La quietud antes de la tormenta danzaba en los ojos de Ita y su intrépido grupo, un reflejo de un miedo profundo que se filtraba como sombra en sus almas. La presión asfixiante que la criatura ejercía sobre ellos era como un manto de plomo que, lentamente, les robaba la respiración y el valor.
Contemplar su figura era como asomarse al abismo, desgarrando la tela de la realidad, con un pavor helado que se enredaba en sus corazones. Las piernas, traidoras, se convertían en raíces inmóviles, ancladas a la tierra por un miedo paralizante, mientras un sentimiento de inferioridad, corrosivo y voraz, los consumía.
—¿Qué es eso? —preguntó uno de los no esclavos, con el temblor en su voz, y la tez pálida.
Zinon giró lentamente para verle, pero no encontró respuesta que pudiera darle.
Ita recuperó un poco de esa valentía que requería una situación semejante al ver al grupo de fieros guerreros subordinados del Barlok resistir el embate de tan grotesca criatura. Apretó el puño, sintiendo una ligera infusión de poder y entendimiento.
—Protejan al señor Korgan.
Ante su orden, los hombres despertaron, y luchando contra el miedo se movieron para ocupar una formación defensiva, con el pequeño antar como su núcleo.
En el fulgor del conflicto, Dolib erguía su figura como un faro de determinación, dirigiendo a Los Sabuesos con órdenes que afilaban el aire como espadas. La atmósfera vibraba al son de los poderosos embates de la criatura, que retumbaban como truenos en el corazón de la tormenta. Ellos, cuál leones en la llanura, se mantenían juntos ante la odisea que representaba el enfrentamiento, donde la desventaja se cernía como nubes oscuras sobre un horizonte atormentado.
El desproporcionado ser rugió, y Barion en un intento de valor gritó, sin percatarse que sus camaradas habían sufrido a causa de las ondas sónicas. Levantó el escudo al notar lo inminente, sin embargo, el potente puñetazo lo arrojó al suelo con brusquedad, provocando que su espalda tocara la dura superficie que su armadura logró amortiguar, más no dejarlo sin una pequeña molestia que le hizo arrugar el rostro.
La criatura, con sus brazos de ébano que parecían esculpidos por las sombras mismas, se abrió paso hacia el audaz guerrero. A su paso, empujaba a los soldados, quienes, aunque luchaban con denuedo, se hallaban acorralados por la magnitud incomparable de su presencia; un titán en movimiento, imposible de frenar. Las líneas azules que adornaban su figura resplandecieron tenuemente al descender su palma. Era un movimiento lento, deliberado, como el de un prestidigitador que, con un gesto casi ceremonial, roba la atención de todo aquel que esté presente.
Barion abrió los ojos al sufrir de una fuerte presión que le hizo pausar su respiración, y sentir como su corazón se estremecía.
[Corte rápido]
Dolib, con una gracia instintiva, hizo girar su espada como un destello de luna que corta la oscura tela de la noche, impactando contra la carne de su oponente. De esa herida, brotó un líquido negruzco, oscuro como la profunda angustia que acompaña a un amor perdido; sin embargo, era solo un rasguño. Con un esfuerzo casi titánico, se vio obligado a liberar su arma de la prisión de la carne.
Los Sabuesos, con la rapidez de ráfagas de viento en una tormenta, irrumpieron en la escena, rodeando a la alta criatura para mostrar que se necesitaría de más para vencerlos. Sus rostros, grabados con la ferocidad de mil batallas, eran máscaras de lealtad y rabia, mientras sus ojos centelleaban con el fuego de la determinación.
La presión que oprimía el cuerpo de Barion se disipó en cuanto la criatura cambio de objetivo, como el rocío matutino al dar la bienvenida al sol naciente. Con la audacia renovada, se alzó con la determinación de un loco enamorado, que hace hasta lo imposible por la atención de su amasa. Su voz resonó en el aire como un canto de batalla que desafía a los espíritus de la oscuridad. Sin embargo, al dar su primer paso, un dolor lacerante atravesó su pecho, como si un puñal de sombras se hubiera hundido en su carne, deteniéndolo en su impulso. Aquellos valiosos segundos de pausa crearon gotas de sudor en su frente, y una desesperación latente que le hizo convocar toda su fe a los dioses de su madre, a los de su padre y ancestros, no obstante, no hubo respuesta de su cuerpo.
