El comedor quedó sumido en un silencio absoluto.
Mi aura divina aún flotaba en el aire como una niebla opresiva. Nadie se atrevía a moverse.
El vizconde, la princesa, los sirvientes… todos estaban paralizados por la presión.
Andrea, incapaz de resistir el peso de mi presencia, se desmayó. Varios criados colapsaron junto a ella.
Suspiré y disipé la presión que emanaba de mí.
—...Lo siento —murmuré, apenado.
Me acerqué a Andrea, la cargué suavemente en brazos y la llevé de regreso a su habitación.
La recosté con cuidado en la cama y me senté en el sofá cercano. No pensaba dejarla sola.
"Este mundo es más peligroso de lo que imaginaba…"
Decidí que al día siguiente buscaría a la Santa, tal como había indicado el ángel. Pero la seguridad de Andrea se había convertido en mi prioridad.
Mis técnicas mágicas y mi velocidad divina serían claves si quería protegerla.
Esa noche no tenía intención de dormir. Permanecí en silencio, con los sentidos alerta. Y entonces...
Un escalofrío recorrió mi espalda.
"…Algo viene."
—¡Shield! —exclamé, conjurando una barrera mágica que envolvió toda la mansión.
Un rayo oscuro cayó del cielo, impactando con fuerza la barrera. El estruendo sacudió la ciudad, haciendo temblar el suelo... pero mi escudo lo resistió.
Andrea despertó de inmediato.
—¿Q-qué está pasando? —preguntó sobresaltada.
—Quédate detrás de mí —le ordené.
Los soldados comenzaron a rodear la mansión, alertados por el impacto.
Pero entonces… otro rayo cayó. Esta vez, diferente. Lo sentí en el alma.
Poder divino.
—¡Maldición!
El segundo rayo atravesó la barrera sin dificultad.
Sin pensarlo, activé mi divinidad de resistencia y velocidad. Me impulsé hacia la trayectoria del ataque, colocándome justo en su camino.
Una luz roja me envolvió.
Mi cuerpo resistió gracias a la divinidad, apenas sufriendo daño. Pero los restos del ataque impactaron contra la mansión.
Todo lo que tocaba esa luz… desaparecía sin dejar rastro.
Un tercio de la mansión fue borrado de la existencia.
Clap. Clap. Clap…
Un aplauso burlón resonó desde el cielo.
—Impresionante.
Allí flotaba un hombre de mediana edad, vestido con un elegante traje negro y una capa que ondeaba como si tuviera vida propia. En su mano sostenía una espada simple… pero irradiaba energía divina.
Miré a mi alrededor. Varios hombres, claramente sus subordinados, rodeaban la mansión.
—Lamento el ataque repentino, pero necesitaba confirmar algo —dijo con voz firme—. Que realmente posees poder divino.
Su tono era provocador… pero no arrogante. Más bien, inquisitivo.
—¿Quién eres?
—Mis disculpas por la demora en presentarme. Soy el emperador del Imperio Oscuro, Máximo Triel Drake.
El nombre me sonaba. Uno de los gobernantes más temidos de este mundo.
—¿Vienes por venganza? ¿Por tu sirviente muerto?
—No. He venido a comprobar si eres… como yo. Alguien bendecido por los dioses —dijo, observándome con intensidad—. Pero ahora sé que no lo eres.
En ese instante, su espada brilló con una luz deslumbrante.
Sin advertencia, el emperador se lanzó hacia mí.
Su velocidad era impresionante… pero gracias a mi divinidad, pude seguirle el ritmo.
Vi venir su ataque. Esta vez no podía recibirlo directamente: si fallaba, la mansión entera desaparecería.
Seguí mi instinto.
Me moví como un relámpago, tomé su muñeca en pleno ataque, y aprovechando el impulso de su estocada, giré sobre mí mismo y lo estampé contra el suelo con una fuerza brutal.
¡BOOM!
La tierra tembló bajo el impacto.
En ese mismo instante, ecos de batalla comenzaron a oírse en los alrededores.
La guerra… había comenzado.