V

Saito observó la puerta cerrarse en su cara con un portazo. Su mandíbula colgaba ante eso. Lo habían echado del lugar donde dormía, y ni siquiera le dejaron llevar a Derf consigo para distraerse. ¡Lo agarró como si fuera basura y lo sacó para ser recogido!

Si no estuviera acostumbrado a ser tratado como menos que un perro, y un perro cuando estaba de humor, se habría sentido ofendido. En lugar de eso, decidió comenzar con un paseo, a pesar de que estaba vistiendo pantalones que le llegaban a las rodillas y carecía de zapatos. 

Habría considerado quedarse fuera de la habitación para esperar, pero eso sería aburrido y no quería lucir sospechoso. Los guardias patrullaban cada pasillo, y lo último que necesitaba era ser arrestado solo porque encontraron que era un hombre en la torre de las chicas. Incluso los sirvientes estaban nerviosos, y Siesta no había tenido tiempo para charlar con él.

Otra razón por la cual no se dirigía a ellos. Solo los metería en problemas. Con la realeza bajo techo, estaba seguro de que revisarían a cualquiera que entrase a las cocinas o las habitaciones, en especial si no tenían permiso para estar allí. 

Así que aquí estaba, solo, lejos de casa, echado de la habitación en la que dormía y sin un destino fijo. Recorrió el patio hasta que algo llamó su atención, agudizando su mirada, volviendo a dejar caer la mandíbula al reconocer la vista.

Era otra vez el tipo al que llamaban Príncipe Mendigo, o Zuko según Kirche. Era varios centímetros más alto que Saito, casi seis pies, tal vez cinco con ocho o más, era difícil de decir. Tenía dos sables en mano, los cuales estaban cubiertos de llamas mientras los usaba para practicar. De vez en cuando el fuego se extendía desde el arma en forma de medialuna, al menos por varios metros, antes de desvanecerse. Su esgrima lo estaba combinando con patadas y saltos.

No pudo evitar compararlo con lo que estaba haciendo en la mañana, y fue patético. ¡En su defensa, nunca había hecho nada de esto! Y de seguro este tipo creció con una espada en su mano, algo que, pensándolo bien, Saito podría usar para aprender.

Sin nada mejor que hacer, se acercó lo suficiente. Estaba junto al árbol en el que tendían a sentarse; el grupo heterogéneo prácticamente lo había reclamado. El pájaro, que Kirche le había dicho que era un fénix, estaba posado en una rama. Tanto ella, porque al parecer era hembra, como su dueño, notaron su acercamiento.

El príncipe lo miró con el ceño fruncido, y aunque reconocía que era intimidante, Saito recibía palizas casi a diario. Hacía falta más que una mirada para hacerlo retroceder. 

—¿Qué hay? Zuko, ¿no?

Lo miró con confusión antes de que volviera a poner el mismo rostro malhumorado. Con un movimiento de muñeca, los sables se apagaron y los guardó en las fundas de su cintura, a pesar de que humeaban. ¿No deberían estar calientes?

—¿Cómo sabes ese nombre? —su voz era un poco áspera y hostil.

—Kirche lo mencionó esta mañana —se encogió de hombros, notando la rigidez ante el nombre de la maga germana—. Dijo que eran primos. 

Aunque era obvio que Zuko dudaba en dar cualquier tipo de información, terminó por asentir, antes de escudriñarlo con la mirada. Lo observó de arriba abajo, como si estuviera evaluando una amenaza, pero perdería su tiempo, porque Saito no lo era.

—Soy Saito, por cierto. Hiraga Saito.

—Es un nombre extraño —escuchó a Zuko murmurar y suspiró, ya habituado—. No obstante, te ves como un habitante del lejano oriente, a pesar de hablar a la perfección el tristaniano.

Cualquier razonamiento se detuvo cuando lo escuchó mencionar algo parecido a la existencia de Japón. Se adelantó hacia él, casi invadiendo su espacio personal de no ser porque lo vio llevar las manos a las empuñaduras ante el movimiento repentino. Eso no disminuyó su emoción.

—¡¿Sabes algo sobre este oriente?!

—¿No eres un habitante? —su voz transmitía la misma duda que su rostro.

—Fui traído aquí por el Ritual de Invocación Familiar.

Si antes lo miraba como si tuviera una segunda cabeza, ahora no le sorprendería si Zuko creyera que era alguna especie de loco. Incluso el pájaro, Azula, se posó sobre el hombro de su amo y lo escudriñó, como si dudara de que desempeñaran el mismo cargo. Solo parecieron darle el beneficio de la duda cuando les enseñó las runas.

—Pensé que no era posible invocar humanos —la curiosidad primaba sobre la confusión, secundado por un chirrido de Azula.

