Parece que Yan Xiulan ha conseguido no decirles nada sobre el beso. Liu’er y Lang’er sospechan algo, pero me han prometido dejarla en paz. Por ahora. Le intentarán sonsacar indirectamente. Estoy seguro de ello.
Las dejo durmiendo después de haberlas despertado con sexo. Bueno, aún no están dormidas. Pero no parecen querer levantarse.
Sus cuerpos desnudos están exhaustos sobre la cama. Cubiertos de sudor. Sus vaginas gotean mis semen. Les da igual que manche las sábanas. Otra vez.
–Vuelve pronto– se despide Bei Liu, sin fuerza en su voz, agitando la mano perezosamente.
–Todas las mañanas tendrían que ser así– murmura Bi Lang, su boca contra la almohada.
Me acerco para besarlas suavemente. No reaccionan más que para sonreír. Quizás, hoy me he pasado un poco con ellas. Han dicho que no pensaban levantarse hasta la tarde. Así que les he dado razones para ello. Ha sido excitante.
Antes de ir a copiar más cuadernos, miro las asignaciones de esclavos. Ken tiene que ir a traer agua esta mañana. Me da tiempo a hacer las copias.
Durante los últimos días, hemos estado investigando. Vigilando a las esclavas que salían. A las que nos importan. Es imposible hacerlo con todas.
Queríamos estar listos si alguien las atacaba. Como hicieron con Heng. No ha pasado nada. No sabemos si solo fue una vez, si fue mala suerte. O si están esperando a otra ocasión.
Estamos especialmente atentos con Ken. Ella es la que tenía que estar allí. Es difícil de creer que alguien quisiera ir contra ella. Pero solo la posibilidad es suficiente para que vigilemos. Les mando el mensaje a las chicas para que estén preparadas.
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Song está con una peluca rubia y vestida de esclava. El barro en su cara oculta su rostro. El estudiante de guardia no le pone ninguna pega al salir. Es una esclava cargada con los cántaros para el agua. De hecho, ya lo ha hecho varias veces en los últimos días.
Cuando es el turno de Ken, le toca a ella. Tanto su altura como el volumen de sus pechos es parecido. Su peluca rubia y el barro hacen el resto.
Yo observo desde fuera. He salido por una de las salidas “secretas”. Realmente hay unas cuantas. No sé por qué se molestan en poner guardias. Quizás por los esclavos. Al fin y al cabo, al bosque solo se puede acceder desde la secta.
Observamos desde lejos. Shi por delante. Yo por un lado. Liang por otro. Queremos poder actuar rápidamente si pasa algo. Lo que más miedo me da es que aparezca alguien de nivel alto. Aunque es improbable. No suelen venir por aquí. De hecho, está prohibido para más allá de Alma. Aunque uno en la nueve sería más que peligroso para nosotros.
La seguimos hasta el río. Parece que tampoco hoy va a pasar nada. Por si acaso, las gemelas vigilan a Ken. Ella va a un punto más cercano.
Song recoge el agua con facilidad. Aunque simula que le cuesta un poco. Está en realidad en el reino de Alma. Hace ver que está en dos de Génesis. Como Ken.
De repente, una silueta aparece tras ella. Me tenso. ¿La ha estado siguiendo? No nos hemos dado cuenta. Claro que solo cubríamos parte del espacio. Y no queríamos alertar a quienquiera que pudiera ser el culpable. Si es que había alguien.
Me acerco mientras aviso a las que están dentro. Liang tensa el arco, preparada para disparar. Shi también se acerca. Intentando que no nos vea.
–¿Eres la esclava Ken?– pregunta una voz femenina.
He oído esa voz antes. ¿Dónde? Por lo menos, no percibo una cultivación muy alta. En Génesis. Espero que no la esté escondiendo.
–¿¡Eh!? Ah… Esto… Sí, soy Ken. ¿Qué puedo hacer por ti?– responde Song, pareciendo sorprendida y asustada, metida en el papel.
–Menos mal… Esta vez no hay errores. Solo necesito que… ¡Mueras!– exclama.
Desenvaina una espada y ataca. Es un alivio comprobar que el ataque está en Génesis. Song saca su lanza del anillo de carga que tiene oculto. Bloquea con facilidad. Está acostumbrada a Shi, que es mucho más peligrosa.
Su rival no lo esperaba. Se queda congelada, estupefacta. Es incapaz de reaccionar al contrataque de Song. Queda claro que no tiene experiencia en combates. La parte sin punta de la lanza se mete entre sus pies y la tira al suelo. Cae de espaldas. Debe de doler.
