III

Louise miraba en dirección de su familiar con desgana. Estaba practicando con la espada, y ella, que había visto el entrenamiento de los caballeros, solo podía decir que se veía patético. Al menos no estaba haciendo el ridículo, ya que se ubicaron en el campo de la Academia, alejados de los demás familiares de los otros estudiantes. Bueno, no lo suficiente.

Miró de soslayó a quien estaba sentada cerca suyo debido a la sombra que proporcionaba el árbol. La vaca germana, Zerbst, estaba mirando hacia el cielo en lugar de entrenar a su lagartija. Sentía la sangre hervir cada vez que la veía; piel morena, cabello rojo, alta y con tetas de vaca, además de usar desabrochados los primeros dos botones. No tenía envidia, por supuesto que no, simplemente que su delicada sensibilidad tristaniana se veía insultada por aquel monstruo lujurioso. 

Miró un poco por encima de la cabeza pelirroja. De no ser por el bastón que se mantenía erguido, sería imposible saber que había otra chica presente. Al menos a Tabitha la soportaba; de hecho, su silencio era agradable, y nunca se burló de Louise como cierta vaca. Sea como fuere, solo les permitía estar cerca suyo porque discutir sería perder tiempo.

Tiempo que no tenía. Hoy llegaba la princesa, y la ansiedad la estaba matando por dentro. Había pasado demasiado tiempo desde que vio a la princesa, tanto que ni siquiera se sintió capaz de consolarla cuando murió su padre, convirtiéndose en un rostro más de la multitud. 

Pero la gota que colmó el vaso fue cuando no estuvo para ella por la muerte de Wales, quien también era un amigo cercano de Louise. Ella sufrió, pero no tanto como la princesa Henrietta. Y, a pesar de todo, no fue capaz de reunir el valor para escribir siquiera una carta, por muy impersonal que resultase, en comparación de sus reuniones pasadas. 

Pero ¿cómo sería capaz de hacerlo? Era una maga fracasada cuyo único logro fue convocar a un plebeyo pervertido obsesionado con las tetas de la vaca. Sería una vergüenza que la figura más importante de Tristain fuera relacionada con un fracaso como Louise. 

Suspiró con pesar. Al menos debió intentarlo, posiblemente ser más discreta con quién era el remitente, o incluso mentir y hacerse pasar por Éléonore... Tal vez no era muy inteligente, pero el punto estaba en que debió esforzarse, no pecar de indiferencia. Era una vergüenza bajo los ojos del Fundador. 

—¿Por qué todas se ven tan deprimidas? —preguntó Saito, aunque luego aclaró—: Bueno, Tabitha se ve igual que siempre...

Su familiar había dejado aquellas ropas extrañas luego de que Louise le consiguiera algo diferente para usar. No iba a ser atrapada con un plebeyo siguiéndola con la misma prenda todos los días, y aunque la camisa blanca con pantalones cafés no era una declaración de moda, serviría. 

—Son mujeres, compañero. ¡Nunca sabes lo que pasa por sus cabezas! Y si lo sabes, lo más inteligente es correr —aportó la espada oxidada. 

Rechinando los dientes, le lanzó una mirada de muerte a Saito mientras apretaba la empuñadura de su varita. Estaba deseosa de liberar un poco de tensión, pero se contuvo al final. Aunque...

¿A qué se refería con todas? Tabitha siempre tenía la misma expresión, pero, ahora que lo pensaba, todo ha estado demasiado silencioso como para ser un lugar en el que estaba Zerbst. Al menos Louise tenía una excusa, y era que no sabía cómo enfrentarse a Henrietta. 

—¡No es de tu incumbencia, perro! Y vigila lo que dice esa espada. 

—¡Sí señora! —anunció su familiar, aunque lo notó murmurando algo antes de preguntar—: ¿Qué hay de ti, Kirche? 

No podía negar que tenía curiosidad, pero no la atraparían preguntándole a la germana. La cual, cosa curiosa, no contestó, ni siquiera aprovechó la oportunidad para exhibir su lascivia. Eso sí preocupaba a Louise, ¡¿y si era un elfo haciéndose pasar por la vaca germana?! Sabía que eran demonios, pero debían tener mejores modales que los salvajes germanos.

—Nostálgica —vino la respuesta susurrada de Tabitha. 

Era extraño que ella hablara. Bueno, todo era extraño en la chica baja, comenzando por ser más pequeña que Louise, todo un logro. Sabía que ese no era su nombre real, algunos nobles extranjeros preferían mantener el nombre de su familia en el anonimato. 

—¿Por qué? —preguntó Saito—. ¿Tal vez recordando algún festival que hacen en Germania?

La mención de su nación pareció sacarla de su ensimismamiento. Parpadeó un par de veces antes de recordar que estaba tenía compañía. Toda su postura se volvió un poco más erguida.