—Pregúntale al meñique que me trajo aquí —gruñó con frustración, pero luego sacudió la cabeza con vehemencia—. ¡Eso no importa! Mencionaste un lugar en oriente, pero nadie más me ha hablado de eso.

—No es extraño —cada palabra parecía forzada, como si prefiriera estar en otro lugar—. Germania cuenta con muchas colonias al este de Halkeginia. Aunque no nos extendemos más allá de Naolia y algunas regiones de Ruthania en el este —parecía un poco distraído mientras hablaba—, además de Tobia, Lamerecsia y Vher —ahora estaba murmurando, ausente—. La ascendencia de mi familia se remonta hasta algún lugar suroriental de Rub' al Khali, desde donde deberías provenir. 

¡Este tipo podría tener ancestros asiáticos! Aunque eso no era lo importante. ¡Existía una versión de Japón, o China! Realmente no le importaba, siempre y cuando usasen kanji. Ya decía él que esta Tristain se parecía demasiado a Francia, y que Germania no podía ser una coincidencia. ¡Si incluso lo llamaban Reich!

Zuko, como si recordase que tenía compañía, negó con la cabeza. Su mirada volvió a Saito, pero ahora había cierta suspicacia en sus ojos. Esto confundió al familiar, y cuando iba a preguntarle qué sucedía, el príncipe se adelantó.

—¿Cómo conoces a Kirche? —la sospecha y ligera agresividad se hicieron notar.

Oh, Dios, la pregunta que temió. Y ni siquiera era su novio como para recibir la charla. Solo un tipo atrapado en el fuego cruzado de una loli y la seductora número uno de la escuela. Aunque no sabía si realmente se acostaba con todos esos hombres, no parecía del tipo.

—¡Solo soy el familiar de Louise! —movió sus manos en señal de negativa ante cualquier acusación—. ¡Ellas se la pasan discutiendo y yo solo estoy atrapado en medio! Tal vez soy un amigo, no sé.

Y mejor no hablar sobre las insinuaciones, o todos los pretendientes. Podría no creerlas, y luego sería como si Saito estuviera diciéndole al hombre que su prima era una... Mejor no pensar en eso, todavía desconocía si la magia era capaz de telepatía. 

—¿Es por casualidad Leblanc de La Vallière? —ante el asentimiento de Saito, lo vio suspirar—. Eso lo explica todo, entonces.

Eh, al parecer eso de la rivalidad legendaria entre ambas familias no era una mentira solo para justificar el estar en la garganta de la otra. ¿Quién lo diría? Había más allí que la envidia de Louise por ser plana. 

Saito iba a continuar hablando, pero su boca se cerró con un clic al notar la figura que se acercaba por detrás de Zuko. Ahora, el joven familiar nunca se consideró una persona que entendiera a las mujeres, sería una mentira argumentar lo contrario. Pero, luego de recibir palizas de una casi a diario, había aprendido a discernir cuando estaban de mal humor.

—Vaya, pero si es mi querido primo Zuzu —el mencionado se estremeció—, quien me ha estado evitando desde que llegó a la Academia. 

Sabía que esto era alta traición, pero Saito no se avergonzó de escapar. Rezaría por el alma de la víctima. Cuando terminase la paliza, que posiblemente sería solo verbal, le daría la bienvenida a su hermandad de hombres abusados. 

 

§

 

No iba a negar que le causó un cierto placer vengativo ver a su primo, que siempre intentaba ser la persona más seria y madura en la habitación, estremecerse por la sorpresa. Saito, por su parte, fue inteligente y les dio privacidad; se aseguraría de agradecerle después, su voz fue lo que la atrajo. 

Zuko ni siquiera se giró, estaba rígido en su sitio. Vestía ropas ligeras, de tonalidades rojas, marrones y algo de dorado. No era un estilo germano, se veía como algo que se podía conseguir de khalanos. La moda de Rub' al Khali le quedaba bien.

La único que se movió hacia Kirche fue Azula, que obtuvo caricias como recompensa. El fénix tenía más o menos las dimensiones de un águila real, según su preferencia, al menos. 

—¿Ni siquiera vas a mirarme, Zuzu? 

—No me llames Zuzu —respondió por fin.

La voz de su primo fue baja, con una típica respuesta cortante. No lo tomó personal, sabía que no era el tipo de persona que se especializaba en las habilidades sociales. Siempre fue tímido, supuso que ese borde afilado fue una consecuencia de cuatro años en el ejército. 

Suspirando, permitió que Azula volara hacia el árbol mientras se acercaba. Era obvio que Zuko se estaba resistiendo de correr. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo rodeó en un abrazo. Tal como siempre, su temperatura corporal era alta; una persona no acostumbrada podía pensar que estaba enfermo.

—Te extrañé, Zuko. 