Aunque más duele cuando Song la golpea en el estómago con el extremo plano. Con el pie, aleja la espada hacia mí. Por el momento, la guardo.
Clava la punta de la lanza junto al rostro de su enemiga. Corta ligeramente su mejilla. No se mueve. Dolorida. Seguramente, aterrada.
Song le da un puñetazo en la cara. Se sienta sobre su estómago. Inmovilizándola.
–¡Aaaaugh!
–¿¡Qué has querido decir con “esta vez”!?– exige saber Song.
Su víctima no responde. Quizás está en shock. O aturdida. O vete a saber. Le pega otro puñetazo en el otro lado. Le va a pegar otro, pero Shi le coge de la muñeca.
–Espera. La vas a matar demasiado pronto.
–Ah, lo siento, me he dejado llevar. Cuando ha dicho esta vez…– se disculpa Song.
Yo también he llegado junto a ellas. He aislado el sonido. Liang está viniendo. Todos menos Song llevamos máscaras. No me lo puedo creer. Ahora entiendo por qué esa voz me era familiar. Aunque no es que la haya oído muchas veces.
Es Chun Hua. La estudiante que tiene manía a Liu’er y Lang’er. La que envió al idiota de Zhi Mu a molestarlas. Y que acabó con su muerte y la de su hermano Zhi Ru. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Por qué quería matar a Ken?
Shi la coge de la barbilla. La hace mirarla. Chun Hua está dolorida. Su expresión es de absoluto terror. Un poco de sangre se escapa por la comisura de sus labios.
–¿Eres tú la que mató a Heng?– pregunta Shi. Song sigue sentada encima del estómago.
–Yo no… ¡¡AAAAAAAARGHH!!
Intenta negarlo. Pero Shi le disloca un dedo. Grita de dolor.
–Nada de jueguecitos. Yo pregunto y tú respondes. Si me parece que mientes, te tuerzo otro dedo. Ahora responde. ¿Mataste a Heng?– exige Shi.
Liang y Song la miran con severidad. Yo también. Tiene las mejillas rojas de los golpes. Un poco hinchadas. El dolor y el terror son evidentes en su rostro. Su cabello negro, antes peinado minuciosamente, ahora está un tanto desordenado. Tenía como dos aros en el pelo, ahora deshechos. Su inmaculada piel blanca está sucia y golpeada.
–No… No sé quién es Heng…– responde, asustada.
–Una esclava. Sustituyó a otra esclava llamada Ken hace seis días. ¿Mataste a una esclava entonces?– insiste Shi.
Su tono es estricto. Casi no se nota en su voz la rabia que sé que siente. Que sentimos todos. Por no hablar de que su voz está distorsionada con qi. Intenta parecer un hombre. Resulta un tanto forzada. Pero no creo que Chu Hua preste mucha atención a ello.
–Yo… ¡¡AAAAAargh!!
–¡Responde!– le exige Song. Le ha torcido un dedo de la otra mano. Estaba deseando hacerlo.
–¡Lo hice! ¡Lo hice! ¡Fue un error! ¡Lo siento!– confiesa, sollozando.
Song se contiene para no matarla a golpes. No es la única. Shi está apretando su puño muy fuerte. Liang no está mejor.
Como esclavos, estábamos habituados a la muerte de nuestros compañeros. Pero eso no significaba que no nos doliera. Simplemente, no podíamos hacer nada. Ahora, sí podemos.
–¿Qué quiere decir que fue un error?– inquiere Shi.
Creo que todos suponemos la respuesta. Aun así, queremos oírla.
–¡Pensaba que era la esclava Ken! ¡No lo sabía!– implora, aterrada.
–¿Por qué querías matar a Ken?– sigue interrogándola Shi.
–Ah… Esto… ¡¡AAAAAAAAARGGGG!!
Song le ha retorcido otro dedo. ¿Cuántos le quedan?
–¡Por favor! ¡No más! ¡Era por Bei Liu y Bi Lang!– confiesa.
Nos miramos. ¿Qué tienen que ver mis dos adorables pervertidas en que quiera matar a Ken?
–¿Qué quieres decir? Explícate– exige Shi.
–Ellas… Ellas han subido antes que yo… Han hecho trampas… Seguro… Quería castigarlas… Ken es su amiga…– explica entre sollozos.
La miramos con incredulidad, odio y desdén. Deberíamos matarla y acabar con esto. Quizás, torturarla primero. Merece sufrir.
–¿Fue idea tuya?– pregunta entonces Liang, también cambiando su voz con un poco de qi en las cuerdas vocales.
