El Emperador Oscuro se lanzó hacia mí, blandiendo su espada cargada de poder divino.
—¡Haaah! —rugió, su hoja brillando con una mezcla de oro y tinieblas.
Activé mi velocidad divina en el último instante y giré mi cuerpo para esquivar el corte. El filo silbó a centímetros de mi cuello.
¡Ahora!
Aprovechando el hueco, contraataqué con una patada rápida dirigida al tobillo del emperador. Un golpe directo que habría derribado a cualquiera… pero él no era un enemigo común.
—¡Tch! —chasqueó la lengua y desvió el impacto con sorprendente agilidad.
Intentó un contraataque inmediato, pero conseguí interceptar su brazo armado. Lo sujeté con fuerza.
—¡FUEGO! —exclamé mientras reunía llamas en mi mano libre.
Una explosión ígnea envolvió al Emperador Oscuro. Las llamas rugieron, envolviendo su figura con una intensidad cegadora.
Pero algo no estaba bien…
¿Por qué lo solté...?
—Por poco... —murmuré, retrocediendo instintivamente.
—Buenos instintos —respondió una voz entre las llamas.
De pie, casi ileso, el Emperador Oscuro emergió entre el fuego como si no fuera más que una molestia menor. Su mirada… había cambiado.
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[Punto de Vista: Alexander]
Por poco... de verdad por poco me corta la mano.
Mientras me preparaba para el siguiente intercambio, mis ojos se cruzaron con los suyos.
—¿Qué…?
Sus ojos eran completamente negros. Las pupilas, rojas como la sangre.
Antes de que pudiera siquiera procesar la escena, mis instintos gritaron.
—¡¿Tsk…?! —salté hacia un lado.
El filo de su espada cortó justo donde había estado. Otra estocada. Luego otra. Sus movimientos eran más rápidos, más feroces.
¿Qué está pasando? ¿Por qué de pronto es así de fuerte?
—¡Maldición…! —resoplé, apenas esquivando una estocada tras otra.
Una distracción. Un solo instante de duda.
Una línea ardiente apareció en mi brazo.
—¡Agh!
La hoja me había rozado, pero algo más ocurría.
Desde el corte, unas marcas negras empezaron a extenderse por mi piel como veneno.
—¡¿Qué es esto…?!
Y entonces, sin tiempo para reaccionar, el mundo se detuvo.
Vi la hoja atravesar mi estómago.
—¡Ggh…!
—Conviértete… en mi poder —susurró el Emperador Oscuro con una sonrisa siniestra.
—¡Ma… Maldición…!
Sentí cómo mi divinidad comenzaba a drenarse.
La fuerza me abandonaba.
La oscuridad me envolvía.
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Espacio Interno – La Fractura del Alma
Flotando en una negrura absoluta, rodeado por tenues luces —las representaciones de mis divinidades— observaba impotente cómo una gigantesca espada las devoraba una a una.
No puedo… moverme… No puedo detenerlo…
—Qué espectáculo más patético —resonó una voz familiar.
Giré, y lo vi.
Sentado en un trono dorado, cubierto con una armadura roja incandescente, estaba él.
—Ares… —susurré con asombro.
El dios de la guerra, mi benefactor.
—No solo usaste mal mi poder, sino que permitiste que un miserable remanente de un dios caído lo tomara de ti —dijo con frialdad.
—¿Dios caído…? —pregunté, aún aturdido.
Ares desvió la mirada hacia la espada que me robaba mi esencia. Con un simple gesto de su dedo, la absorción se detuvo de golpe.
—Te ayudaré esta vez. No porque lo merezcas, sino porque no permitiré que mi divinidad sea mancillada por algo tan grotesco.
Dio un paso hacia mí. Su mirada era severa, pero no hostil.
—Escucha bien, Alexander.
—La divinidad no es simplemente un poder limitado a una habilidad. Es la manifestación de un concepto absoluto. Es una filosofía, una existencia. Quien domina una divinidad, moldea el mundo en su imagen.
Ares colocó su mano sobre mi pecho.
—Esta vez… te dejaré vislumbrar un fragmento de mi existencia.
—¿Q-Qué vas a hacer? —pregunté, sin poder apartar la vista de sus ojos.
—Haz buen uso del poder que te concedí —respondió con voz solemne.
Y en ese instante, una luz tan intensa como el sol mismo me envolvió.
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Regreso al Presente – Campo de Batalla
¡…!
Abrí los ojos.
No había pasado más que unos segundos.
La espada del Emperador Oscuro seguía clavada en mi cuerpo… pero algo había cambiado.
Desde lo más profundo de mi ser, una luz ardiente nació.
—¡¿Qué…?! —exclamó el emperador, retrocediendo de golpe.
Esa luz se expandió en todas direcciones, purificando el veneno, deteniendo la absorción y empujando al enemigo con una presión divina devastadora.
Mi aura había cambiado. Mi existencia… se había elevado.
La batalla no había terminado.
Pero ahora…
¡Estoy listo para pelear como un verdadero dios.