No se molestó en esconder el alivio, la nostalgia y la alegría que estaba sintiendo en ese momento. A pesar de haber detestado todas esas novelas en las cuales la protagonista tiene que esperar, cual damisela en apuros, a que su familia o prometido volviese de la guerra, fue sumamente irónico verse sometida a tal escarnio del destino. 

—Yo también —murmuró, girándose por fin. 

No había cambiado demasiado en dos años. Solo se hizo más alto, porque su complexión siempre fue delgada; ella nunca dejaba de burlarse por su incapacidad de construir musculatura. A diferencia de la mañana, su ceño no estaba fruncido, pero, como casi siempre, no sonreía, aunque el rostro relajado era una prueba de su buen humor.

Casi jalándolo, se sentaron, hombro con hombro, bajo el árbol que su extraño grupo había reclamado. Flamme, de quien se había olvidado, se enroscó cerca de ambos, iluminándolos y calentándolos con su cola. Azula, por otro lado, se posicionó en el regazo de Kirche. El arrogante fénix le dio lo que debería ser una mirada altiva a la salamandra antes de acomodarse.

Sin miramientos, Kirche le quitó la máscara sin ninguna resistencia. Tuvo que morderse el labio para evitar decir cualquier cosa. El hecho de que Zuko cerrase los ojos significaba que Kirche le estaba dando una mirada que no quería recibir. Siempre había odiado la lástima.

Con la mano temblorosa, tocó la piel quemada. Se extendía hasta su oreja, que se ocultaba con el cabello. Era casi la mitad de su bello rostro el que había sido desfigurado. Si no estuviera tan asustada del Rey Negro, se habría atrevido a insultarlo en voz alta. 

Alejó la mano, pero no le devolvió el objeto. No tenía por qué ocultarse frente a ella, y él lo sabía; sus ojos se abrieron. Kirche adecuó su expresión para no hacerlo sentir más incómodo, porque el tema que le seguía definitivamente lo sería.

—No nos hemos visto por dos años —comenzó, dudando un poco sobre si seguir—. Y... lamento lo que ocurrió con el tío Iroh. 

Zuko inhaló con fuerza, antes de suspirar. La rigidez de sus hombros desapareció, inclinándose hacia adelante. Se veía agotado, pero pronto volvió a su ser habitual. Como si no mereciera ningún tipo de consuelo, o derecho a la tristeza, a pesar de que Ivor Rolf Harald, o Iroh, quien amaba los apodos, fue más un padre para él que Ozwald.

—Fue hace un año, ya lo superé.

La forma en la cual habló significaba que no eran sus palabras. Ya podía imaginar el escenario, porque no habría sido extraño que recibiera una carta del Rey Negro donde le ordenaba no participar en el luto. Porque el luto era debilidad, y viniendo de un hombre que mató a su propio padre por el trono...

—¿Igual que lo hiciste conmigo, Zygmunt?

No quería reprocharle nada, pero le dolía. Dos años sin verse a la cara, lo entendería debido a su situación, pero las cartas dejaron de llegar un año después. Ni siquiera recibió respuesta cuando envió sus condolencias por la muerte del tío Iroh. 

Verlo apretar los puños le sirvió para darse cuenta de la estupidez que dijo. De inmediato se sintió horrible.

—L-lo la-lamento, no debí...

—Lo siento... —sonaba como si las palabras mismas le dolieran, aunque sabía que no era por disculparse—. Luego de la muerte de mi tío yo...

Lo que sea que quisiera decir, debía ser algo que denotase debilidad, o lo que Ozwald creía que era debilidad. Kirche, para alentarlo, tomó su mano y acarició el dorso con el pulgar. Al principio esto lo puso mucho más tenso, pero fue relajándose con el paso del tiempo.

—No solo era indigno de tu compañía —ella quiso refutar, pero lo dejó continuar—.  Su Majestad —Kirche, que siempre lo escuchó llamarlo «padre», se quedó boquiabierta— deseaba que cortara los lazos que me causaban debilidad... Que fue bueno... que el tío...

No fue necesario seguir. Ya podía imaginar que al Rey Negro le pareció correcto que muriese el tío Iroh. No solo era el mayor de los hermanos, sino que se le consideraba más carismático, inteligente e incluso poderoso que el actual Káiser; esto último hasta la muerte de Ludwig, el hijo de Iroh. Incluso luego de eso, el famoso Dragón del Oeste lo igualaba en poder.

Verse libre de su mayor enemigo político debió ser un buen día para el Rey Negro, así que quiso mejorarlo. Prohibirle a Zuko seguir en contacto con ella, la heredera de los Anhalt-Zerbst, lo privaría de su única aliada. Y, para colmo, Kirche podía sumar dos y dos para saber quién estaba detrás de su matrimonio arreglado. 

—Comprendo... —estaba tan tenso que no le sorprendería que se quebrase la espalda—. ¿Hiciste algo interesante en el último año?

