Punto de vista: Alexander
Después de lanzar la patada, el tipo salió volando como si lo hubiera atropellado un tren celestial.
Una vez que aterrizó —o más bien, se estrelló contra los escombros—, me giré con calma hacia la chica que acababa de salvar.
Incluso bajo esa armadura reluciente, era fácil notar que se trataba de una mujer impresionante. La princesa caballero. Su cabello rubio se escapaba ligeramente por debajo del casco, y sus ojos verdes, de forma almendrada, me miraban fijamente. Su piel era pálida como la porcelana.
—Hola, disculpa la molestia, pero… ¿me podrías ayudar con algo?
La princesa me observó con la boca entreabierta, como si hubiese visto algo imposible.
No pude evitar sentirme un poco incómodo.
Sin embargo, antes de que ella pudiera siquiera contestarme, una presencia mágica nauseabunda se alzó detrás de mí. Algo denso... y oscuro.
—¡Maldito! ¡¿Cómo te atreves a golpearme la cara?! —rugió el sujeto de antes.
Al girarme, lo vi emergiendo de entre los escombros. Rodeado por un aura maligna, invocó una serie de círculos mágicos desde los cuales comenzaron a aparecer bestias monstruosas. Criaturas que, por sus auras, eran evidentemente peligrosas.
“Magia de invocación de alto nivel... no puedo copiar eso. No tengo bestias bajo mi contrato.”
Mi Divinidad de Estrategia y Conflicto se activó de inmediato, guiando mis pensamientos.
—Un momento, por favor. Me libraré de esta molestia.
Siguiendo el impulso divino, invoqué mi Divinidad del Control del Clima.
Levanté la mano hacia el cielo y empecé el cántico:
—Yo, creador y controlador de la guerra...
El cielo respondió de inmediato. Nubes negras comenzaron a reunirse, cubriendo el firmamento, mientras truenos rugían como bestias salvajes.
—Mando a los cielos como su maestro... ¡obedecedme!
El viento rugió con violencia. Un torbellino se formó en el campo de batalla, arrastrando y reuniendo a todas las bestias en un mismo punto. Luego, los rayos comenzaron a caer.
No uno ni dos. Decenas. Cientos.
Rayos de precisión quirúrgica destrozaban sin piedad a cada criatura. El general logró esquivar algunos, pero pronto fue superado. Su asistente… simplemente desapareció.
Tras confirmar que ninguna bestia quedaba en pie, desactivé mi divinidad.
Me acerqué al lugar donde el general, o lo que quedaba de él. Su cuerpo estaba carbonizado, sus ropas hechas jirones, su respiración agitada.
Me miró, con los ojos entrecerrados, y murmuró entrecortado:
—Tú… héroe… maldición… emperador… peligro…
Antes de poder entender lo que intentaba decir, exhaló su último aliento.
—Murió —comenté en voz baja.
Sorprendentemente, no sentí nada. Ni pena, ni culpa. Solo… un leve vacío.
Me di la vuelta y, al hacerlo, me encontré con la mirada atónita de la princesa. Ella y los soldados en la muralla me miraban como si acabaran de presenciar el descenso de un dios.
—Disculpe... —dije para romper el silencio incómodo.
—A-ah, sí… —tartamudeó la princesa, aún en shock—. Disculpe, señor héroe, por mi grosería. Es un honor contar con su ayuda.
Ahí estaba de nuevo… esa palabra.
"Héroe".
—Antes que nada, ¿no crees que deberías ayudar a tus subordinados?
Le señalé con la barbilla a sus caballeros, muchos de los cuales seguían en el suelo, gravemente heridos.
Ella se volvió con los ojos abiertos de par en par.
—¡Sanadores! ¡Enviad a los sanadores ahora mismo! —gritó con voz firme.
—¿Sabes alguna magia curativa? —pregunté, curioso.
—Sí, pero… solo es una magia de nivel bajo —respondió algo avergonzada.
—¿Podrías mostrármela?
—Claro.
La observé atentamente mientras comenzaba su cántico. Era algo torpe, pero lleno de convicción.
—Yo, Lernia, pido a la fuente de poder… concede el poder para sanar a los inocentes… ¡Curar!
Un pequeño círculo mágico en forma de hoja verde brilló en su palma. Al extender la mano hacia uno de los caballeros heridos, una suave luz envolvió su cuerpo. Las heridas superficiales comenzaron a cerrarse lentamente.
Una magia simple… pero efectiva.
Asentí en silencio. No estaba mal.