—¿Eh? ¿Sucede algo? —se veía genuinamente confundida.

—Solo preguntando si estabas bien —aportó Saito—. Has estado distraída.

—Demasiado silenciosa —murmuró Louise.

—¡No tienes nada de qué preocuparte, cariño! Y no sabía que te preocupabas por mí, pequeña Cero. 

—¡No lo hago, vaca germana! ¡Estaba feliz sin ti parloteando todo el tiempo!

—Awww, yo también te quiero —Louise apartó de un manotazo la mano que intentó pellizcar su mejilla—. Solo recordando un poco, es todo. Me siento nostálgica. 

El hecho de que repitiera las palabras de Tabitha denotaba que no había estado escuchando nada hasta el momento. ¿Entonces sí había algo dentro de esa cabeza pelirroja?... Se descubrían cosas increíbles todos los días. 

—¿Por qué? ¿Extrañas tu hogar o algo así? —la voz de Saito era demasiado cariñosa para el gusto de Louise.

Ni siquiera había que ser un genio para saber lo que estaba pensando el plebeyo. La hizo enfurecer el hecho de que quisiera volver a cualquier agujero del que hubiera salido en lugar de permanecer a su lado. ¡No era un honor que le concedía a cualquiera! Y él solo deseaba deshacerse de algo como eso. 

La Vaca iba a dar una respuesta, pero toda la atención fue hacia el cielo cuando escucharon al dragón de Tabitha, Sylphid, arrullar. Esto vino acompañado de un ruido parecido al que haría un águila, o algún ave de rapiña; no era experta en animales. 

Tuvo que enfocar la mirada para distinguir algo que debía tener el tamaño de un halcón, pero de un azul terciopelo. Su vuelo era seguido por una cola emplumada que parecía dejar una estela de chispas color cian. Era precioso, pero su concentración se cortó al escuchar el jadeo de Zerbst.

—¡Azula!

El ave, guiada por la voz, descendió en picada mientras la Vaca se ponía de pie de un salto. Louise se ruborizó mientras farfullaba al recibir un vistazo de su indecente ropa interior; la falda del uniforme llegaba normalmente hasta los tobillos, pero la pervertida lo acortó por encima de las rodillas, con altas botas cafés. 

Olvidándose de la germana, volvió a concentrarse en lo que obviamente era un familiar. De cerca era más impresionante, y sus alas eran más amplias de las que hubiera visto en cualquier otra ave. Las plumas se degradaban de azul terciopelo a uno más claro. Las plumas de su cola, que controlaba con libertad, eran gruesas y mullidas.

Sin dar una explicación, Zerbst corrió en dirección de la entrada. El trio restante la miró con sorpresa. Bueno, dos de tres, porque había una que siguió leyendo como si nada hubiera pasado. Y a ella recurrió Saito para buscar respuesta.

—¿Qué acaba de ocurrir? ¿Por qué tanta emoción?

—Familia —lo dijo, como si eso explicase todo. Tal vez lo hacía.

Louise y Saito intercambiaron miradas, y en una muestra de sincronía que no volvería a ocurrir, asintieron antes de seguir los pasos de la germana. Tabitha fue detrás de ellos sin apartar los ojos del libro, y la sombra del dragón los rodeaba a intervalos regulares. 

Una multitud los recibió, y el hecho de ver a un hombre a caballo que portaba la heráldica de la nación hizo que Louise jadeara. Olvidó de inmediato a la germana mientras se abría paso con dificultad gracias a su baja estatura. Solo su suerte encontrarse a la Vaca a su lado, con el pájaro en mano.

Notó que Saito se unía a ella y solo se quedaron esperando, sin conversación alguna. El cuerpo de Louise casi temblaba con cada segundo que pasaba, que se intensificó al ver los unicornios que tiraban de un carruaje adornado con oro y plata, además de esculturas de los animales que jalaban. Lo había visto tantas veces que era inconfundible.

No obstante, su malestar se vio opacado por la sorpresa al ver otro igual de destacado, solo que este exhibía el rojo como tema principal, seguido del dorado y el negro. Las esculturas, al igual que la bandera, mostraban dos aves, como la que sostenía Zerbst. 

Los animales que lo tiraban no los había visto nunca. Eran grandes e intimidantes, cuya piel oscilaba entre el gris claro y oscuro. Tres cuernos surgían de su cabeza, dos que se curvaban hacia abajo desde su frente y uno hacia arriba desde la nariz. Estaban ataviados con armadura carmesí, con púas que complementaban su aspecto fiero.

Entonces todo hizo clic para Louise. El animal que se acercó a Zerbst, el blasón, los animales que daban miedo, cuyo nombre recordaba como rinocerontes de Komodo, y el rojo, dorado y negro de las decoraciones. 