Era poco lo que podía hablar con su primo que no fuese algo que despertase algún mal recuerdo. No obstante, tan malo como fue su exilio, siempre se deleitó en el cumplimiento de su deber. Ayudar a Germania, incluso mediante un castigo, era de las pocas cosas de las cuales sabía que Zuko se sentía orgulloso. 

—No fue demasiado diferente que en años anteriores —se acomodó contra el árbol, mirando las lunas—. Viajé más hacia el sureste. Hubo amenaza de rebelión en algunas colonias, y un aumento del bandidaje junto a otros delitos. 

Y como si hubiera olvidado cualquier tipo de sentimiento negativo, procedió a narrar su tarea imposible. Ozwald le ordenó que debía no solo sofocar los levantamientos de las colonias, sino también afianzar el control de Germania. Al principio comenzó con las más cercanas al territorio de los Anhalt-Zerbst, lo que permitía una visita secreta cada varios meses, y las cartas nunca dejaron de llegar; como noble, ella pagaba las entregas veloces. 

Pronto comenzó a alejarse hacia oriente, hasta que se cortó la comunicación. Tenía que prácticamente asegurar una colonia por mes; tal vez era una hipérbole, pero así de laboriosa era la tarea. Y tenía prohibido quedarse en territorio germano más allá de las colonias, y nunca pisaba las mansiones de los nobles supervisores. 

A medida que avanzaba con el relato y la noche parecía hacerse más fría, Kirche se apoyó en el hombro de Zuko. 

—¿No has pensado en visitar Rub' al Khali? —preguntó cuando mencionó lo cerca que estuvo; unas dos semanas en su barco privado—. El tío Iroh nunca se cansaba de mencionar su ascendencia. 

Según las historias del tío, provenían de un noble caído que escapó a territorio nororiental de Germania. De allí el extraño color de ojos de Zuko y su familia, a pesar de que sus facciones y físico coincidía con el de la región. 

—Recibí ordenes de volver —esa fue la mayor confesión de querer algo que iba a sacarle—. Venir a Tristain y contraer matrimonio con Dame Stuart. 

—¿Qué hay de tus hombres, o del ejército germano que debería acompañarte? Y ¿cómo vas con tu seducción de la princesa?

Evitó reírse cuando notó su rostro enrojecer. Balbuceó un poco antes de aclararse la garganta, desviando la mirada. Conociendo a su primo, ignoraría la segunda pregunta.

—El ejército solo fue una muestra de poder, y pronto volvieron a Germania —lo que significaba que no le fue asignado ningún guardia—. Mi regimiento permaneció en el Reich. No es justo que deban seguirme cuando tienen la oportunidad de volver a casa.

Kirche lo miró con una sonrisa triste. Zuko pudo no haberlo dicho, pero ese también era su deseo. Y en lugar de ser mezquino y evitar que sus hombres tuvieran lo que él siempre ha querido, lo ofreció gustoso. Ella no sabía si podría ser así de amable alguna vez.

—¡Ve el lado positivo! No tienes a nadie respirando en tu cuello. Solo tienes que evadir a los guardias tristanianos para colarte en la habitación de...

Zuko se aclaró la garganta con fuerza para interrumpirla. Kirche se rio a carcajadas ante su actitud. A pesar de ser un hombre, era todo un mojigato, lo que lo hacía adorable. No pudo evitar pellizcarle una mejilla, recibiendo quejas al respecto.

—¡Ya no soy un niño! —ciertamente sonaba como tal.

—Awww. Es cierto. Mi pequeño Zuzu es todo un hombre. Deja que la prima Kiki te de cariño. 

Zuko frunció el ceño, cosa que la hizo reír todavía más. Incluso decidió fingir que no lo vio a él sonreír un poco. Nunca le ha gustado que se lo señalen, porque era otra supuesta muestra de debilidad. 

Un viento particularmente fuerte la hizo estremecer. Había olvidado que los uniformes de la academia no protegían demasiado contra el frio. Fue instintivo abrazar a su primo, suspirando de satisfacción por el calor. 

—¿No deberías volver? —preguntó Zuko.

—Nop. Pienso ponerme al día contigo. Hemos perdido muchas horas del día. ¡Es tu deber como mi querido primo mantenerme caliente!

Lo escuchó suspirar, pero pronto levantó una mano, generando una llama en ella; fingiría otra vez que él no estaba sonriendo. Dejó escapar otro suspiro de satisfacción, justo en el momento en que Flamme movía la cola. La posicionó sobre las piernas de Zuko, golpeando a Azula en el proceso. El fénix solo le dio una mirada amenazante, tanto como un ave podría, antes de volver a acomodarse en Kirche. 

Sería una noche larga, pero una que iba a disfrutar.