?
—Sí.
Dicho eso, cortó y se quedó sonriendo en el despacho de su mansión. Sus planes estaban por realizarse y nada ni nadie podía impedir que Alexa pague por todo el daño que su padre ocasionó.
Al día siguiente, se encontró con Mario Vargas para hablar sobre su cometido.
—Al grano, señora. No tengo mucho tiempo.
—Sé que trabajas en el centro de los Durant.
—Sí. Soy el esposo de su hija; voy dos veces por semana.
—Quiero que le des una ayudita a Ramiro.
—¿Ayudita?
—Ya sabes a qué tipo de ayuda me refiero. ¿Crees poder?
—Depende, ¿de cuánto estás dispuesta a pagar?
—Mucho dinero —murmuró Carlota mientras colocaba un sobre cerca de la mano de Mario. Este último dio una ojeada a los billetes de 100 y sonrió con dicha.
—¿Algo más que quieras adjuntar?
—No. Solo que sea una muerte lenta, algo como natural.
—Por supuesto, no me arriesgaré a que me descubran.
Dicho eso, Mario estrechó la mano de Carlota y se dispuso a salir.