Un joven de unos veinticinco años irrumpió en el comedor sin anunciarse, caminando con paso decidido hacia la princesa Lernia.
Sin esperar aprobación alguna, se acercó a su asiento, se inclinó exageradamente y habló con tono grandilocuente:
—Alteza, es un honor conocerla. Soy Alfons Reidol, hijo del vizconde Reidol… y futuro señor de esta casa —dijo con una sonrisa que chorreaba vanidad.
La princesa le devolvió la cortesía con una sonrisa diplomática.
Pero bastó con ver el rostro del vizconde para saber lo que pensaba de su hijo.
—Insolente... ¿¡cómo te atreves a presentarte así!? —espetó el vizconde, reprimiendo su furia con esfuerzo.
"Parece que no lo tiene en muy alta estima…"
Mientras observaba el tenso intercambio, una sensación extraña recorrió mi cuerpo.
Una energía invisible... pero intensa... comenzó a escanear todo el lugar.
Y entonces, todo se detuvo.
Literalmente.
El sonido cesó. Las personas quedaron congeladas en el tiempo.
—¿Q-qué está pasando...? ¿Por qué todos... se han detenido? —preguntó Andrea, nerviosa.
—Tranquila, no siento peligro —le respondí, aunque mis sentidos estaban en alerta.
Sentí una presencia… poderosa. Sagrada.
Y entonces, frente a nosotros, apareció una mujer.
Era… hermosa. Demasiado. Su belleza era tal que parecía romper las leyes de lo natural. Tenía una figura etérea, y desde su espalda se desplegaban alas resplandecientes como la luz del alba.
—¿Un ángel...? —murmuré.
A pesar de su energía divina, no sentí intención hostil.
Pero Andrea...
—¡Ah...! —soltó un grito sofocado mientras caía de rodillas.
Su rostro reflejaba dolor. Sufrimiento.
Sin dudarlo, activé parte de mi divinidad. Mi fuerza y velocidad aumentaron al instante, y me preparé para actuar.
El ángel, al sentir mi poder, retrocedió un paso con una expresión de puro terror.
—¡P-por favor! ¡No tengo intención de pelear con su excelencia! —se apresuró a decir, bajando la cabeza con respeto—. Solo he venido a entregar un mensaje de mi señora.
—¿Qué mensaje?
—Mi señora desea reunirse con usted... cara a cara. En el Templo de la Ciudad Santa.
Su tono era solemne. El ambiente parecía contener la respiración.
—¿Y por qué debería ir?
—Porque... ella afirma saber cómo regresarlo a su mundo —respondió sin titubear.
Mi mente se detuvo por un instante.
—¿Dices que conoce el modo de viajar entre dimensiones?
—Lo lamento… pero eso es algo que solo mi señora, la diosa Rexia, puede hacer —dijo bajando la mirada.
—Ya veo…
"Al final... no hay otra opción, ¿eh?"
—¿Cómo llego a la Ciudad Santa?
—No se preocupe. En esta misma ciudad se encuentra la Santa de la Iglesia. Ella ya ha sido informada de su presencia. Solo debe pedirle que lo guíe —explicó el ángel, con un leve gesto de reverencia.
No había nada más que decir.
—Acepto.
—Gracias por su comprensión, excelencia. Entonces, me retiro —dijo el ángel, antes de desvanecerse en una bruma de luz.
Apenas un segundo después, Andrea recuperó el aliento y se puso de pie. Al mismo tiempo, el flujo del tiempo volvió a la normalidad.
Pero entonces…
—¡Oye, plebeyo! ¿Cómo te atreves a levantarte frente a un noble sin permiso? —rugió Alfons, el arrogante noble, como si no hubiese notado nada extraño.
No tenía ganas de responderle.
—¡Oye, maldito! ¿¡Cómo te atreves a ignorarme!? —gritó de nuevo, perdiendo completamente el control.
Desenfundó su espada con violencia.
—¿Qué crees que estás haciendo...? —intervino el vizconde, furioso.
—¡Detente ahora mismo! —ordenó Lernia con voz firme.
Pero era demasiado tarde.
La espada de Alfons ya estaba en movimiento. Avanzó hacia mí y me colocó la hoja en el cuello.
—¡Cuidado! —gritó Andrea.
¡Clank!
El sonido metálico resonó cuando la hoja tocó mi piel.
No me hizo ni un rasguño.
El silencio cayó como una losa. Todos los presentes quedaron paralizados por la escena.
Con calma, giré la cabeza y lo miré.
Activé una fracción de mi divinidad.
Mis ojos brillaron por un instante, y solo dije una palabra:
—Fuera.
Una onda invisible de poder envolvió el comedor.
Alfons salió volando por el aire como un muñeco de trapo, atravesando una silla y estrellándose contra la pared con un quejido sordo.
La habitación quedó en absoluto silencio.
La cena… había terminado.