Dolib se deslizaba con la gracia de un pez en aguas turbulentas, su cuerpo ágil y hábil como una sombra danzante, se lanzaba junto a sus valientes compañeros en un frenético asalto contra las largas piernas del humanoide. Con cada golpe, trataban de despojar a ese gigante de su imponente fuerza, mientras la defensa de todos, erguida con coraje, se tambaleaba bajo la furia de los manotazos descomunales que retumbaban en el aire como tambores de guerra.
Los escudos comenzaban a mostrar cicatrices, cada impacto los hacía apretar los dientes, y gritar con furia por el inminente desenlace que todo guerrero anhela, más nunca espera.
Las líneas azules en el vasto negro de su piel resplandecieron con mayor intensidad, y con una fuerza repulsiva mandó a besar el suelo a la mayor parte de los hombres que componían la resistencia. Dos habían quedado en pie, a razón de quedar en los puntos ciegos del ataque. Y aunque de apariencia afortunada, no fue más que un espejismo, pues, con la prontitud de un relámpago, la criatura, con el poder que le otorgaba el enigma de sus tatuajes atravesó el escudo del más cercano, rompiéndole tres de sus costillas, y provocando un súbito dolor. Su espalda golpeó la dura superficie, indefenso a la ofensiva del humanoide.
Su compañero, con la determinación y la hermandad en su punto más alto se arrojó en un ataque con alta probabilidad de fracaso.
[Corte rápido]
La espada se incrustó a centímetros encima de su cadera, un corte que en un humano normal se hubiera considerado de muerte segura, sin embargo, no lo pareció con la criatura, quién guio sus ojos faltos de vida sobre él. El soldado prefirió retroceder a extraer su arma, debiendo desfundar un cuchillo de gran envergadura, mientras se protegía con el escudo.
Dolib comandó a los suyos en cuanto se pusieron en pie, ordenó su estrategia con una voz quebrada por el cansancio y el dolor, más su determinación se mantuvo ilesa. Barion, el más veloz de Los Sabuesos partió en la ayuda de su compañero al deshacerse de la maldita sensación que lo había atrapado. Insultando con sus más fieras blasfemias a un ente que no debía poseer vida, en un intento por conseguir su atención, empero, el resultado no fue el deseado.
El soldado, sometido a la pronta fatalidad hizo lo posible por esquivar, sin intención de bloquear ataque semejante al ser consciente del peligro que representaba, no obstante, el golpe conectó en su brazo izquierdo, no sintió al instante el cruel desenlace de sus huesos, los cuales terminaron fracturados en interminables pedazos, tornando su movilidad nula.
Ahogó el grito, contorsionando su expresión en una de absoluto dolor, tal lo era que fue ignorante al destino trágico que le deparaba con el puñetazo que se aproximaba a su rostro.
—Barlok Orion, divino protector de Tanyer, protege a tu guerrero con tu poder —dijo Barion con una voz que se escapó de su alma.
Y se sintió renovado, como si le hubieran otorgado una nueva vida, una hermosa y llena de misterios por descubrir. El poder en su pecho se desbordó, mientras una sensación extraña se apoderaba de todo su ser, no sabía si lo estaba imaginando, aunque eso no le importaba, él creía, tenía fe. Se lanzó con el poder de su espada, y con la habilidad que la mayor parte del escuadrón había obtenido: Corte rápido, atacó. La hoja destrozó la carne del brazo del humanoide justo antes de culminar con la vida del soldado, no fue un tajo limpio, pero fue el requerido. Extrajo el arma con la misma velocidad que con la que atacó, y con un juego de pies excelente retrocedió.
La criatura rugió, enloquecida con el único hombre que había logrado lo imposible, herirle realmente.
Los Sabuesos cubrieron sus oídos al ser afectados por tan horroroso sonido, que no parecía pertenecer al mundo de los vivos.
