IV

Henrietta miró la puerta por lo que parecieron horas, apenas captando los murmullos que venían desde el otro lado. Le costó mucho reunir el valor para tocar, dos golpes largos y tres más cortos. No tenía muchas esperanzas de que recordase, pero el hecho de que la puerta se abriera con tal velocidad la dejó anonadada. 

De pie allí, en un camisón rosado que llegaba por debajo de sus muslos, estaba la persona que Henrietta ansió ver por años. De baja estatura y largo cabello rosado, que iban a juego con sus ojos, abiertos de la sorpresa. No parecía ni siquiera capaz de invitarla a entrar, algo que evitó tomar como un desaire al estar ella misma en un estado parecido.

Reuniendo valor, se movió al interior de la habitación y cerró la puerta, lanzando un hechizo silenciador. Se permitió suspirar al estar dentro de la seguridad de la discreción, así que removiendo su capucha. 

—¡Oh, Louise, Louise, querida Louise!

Incapaz de sostener sus propias emociones, se lanzó hacia su amiga de la infancia. Sentía que su visión se volvía borrosa mientras sus ojos se humedecían. Pero no se permitió llorar, lo había hecho demasiadas veces en el pasado. Se suponía que era una reunión feliz.

—¡Su Alteza no debería hacer algo como esto! —gritó Louise en pánico.

Henrietta ignoró la punzada de dolor ante un tratamiento tan frío, pero lo sobrellevó. Se separó, mirando el rostro sonrojado y titubeante de su amiga, que no podía sostenerla la mirada. La única razón por la cual no estaba sobre una rodilla era porque la sostenían de los hombros.

—Venir a un lugar como este no...

—Por favor, Louise, no actúes tan formalmente. Tú y yo somos amigas... ¿no?

Desearía que lo último no hubiera sonado casi a una súplica, pero no podía evitarlo. Aunque se llevaba bien con Agnès, ella no dejaba de recordar su propia posición en comparación con la de Henrietta, haciendo énfasis en su deber. El hecho de que su madre seguía recluida tampoco ayudaba. 

—Creo que me falta contexto.

Henrietta se sobresaltó al escuchar una voz masculina y giró en su dirección. Casi frunció el ceño automáticamente al vislumbrar cabello negro, pero se controló al notar un rostro de facciones muy distintas a cualquiera en Halkeginia, además de ojos oscuros en lugar de dorados. ¡Aunque aquello no quitaba lo indecente de la situación!

Con las mejillas enrojecidas, Henrietta dio un paso hacia atrás, notando que ambos estaban en ropas de dormir, empeorando la situación. 

—La-lamento i-interrumpir s-su in-intimidad. 

El rostro de Louise prácticamente estalló en escarlata antes de, para sorpresa de Henrietta, sostener el cuello de la camisa del joven para luego arrojarlo fuera de la habitación. 

—¡Ese perro solo es mi familiar!

Ahora que lo recordaba, le llegó un informe al respecto... Tal vez debió rememorar eso antes de lanzar lo primero que le vino a la mente, y cuando iba a disculparse por crear tal malentendido, su amiga habló:

—Y-y no soy di-digna de ser amiga de Su Alteza.

—¡Deja de hacer eso, por favor! —estalló, antes de recobrar la compostura—. Lo lamento, no debería estar aquí cargándote con mis expectativas —era como si las palabras que subían le laceraban la garganta—. Creo que debería...

—¡E-espere!... N-no soy di-digna de ser llamada su amiga, pero... si cree que lo soy...

Henrietta, que había estado en un periodo constante de luto desde hacía tres años, sintió como si estuviera viva por primera vez. Ni siquiera se molestó en disimular las lágrimas mientras se lanzaba a abrazar a su amiga. Debió poner mucha fuerza, porque Louise golpeó su brazo para ser liberada.

—L-lo siento. Es solo que... es demasiado emoción, yo... —respiró hondo para calmar el revoltijo de sentimientos—. Desde mi padre... Wales... Ahora mi matrimonio...

—Con ese salvaje germano —escuchó a su amiga murmurar. 

—No creo que debería estar contando mis problemas...

Ahora que lo estaba haciendo se sentía mucho peor. Imaginó que sería horrible cargar a su amiga con sus cosas, cuando ella ya tenía suficiente en su plato con su propia magia. Ya no le sorprendía tanto que Louise no la considerase una amiga, con lo egoísta que estaba siendo.

—¡Es lo menos que puedo hacer por Su Alteza!

—Henrietta. Por favor, llámame Henrietta, o Ann, como en los viejos tiempos. 

Mentiría si dijera que no la enterneció ver el rubor que se abría paso en el rostro de Louise. También fue linda la forma en la cual asintió.

—Me gustaría a-ayudar como pueda, Ann. 

Como si esa fuera la confirmación, ambas tomaron asiento en la cama. Henrietta ni siquiera sabía cómo comenzar, ahora que su amiga le había permitido desahogarse. Había tantas cosas que acumuló a lo largo de los años, que se sentía confundida. No obstante, decidió ir por la preocupación más inmediata.

—Como sabrás, me casaré con el tercer príncipe de Germania. 

—¡No es más que un insulto, ofrecer algo como el Príncipe Mendigo!

La situación sería hilarante si no fuese demasiado triste. Pasó de estar enamorada del Príncipe Valiente, a tener que casarse con el Príncipe Mendigo. 

—Tristain no tiene nada que ofrecer al Reich Germano —informó Henrietta—. Su fuerza militar supera con creces la nuestra, y su vasto territorio ofrece materia prima, sin mencionar su abundancia en metales.