El descenso de la princesa fue opacado por el del individuo que le seguía. Un hombre que se alzaba cerca de los seis pies, con una armadura ligera pero decorada. La mitad izquierda de su rostro la ocultaba una máscara negra con bordes dorados, y la que estaba libre mostraba un ceño fruncido que debía ser permanente.

El ave, que era un fénix extremadamente raro, voló hasta posarse sobre el hombro del Príncipe Mendigo, quien avanzó sin dedicar una sola mirada a los presentes o reconocer que era el tema de los murmullos. Se puso de pie junto a la princesa, que fue la primera en descender por cuestiones de etiqueta, mientras los guardias limitaban el acceso; incluso los guardias instalados en la Academia estaban catalizadores en mano. 

Todo a partir de ese momento fue como un borrón. La bienvenida grandilocuente que realizó el director, prácticamente una ceremonia de vasallaje allí mismo. Seguido de un almuerzo en que los sirvientes se esforzaron más de lo habitual, junto a los que trajeron desde el palacio para asistir las necesidades de la princesa. Lo único en lo que podían pensar era que la princesa que tanto admiraba y amaba —como amiga— estaba aquí, junto a nada menos que un salvaje germano. 

—¡Realmente es él!

Desearía haber seguido en ese estado letárgico hasta el día siguiente en que pudiera racionalizarlo todo, pero el grito de la vaca germana la devolvió a la realidad. Parpadeó sorprendida al darse cuenta de que estaba dando un paseo por el patio, seguida por el mismo grupo.

—¿Quién era ese tipo? —preguntó Saito—. Parece un edgelord —agregó lo último distraído.

Louise estuvo tentada a inculcarle algo de respeto por la realeza mediante una paliza, pero lo dejó pasar ya que se estaba refiriendo a uno de los germanos. Zerbst ni siquiera parecía ofendida, aunque nadie allí sabía qué demonios era un echlor o lo que fuese. 

—Oh, cierto. Ese era mi primo, Zuko. 

Louise se detuvo abruptamente, girando su cabeza con lentitud. La Vaca no parecía estar mintiendo, pero aquella revelación capaz de inducir shock fue soltada como si nada. Aunque pasó por sobre la cabeza de Saito, y Tabitha claramente ya lo sabía.

—¡¿Cómo estás emparentada con Zygmunt Ulrich Korbinian von Schwarz-König?!

—Qué nombre —dijo Saito con un silbido.

—¡Veo por qué prefieres llamarlo Zuko! —aportó la espada.

—No es la gran cosa. Veras, pequeña Cero, cuando un hombre y una mujer se aman mucho, mucho, ellos...

—¡Sé cómo vienen los bebés, Vaca!

—¡Felicidades! Aquí pensé que tendría que darte la charla, aunque, si necesitas experiencia....

Louise farfulló una serie de insultos de los que su madre estaría decepcionada, pero fue algo instintivo. Respiró hondo un par de veces para calmarse. No quería ocasionar una explosión mientras la princesa estaba aquí, con todos los guardias patrullando como si sus vidas dependieran de ello. En su lugar, invocó la paz interior y la Regla del Acero.

—¡¿Eres una princesa?! —exclamó Saito.

Ahora pareció que la realización golpeó el duro cráneo de su familiar. No podía soportar que la Vaca tuviera no solo una posición por encima de los Vallière, sino que igualase a la princesa Henrietta. ¡Así no era como funcionaba el mundo, y su visión de él se estaba destrozando poco a poco!

—No soy una princesa —dijo con una risa, reparando el mundo de Louise—. El actual emperador se casó con mi tía como su tercera esposa, quien renunció a ser una Anhalt-Zerbst.

—¡¿Tres esposas?! —el grito de Saito no tardó en llegar, seguido de un murmullo—: ¿Cómo podría llegar a Germania?

Louise lo golpeó solo por hábito, porque estaba tanto sorprendida como aliviada. Eso no quitaba que ella tuviese una conexión con la realeza, pero era lo mismo con Louise, así que solo estaban en igualdad de condiciones... Excepto porque la Vaca tenía mejor figura y magia...

—¡No importa! Solo es el Príncipe Mendigo. ¡Que fuese ese salvaje de todos los príncipes solo es un insulto a Su Alteza Henrietta! No es...

Louise se quedó callada cuando vio la varita de Kirche apuntándole. Era la primera vez que la veía enojada, pero el ceño fruncido y el casi gruñido en sus labios fue un indicativo muy claro. Incluso Tabitha se interesó lo suficiente como para levantar la vista de su libro.

—Vigila tus palabras, Vallière. 

Y con esa advertencia, dio media vuelta antes de marcharse. El mundo de Louise se estaba poniendo patas arriba.