Dolib ordenó una formación defensiva al intuir el accionar del humanoide, protegiendo a su hermano de armas con rapidez. Barion asintió en agradecimiento, mientras tomaba la posición apropiada para la formación.
Sin embargo, nunca esperaron realmente el accionar de la criatura, quién a cuatro patas se lanzó, despreocupada del daño que pudieran causarle. Muchos cayeron al suelo, y sus orgullos, más que sus cuerpos se encontraban heridos por la repetición del tal acto.
Al ser rota la línea defensiva, y al perder el equilibrio, Barion trastabilló, logrando apenas mantenerse en pie, pero la cruel embestida lo lanzó con fuerza contra la superficie de roca. Su casco le salvó de abrirse la nuca, pero el golpe le hizo ver borroso por unos segundos, y al recuperarse notó los ojos azules de la criatura, quién se encontraba a centímetros de distancia de su rostro. Le tomó de los brazos, y acompañado de un sonido de absorción abrió la boca. Las líneas de su cuerpo resplandecieron como un relámpago nocturno, iluminando una noche completa, y de lo profundo de su garganta un tono blanco azulado se comenzaba a percibir.
—Dioses no —dijo al sentir lo inevitable, buscado en más de una ocasión, más nunca deseado.
Forzó a sus brazos a luchar contra la titánica fuerza del humanoide, y, aunque sintió la esperanza de la libertad en su brazo izquierdo, que estaba siendo tomado por el herido de la criatura, su fuerza no era lo suficiente para lograr su escape. En ese momento sintió como su vida pasaba frente a sus ojos, una vida que sintió insípida por la monotonía con la que había vivido antes de servir bajo las órdenes de Orion, y no supo por qué su mente se concentró en él, ese hombre de porte indomable y regio, de mirada penetrante y tiránica, y de voz dominante. Ese hombre divino que había cambiado la vida de todos a los que gobernaba. Entonces sonrió, sabiendo que moriría sirviéndole.
—¡Estoy listo! —gritó.
De forma repentina observó una sombra golpear el cuerpo de la enorme criatura, aquella sombra le había atravesado el cuello con el arma, y caído junto con ella al suelo un par de pasos de distancia de él. Todavía no sabía lo que había pasado, su consciencia, preparada para cruzar al otro mundo despertó. Con ligero desconcierto giró su cuello para observar a la sombra que le había salvado.
Se trataba de Dolib, su armadura carmesí estaba cubierta del líquido negro que desprendía a chorros de la garganta de la criatura, mientras esquivaba los manotazos aleatorios con su escudo. Heridas se miraban en su piel, y su rostro se encontraba marcado por la desesperación y la locura, y con ella dio una orden que hizo contener a todos el aliento, y forzar a sus piernas a la obediencia.
—¡No se acerquen!
La luz que la criatura había contenido dentro de su boca fue expulsado por fin, y, aunque el halo de luz blanco azulado no parecía tener la belleza que debía tener, o la certera dirección, su poder fue absoluto, calcinando en una brevedad atemorizante la mayor parte del cuerpo del honorable soldado.
Dolib, ya sin vida, cayó de rodillas, para unos segundos después desfallecer de espaldas. Su mano mantuvo el escudo, aquel trozo de acero hirviente que optó por caer junto a su amo. Y, aunque en sus facciones no podía ser apreciada expresión alguna, para Los Sabuesos que le observaron en su momento de cerca, apreciaron el rostro del héroe, de aquel que sabe que su sacrificio no sería en vano, y su recuerdo perduraría por el resto de sus vidas
El humanoide perdió la cabeza en una pequeña explosión a causa de la herida en su garganta y el rayo contenido. La luz que acompañaban las líneas azules de su cuerpo se atenuaron lentamente hasta perder por completo ese toque de vida.
Los Sabuesos golpearon una y otra vez sus pechos, celebrando el sacrificio de su hermano de armas, y atestiguando a los espíritus malignos que cualquiera que se atreviera a tocar el cadáver de tan honorable soldado debía pensarlo dos veces, pues se enfrentaría a la furia de todo el escuadrón.
—¡¡AAAAAAHHHHH!! —gritaron al unísono, desgarrando sus gargantas para contener el dolor de sus corazones por la perdida de un hermano de armas.