—Señor Durant, buenos días.
—Buenos días, Mary.
Camilo Durant, un hombre de avanzada edad, dueño del centro de manicomios más exitoso de la capital, caminó hasta la habitación de Ramiro Montalvo, mientras la enfermera Mary le seguía el paso.
—Este paciente es especial. Seré yo quien lo atienda, exclusivamente yo. ¿Comprendes, Mary?
—¿El señor Mario tampoco puede? —preguntó la joven enfermera.
—Marita, te estoy diciendo que solo lo atenderé yo.
—Está bien, señor. Disculpa.
—No te preocupes, hermosa... —respondió el agradable hombre de cabellos blancos.
Minutos después de que la puerta se cerrara, llegó Mario, quien intentó abrirla y no pudo.
—Mary, ¿por qué esta puerta está con seguro?
—Señor Mario, son órdenes del señor Camilo.
—¿Camilo está aquí?
—Sí —respondió la joven—. Está en la oficina.
Mario caminó hasta la oficina y encontró al hombre de avanzada edad sentado tras el escritorio.
—¿No te enseñaron a tocar la puerta? —murmuró el anciano, aún con la mirada en la carpeta.
—Disculpe, suegro.
—Sal y vuelve a entrar —gruñó el hombre.
Mario apretó los puños y miró con mucho enojo a su suegro; deseaba poder estrellar la puerta en su cara. Salió y tocó la puerta; para él, eso era muy humillante.
—Adelante —se escuchó desde el interior.
Mario entró, se paró frente al hombre de edad avanzada y preguntó, presionando los labios:
—¿Por qué cerró la puerta del paciente Montalvo?
—No tengo por qué darte explicaciones, pero las voy a dar. Ese paciente es exclusivo y soy el único que va a entrar a esa habitación.
—La señora Carlota me pidió que yo lo trate.
—Oh, ¿en serio? Esa familia debería ponerse de acuerdo, porque resulta que su hijo me pidió a mí que me encargue de su padre. Además, soy el dueño del centro y, por ende, será mi obligación hacer que ese paciente se recupere.
Camilo Durant no esperó respuesta de su yerno.
—Ahora vete y déjame solo —gruñó Camilo.
Mario salió lanzando una mirada asesina a su suegro; odiaba a aquel hombre porque siempre le estuvo humillando. Desde que su familia se quedó en la ruina, tuvo que casarse con la hija de Durant para seguir manteniendo el estatus en la clase alta.
Llamando...
—Hola. ¿Por qué me llamas?
—Señora Carlota, las cosas se complicaron.
—¿Por qué?
—Su hijo le pidió a mi suegro que se encargue de su esposo. Temo no poder ayudarle.
—Debes acabarlo. Ya te pagué por adelantado; no puedes retractarte. ¿Entiendes?
—No puedo. Durant cerró la habitación y solo él tiene las llaves.
—Maldición. Hablaré con Antón. Pero debes ingeniártelas —respondió Carlota, temerosa.
Apenas su hijo pasaba por la sala y le fue oportuno detenerlo.
—Antón...
—¿Sí?
—¿Por qué pediste a Durant que se haga cargo de tu padre?
—Tengo entendido que es un excelente psiquiatra —respondió Antón mientras bebía vino.
—Tu excelente psiquiatra encerró a tu padre en una habitación con llaves. ¿Sabías eso?
—Sí. Es parte del procedimiento.
Antón posó la copa en su lugar y se giró con el ceño fruncido.
—¿Por qué sabes esto? ¿Quién te lo dijo?
La pregunta incomodó a Carlota; la mujer tragó grueso y sintió el nudo estancarse en su garganta.
—Bueno, ahí trabaja Mario. ¿Recuerdas? El hermano de Hanson.
—Sí, sí lo recuerdo, madre.
—Bueno, yo le pedí a él que se hiciera cargo de tu padre, pero Durant no le permite el ingreso —respondió Carlota mientras alzaba su copa para bajar la tensión de la conversación—. ¿No crees que sea más conveniente que él lo trate, ya que es hermano de tu amigo?
—Si te soy sincero, madre, no me parece. En realidad, no me agrada. Le di el poder al señor Durant para que haga lo que crea conveniente. Si para el señor Durant está bien no permitir el ingreso de alguien más que no sea él, me parece excelente.
La mujer mordió su labio; el nerviosismo en sus manos empezaba a reflejarse con el movimiento de la copa que poseía en ella. Antón no lo notó porque, seguido de eso, salió de la sala.
Cuando Alexa llegó a la universidad, todos le miraban con desprecio; ella sintió las miradas de odio que caían sobre ella.
