El vizconde nos observaba con sospecha.
Sus ojos pasaban de mí a Andrea, midiendo cada detalle con desconfianza.
Fue entonces cuando la princesa Lernia dio un paso al frente y rompió el incómodo silencio.
—Él y su compañera son aventureros que me han acompañado durante el viaje —explicó con voz firme, pero serena.
Aunque aún con cierta duda en el rostro, el vizconde dejó pasar el asunto sin hacer más preguntas. Quizás por respeto a la princesa, o porque no era momento de indagar más.
Al final, Lernia mencionó que deseaba reclutarnos.
Tuvimos que acompañarla.
Gracias a un hechizo de traducción que lanzó la princesa, Andrea pudo empezar a entender nuestras conversaciones sin dificultad.
Poco después, llegamos a la mansión del vizconde Reidol. La princesa fue conducida a una reunión privada con él, mientras Andrea y yo fuimos guiados a la habitación que nos habían preparado.
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[Punto de vista: Princesa Lernia]
Me encontraba en el despacho del vizconde. Mientras aguardábamos, el mago de la casa terminaba de activar una barrera mágica de privacidad.
Una vez terminada, Reidol cruzó los brazos.
—Bien, su alteza… ¿podría decirme exactamente qué ha pasado?
Su tono era inquisitivo, pero medido. Un político veterano.
—Puedo asegurarlo con solo verlo: ese joven es peligroso —añadió él mismo, antes de que pudiera responder—. Además, encaja con la descripción que me enviaron mis agentes del hombre que convocó rayos para aniquilar a un ejército entero de bestias mágicas.
Sonreí, un poco impresionada.
—No esperaba menos de usted, vizconde Reidol.
—¿Vienen del otro mundo, cierto?
Asentí con suavidad.
—No puedo entrar en detalles… pero sí, estoy segura de que provienen del mismo mundo que los héroes invocados por la iglesia.
El vizconde entrecerró los ojos.
—Entonces… ¿son héroes?
—Lo más probable.
—Sin duda es un asunto impresionante.
Se recostó en su sillón, meditando.
—Y bien, su alteza… ¿cómo piensa hacer que se unan a su causa?
Le lancé una mirada de medio reproche.
—Al parecer no se te escapa nada.
El vizconde soltó una risa breve y grave.
—Jajaja… por supuesto. Al fin y al cabo, soy el responsable de vigilar la facción de su alteza.
Aproveché el momento para pedirle un informe detallado sobre la situación en la capital.
Gracias a sus espías, el vizconde había logrado reunir información relevante.
Aparentemente, el rey aún seguía con vida, por lo que el conflicto abierto entre facciones no había estallado del todo. Sin embargo, la situación era crítica. La reina ya estaba moviendo piezas.
—Ha empezado a reunir aliados del primer príncipe en puestos clave de la administración —explicó Reidol, entregándome una carpeta con documentos confidenciales.
Solté un largo suspiro.
La única opción era llegar cuanto antes a la capital… y prepararme.
—Reúne a los miembros de nuestra facción. Diles que no se muevan sin una orden directa mía —ordené mientras hojeaba los informes—. Una vez que estalle el conflicto entre los príncipes, aprovecharemos para debilitar su influencia desde dentro.
—Así será —afirmó el vizconde, inclinando ligeramente la cabeza.
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[Punto de vista: Santa Ángela]
Mi escuadrón de escolta y yo habíamos llegado finalmente a la ciudad de Torreón.
Según la revelación de la Diosa, el héroe se encontraba en este lugar.
Nos dirigimos sin demora hacia la iglesia local para obtener más información. Al entrar, el silencio sagrado del templo me envolvió.
Sin decir una palabra, me acerqué al altar.
Me arrodillé y comencé a rezar.
Un instante después, la voz de la Diosa resonó en mi mente, como un eco divino que atravesaba las barreras de la razón:
"La heroína se encuentra con aquel que posee el poder de Dios, siendo humano. No se debe provocar su ira, pues él es el cazador de lo divino."
Al terminar el mensaje, abrí los ojos lentamente. Me sentí… paralizada.
No sabía cómo proceder.
Informar de este oráculo a la iglesia central sería un error. Los conozco demasiado bien… la sola mención de una existencia capaz de oponerse a nuestra Diosa los enloquecería.
Convocarían una cruzada.
Reunirían a los caballeros sagrados con la intención de doblegarlo… o destruirlo. No considerarían la posibilidad de perder. Solo pensarían en cómo robar ese poder divino para sí.
Miré el altar con seriedad.
Este mundo podría estar al borde de un nuevo destino… uno que ni siquiera la iglesia puede controlar.