–¡No, no! ¡Mi hermana lo sugirió!– responde rápidamente esta vez. Parece incluso que quiera salvarse acusando a su hermana.
Esta es relativamente conocida entre los de nuestro reino. Tiene un grupo de pretendientes como su hermana, aunque se toma más en serio su cultivación.
Nos miramos. Shi le da la vuelta. Le pone una venda en los ojos. Llamamos a Rui para que la mantenga quieta. Mi esclava mira a su prisionera con curiosidad.
–¿La matamos?– sugiero.
–Déjame machacarla primero– pide Song, entre dientes.
–La muerte no es suficiente. Hay que hacer que sufra. Que su vida sea peor que la muerte– nos contradice Shi.
–¿Qué sugieres?– pregunta Song, interesada.
–Quizás podamos usarla para llegar a su hermana– sugiere Liang.
–Eso estaría bien. Solo tengo una idea general. Pero tenemos tiempo para mejorarla. Por ahora podríamos…
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–Heng era nuestra esclava, nuestro juguete. Tú la mataste, así que ahora ocuparás su lugar– amenaza Shi, cogiéndola del pelo.
Le ha dado de nuevo la vuelta. Sigue con sus ojos vendados. Mirando hacia el cielo. Rui observa la escena con interés.
–¿Qué…? ¿Qué quieres decir?– balbucea Chu Hua, aterrada.
No obtiene respuesta. Una daga se clava cerca de su estómago. Aunque solo traspasa la ropa. Creo que Song está tentada de clavársela hasta el fondo.
La daga se mueve hacia su rostro. Cortando lo que encuentra a su paso. Chun Hua se tensa. Song ha cortado la ropa, dejando visibles sus pequeños pechos. ¿Oh? Son más pequeños de lo que esperaba.
–¿¡Qué hacéis!?– exclama, asustada.
–¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!
Recibe cuatro bofetadas. Con fuerza. Shi no se anda con contemplaciones. No dice nada. Pero el mensaje es claro. Que calle.
–Vaya, vaya. Así que simulando tenerlas más grandes para llamar la atención. Menuda zorra– se burla e insulta Song.
Ha cogido una especie de almohadilla. La está estrujando. Hay dos. Las tenía sobre sus pechos. Aseguradas por su sostén. Que ahora está cortado en dos.
La tira a un lado. El frío metal de la daga tantea el ombligo. La punta se clava levemente. Una gota de sangre surge de la pequeña herida. Chun Hua está tiesa. Teme moverse. Su cuerpo tiembla levemente. No puede ver, pero lo nota.
Después de un par de vueltas por el ombligo, Song mueve la daga hacia la entrepierna. Llega hasta la falda. Pone el filo por debajo. Con un movimiento, la rasga. La abre totalmente por delante.
Mueve la daga un poco más abajo. Poco a poco. Rozando la piel. Haciendo que nuestra prisionera se estremezca. Llega hasta sus bragas.
–¡No! ¡Eso no! ¡Por…!
–¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!
De nuevo, cuatro bofetadas. La venda está mojada. Seguramente de sus lágrimas. No nos da ninguna pena. Es la asesina de Heng. Y quería matar a Ken. Todo por una razón absurda. Por una rivalidad enfermiza.
Pronto, las bragas son cortadas. Su cuerpo queda totalmente expuesto. Su piel blanca. Sus pequeños pechos. Que se mueven con su respiración acelerada. Su vagina, totalmente visible. No tiene vello púbico.
Debe de ser algún tipo de moda depilarlo. Mis pervertidas me preguntaron si quería que lo hicieran. No tengo especial interés. De hecho, no deja de ser curioso como le cambian la forma a su vello. La última vez, las dos lo tenían en forma de corazón.
Me divido en dos. Me acerco a ella. Le abro bruscamente las piernas. Me arrodillo ante ella. Está temblando. Asustada. Pero no se atreve a hablar más.
–Je, he ganado el sorteo. No siempre se puede desvirgar a una zorra. Lástima que tenga las tetas tan pequeñas– lamento.
De hecho, no me importa que sean pequeñas. Me encantan las de Shi, las de Liang. Pero está claro que Chu Hua está acomplejada por su tamaño. Así que me burlo de ella. Queremos que sufra. Que esté desesperada. Nuestro odio por ella es profunda. Mató a nuestra amiga. Además de que lo hizo por una razón ridícula.
Fuerzo sus piernas a estar más abiertas. Puede que le duela. Mejor.
Su vagina queda totalmente a la vista. Su yin es más evidente. No hay duda de que es virgen. Sin duda, le dolerá.