—¡Por las venas de la familia real de Tristain corre la sangre de los hijos de Brimir mismo! —anunció sin pizca de duda—. Es algo por lo que los paganos y herejes de Germania deberían ofrecer todo.

Henrietta sonrió, más bien una mueca lamentable que no debería estar en el rostro de una princesa. Eso era lo valioso que tenía la línea de Tristain, ese sería el reconocimiento que les haría falta a los ojos del resto de naciones brimíricas, especialmente Romalia. La legitimación que tanto buscaban. 

—El pacto matrimonial incluye que el príncipe König no renuncie a su apellido, y la cláusula principal exige un mínimo de dos hijos, el primero pertenecerá a la Corona de Tristain, independientemente de su género, mientras que el segundo, o subsiguientes, siempre y cuando sea un niño, pertenecerá al Reich.

No hacía falta decir que seguiría con su labor de dar a luz hasta que el Imperio tuviese su varón, uno que el Rey Negro podría moldear bajo su voluntad y poner en el trono de Germania, adquiriendo por fin la sangre brimírica que tanto habían buscado.

Si el primero resultaba ser una niña, complicaría más las cosas; el propio ascenso de Henrietta no estaba exento de oposición por este mismo tema, y no hubo levantamiento armado porque las únicas otras sucesoras eran las hijas de la familia Vallière.

Si ocurría aquel escenario, y luego de que el varón fuese entregado a Germania, solo bastaría con que König decidiera terminar el compromiso y volver a su nación. Luego de años, no sería imposible para el Reich Germano exigir las tierras de Tristain, y estaba segura de que muchos nobles aceptarían el gobierno del Rey Negro.

El rostro de Louise estaba pálido, y aunque Henrietta sabía que no había visto el alcance de todo lo que implicaba el matrimonio, tenía trazos generales. Estaba entre la espada y la pared en este asunto. Si rechazaba, se arriesgaba a perder Tristain en una guerra luego de que la Reconquista reconstruyera su armada; si aceptaba, podría perder Tristain en un juego mucho más largo, paciente y legítimo.

—Y-yo no sabía... Y no puedo hacer nada para ayudar....

Ver a su amiga abatida le rompió el corazón a Henrietta. La abrazó, intentando mitigar su propia culpa. Estaba mal sentirse bien por haber liberado un poco de su carga, porque ahora estaba sobre hombros inocentes.

—Está bien, Louise. Con escucharme me haces la mujer más feliz del mundo, y tus palabras me traen el consuelo que he buscado todo este tiempo. No hay más que mentirosos, aduladores o indiferentes en mi corte. 

—¡Entonces no te cases! —el arrebato de Louise la sorprendió—. ¡Si esto no te trae felicidad, no lo hagas! Si estalla una guerra, cumpliré mi deber como noble para proteger el reino. ¡Los germanos no podrán hacer nada contra mi madre!

Henrietta casi sonrió ante aquel entusiasmo; venía cargado con tanto orgullo por su madre que tampoco pudo evitar envidiarla. Karin el Vendaval, primer caballero femenino y en quien la princesa se inspiró para sus Mosqueteras. Se le consideraba la maga más fuerte de Tristain, e incluso en su retiro, seguía siendo una figura a tener en cuenta. 

Habría estado mucho más segura de sus acciones si no fuese por la existencia del Rey Negro. Su brutalidad y poder, el de un mago de clase cuadrada, fueron ampliamente conocidos por toda Halkeginia cuando se hizo con el trono del Reich. Y era un hombre que, según sus espías, seguía entrenando para la guerra en cada oportunidad, mientras que Karin, si bien hacía ejercicio regularmente, no se preparaba para ninguna batalla.

—Es tranquilizador saber que lucharías por mi libertad, Louise. Me hace sentir más segura.

Admitía que muchas palabras las estaba diciendo con el único propósito de ver ese lado lindo que tanto había extrañado. No significaba que fuesen menos ciertas, pero pudo haberse expresado de una manera que no la avergonzara. 

—No obstante —decidió continuar—, no puedo permitir que las personas a las que debo proteger lo hagan por mí. No me he ganado el derecho de ser llamada princesa, y mucho menos la responsabilidad que conlleva convertirme en reina. 

—Nadie es más digna de ser nuestra reina que tú, Ann. 

El hecho de que su amiga dijera eso sin una pizca de vergüenza, o duda, tomó a Henrietta por sorpresa. Sabía que Louise no le mentira, se le daba fatal hacerlo, pero nunca dejaba de exagerar las cosas por su bien. Esto no parecía esa situación.

—Siempre te has preocupado por todos —Louise sostuvo sus manos con delicadeza, sonriéndole—. Incluso con los sirvientes del palacio, nunca faltó un "por favor" o un "gracias". Siempre consideraste los sentimientos de los demás, en lugar de los tuyos. Y siempre te he admirado por eso, porque eres a lo que la nobleza debería aspirar.

Por segunda vez esa noche, Henrietta permitió que las lágrimas fluyeran de sus ojos. Realmente era una princesa sin remedio, permitiendo que una persona con sus propios problemas, igual o más grandes que los de ella, hiciera una pausa para preocuparse por los de Henrietta.

A pesar de las palabras, o tal vez impulsada por ellas, encontró su resolución para sobrellevarlo. Si Louise podía enfrentar lo que era una discapacidad para los magos y seguir sonriendo de forma tan hermosa, alentándola en su dolor, ¿cómo podría Henrietta quejarse ante el destino de cada princesa? 

Su caso no era especial, tampoco sería el último, pero, a diferencia de las demás, podría... No, debía sacar provecho de la situación. 

  1. Romalia, Gallia, Tristain y Albion