—Eres una bruja; sabemos que has hechizado a Antón —replicó una joven mientras le obstaculizaba el paso.
—No sé de qué hablas. Déjame en paz —gruñó ella mientras le esquivaba de frente.
—¡Zorra! Eres la hija de un asesino.
Aquello hizo hervir la sangre de Alexa.
—¿Qué dijiste?
—Lo que escuchaste: eres la hija de un asesino. Espero que tu padre nunca sobreviva.
Alexa estampó una bofetada en el rostro de Lisa. Aquella rubia de ojos azules se quedó con la boca abierta y el mentón adolorido.
—Nunca más nombres a mi padre. No sabes nada.
Caminó hasta la sala de estudio y llegó unos segundos tarde.
Al salir de la hora de clases, se dirigió hasta el baño; en aquel lugar le esperaban tres mujeres.
—Tú —dijo una señalándola mientras ingresaba; la otra cerró la puerta después de que Lisa entró.
Alexa se giró para encontrarse con la mujer que horas atrás había golpeado.
—Pagarás por haberte atrevido a tocar mi rostro.
Alexa dejó caer su mochila y se preparó para pelear con las mujeres; se sorprendió al verlas reír.
—¿Crees que nos vamos a rebajar a tu nivel de pobretona? ¡Por supuesto que no! —respondió otra.
Salieron las tres del baño, pusieron seguro, colocaron la señal de dañado y se alejaron a toda prisa.
Alexa empezó a golpear la puerta del baño, pero nadie le escuchó. Los pasillos estaban vacíos. Antón esperaba por ella a las afueras; cuando pasaron varios minutos, decidió entrar.
—¿Buscas a tu novia? —preguntó Lisa, coqueteando.
—No es mi novia —respondió él, y ella se emocionó porque la negaba; su sonrisa se esfumó cuando le dijo—: Es mi esposa. ¿Le has visto?
La mujer apretó sus puños y no desaprovechó la oportunidad para calumniar a Alexa.
—La vi con Mikel en la facultad de medicina; estaban tomados de la mano.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que escucho, señor CEO: su esposa se toma de la mano de Mikel Ortiz y pasan todo el día juntos.
Lisa sonrió internamente; se llenaba de satisfacción al ver el cambio de color del rostro de Antón. Cuando llegó su chófer a retirarla, se despidió de él.
—Adiós, llegaron por mí.
Se fue dejando a Antón hirviendo de celos.
Mientras tanto, Mikel salió de su última hora de clases y preguntó a varios de sus conocidos si la habían visto.
—La vi ir hacia el baño del comedor.
—Gracias, Pau.
—De nada, hermoso —respondió ella, quitándole un ojo. Mikel se sonrojó y caminó hasta el comedor a ver si ya había salido.
—¿Tutor Mario?
—¿Qué deseas? —preguntó al detenerse.
—¿Ha visto a Alexa? La esposa de Antón; usted le da clases.
—Sí, sé a quién te refieres. La vi entrar al baño; debe estar ahí.
—Gracias.
Esperó unos minutos y luego la vio salir, y tras de ella, dos chicas más.
—¿Dónde estabas?
—Me dejaron atrapada en el baño.
—¿En serio? ¿Quién?
—Lisa —después de unos segundos preguntó—: ¿Qué haces esperándome?
—Me dijeron que Antón te estaba esperando, por eso decidí buscarte.
Mientras hablaban en el área del comedor, Antón les observaba desde la distancia. Al verlos sonreír, apretó sus puños con gran fuerza y se encaminó hasta ellos. Tomó de los hombros a su amigo y lo empujó.
—¿Qué sucede? —preguntó Mikel al ver la reacción de su amigo—. ¿Por qué reaccionas así?
—¿Por qué le tomas la mano a mi esposa? —gruñó enfadado.
—Antón, él jamás...
—Cállate. Ya sé que pasan todo el día juntos.
—Sí, es verdad —replicó Alexa—, porque no conozco a nadie más.
Alexa tomó el brazo de su esposo y le miró directo a los ojos, suspiró y se perdió en los ojos esmeralda de él.
—Amigo, no sé quién te ha dicho aquello, pero quien lo hizo no tuvo las mejores intenciones. Soy yo, Mikel, uno de tus mejores amigos.
—Perdón, no sé qué me pasó —murmuró más tranquilo.
—No conocía tu faceta de celoso —río Mikel, y Antón, junto a Alexa, le acompañaron. Los tres salieron de la universidad como los grandes amigos.
Al día siguiente, Lisa se quedó sin universidad; la consecuencia por haber encerrado a Alexa la pagó caro.