Capítulo 5

Todo se veía tranquilo. Miré mi reloj: marcaba las 7:23 de la mañana.

—¿Listo? —le pregunté a Erick—. Con mucho cuidado y alerta.

—Sí —me dijo con un tono de voz un poco preocupado.

—Todo saldrá bien, no te preocupes, solo no hagas una tontería —le dije serio—. Avancemos.

Mientras revisábamos la mitad de la universidad, se hicieron las 11:00 de la mañana. Todo estaba tranquilo; no tuvimos problema alguno. Seguimos caminando hasta encontrarnos frente a un portón de madera, muy grande y en muy buen estado. Lo abrí lentamente, saqué mi linterna y alumbré. Un grupo de cinco o siete “Come Hombres” se encontraba adentro.

Sin hacer mucho ruido, tomé una granada de mi mochila, quité el seguro y la deslicé lentamente por el suelo.

—¡Corre! —grité a Erick, mientras contaba—: nueve… ocho… siete… seis… cinco… cuatro… tres… dos…

¡¡¡BUUUUUUUUUM!!!

Se escuchó el estruendo. Salimos volando varios metros. El sonido me aturdió por unos segundos. Pronto me incorporé, levanté a Erick y regresé de nuevo a la puerta. Con la explosión, se abrió un poco. Tenía unos pequeños arañazos, manchas de sangre oscura y un olor asqueroso, pero no quedaba ni un solo “Come Hombres”. Seguimos avanzando. Todo estaba despejado. A las 2:50 p. m. ya habíamos acabado de revisar todo el lugar.

Volteamos a vernos fijamente.

—¡Despejado! —dijimos al mismo tiempo.

Una vez terminada la exploración, nos dirigimos a la salida. Toda la calma se volvió suspenso de nuevo. Al parecer, con el sonido de la granada, se había acercado un grupo de diez o quince “Come Hombres” hambrientos.

—Maldición —dijo Erick—, nomás esto nos faltaba.

Saqué la ametralladora que tenía en la espalda.

—Esto se va a poner feo —advertí a Erick—. Tápate los oídos.

Empecé a disparar a discreción. En cuestión de segundos vacié todo un cargador; la mayoría de los “Come Hombres” cayeron. Desenfundé las pistolas pequeñas que traía en mis bolsos y terminé de eliminar al resto que había resistido el primer tiroteo. Erick me miraba con una cara de alivio.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí —me respondió, un poco distraído.

Para cuando salimos, ya eran las 3:40 p. m.

—Avanza —le dije—, ya vamos cuarenta minutos tarde.

Salimos corriendo. Cerramos con un candado la puerta principal. Después, nos encaminamos a la camioneta. Ahí estaba el otro grupo; al parecer, apenas llegaban. Nicole corrió a encontrarme y se lanzó sobre mí con lágrimas en los ojos.

—No te preocupes, todo está bien —le dije mientras la apretaba entre mis brazos—. Acuérdate de nuestra cita llegando.

Me miró y secó sus lágrimas.

—Cierto —me dijo, un poco más calmada.

—¿Todo listo? —le pregunté a Maniaco mientras nos sentábamos a comer.

—Sí —respondió—. Encontramos dos camionetas grandes en buen estado y otras dos más pequeñas con abolladuras, pero igual funcionan.

—Muy bien —le dije—. Me voy adelantando a la prepa cuando terminemos.

En unos minutos terminamos de comer y relaté lo sucedido en la universidad. A las 4:40 de la tarde abordamos nuestro vehículo y regresamos a la prepa para dar la buena noticia sobre nuestro nuevo refugio, con más espacio y, sobre todo, mucho más seguro. En poco más de una hora llegamos. Mi reloj marcaba las 6:15 de la tarde.

Cuando Acebo nos vio entrar, llamó a todos a la dirección y nos reunimos ahí los del pequeño comité. Pasamos el reporte con todo detalle de lo sucedido en la UAN a todos los congregados.

—Muy bien, está todo decidido. Avisen en la cena que mañana comenzamos con la mudanza. Ah, por cierto, ¿quién se quedó en la universidad? —preguntó Acebo.

—Solo se quedaron Maniaco, José y Juan —le respondí.

—Con ellos es suficiente —dijo el profesor—. Preparen todo. Mañana temprano, a más tardar a las 8 en punto, saldrá el primer viaje con las provisiones del almacén. ¿De acuerdo?

—¿Quién llevará las provisiones? —le pregunté.

—¿Cómo que quién? Pues tú —dijo, como si fuera obvio.

—Muy bien… ¿Y a quién me voy a llevar?

—Pues haz tu equipo de seis. Saldrán tres camionetas, dos hombres por camioneta. A las ocho en punto, no lo olvides —recordó.

—Está bien —respondí, mientras salía corriendo. Se me hacía tarde para la cita con Nicole.

—Suerte —deseó Acebo.

—Gracias —le respondí, corriendo.

Llegué a mi cuarto, me desvestí y corrí al baño. En pocos minutos terminé. Me puse un pantalón de mezclilla color café claro, una camiseta negra y unos Converse negros. Me lavé los dientes, me peiné, por último me perfumé. Salí corriendo: ya eran las 7:27 p. m. y habíamos quedado a las 7:30. Corrí hasta su cuarto y toqué la puerta.

—¡Ya voy! —me gritó apurada.

Exactamente a las 7:30 p. m., abrió la puerta. Traía un vestido largo color rojo, un peinado muy hermoso y unos tacones.

—¿A dónde vamos? —me dijo sonriendo, mientras me tomaba de la mano.

—Ya verás —le dije muy nervioso—. Te ves hermosa, por cierto.

—Gracias —me dijo sonrojada.

Llegamos a una pequeña oficina totalmente oscura. Encendí la luz. Había una mesa pequeña y dos sillas. Qué bien, sí cumplió Betsua, pensé. Nos sentamos. En eso entró Betsua con la cena y una botella de Coca-Cola. Nos sirvió una exquisita milanesa de pollo con arroz, acompañada de una ensalada. Por último, colocó dos copas de vidrio. Sirvió la Coca-Cola en ambas.

—Provecho —dijo mientras se marchaba.

—Gracias —dijimos los dos. Empezamos a comer e hicimos un brindis cruzando los brazos.

—Brindo por el futuro —dijo Nicole sonriente.

—Por nuestro futuro —dije.

Bebimos. Para cuando terminamos de cenar, ya eran las 8:40 de la noche. Como todo un caballero, la acompañé a su cuarto. Nos quedamos platicando en la entrada. Me tomó de las mejillas, yo tomé su cintura. Nos dimos un beso. Sentí un aire cálido recorrer mi cuerpo. Por unos segundos olvidé todos los problemas que teníamos. Terminamos y abrió la puerta.

—Hasta mañana, corazón —me dijo con su hermosa y reluciente sonrisa—. Te cuidas mucho.

No sabía qué decir.

—Hasta mañana, mi querida Nicole. Que descanses —contesté. Empecé a caminar hacia atrás mientras ella me decía adiós con la mano, hasta que cerró la puerta.

Me sentía el joven más feliz del mundo. Quería gritar, saltar, correr, pero todos dormían, así que me limité a suspirar y sonreír hasta llegar a mi cuarto. Volví a sacar mi libreta para anotar todo lo que viví ese día. Si no lograba sobrevivir, al menos quedaría evidencia de lo que vivimos. Al terminar, guardé la libreta, me desvestí, me recosté y observé el techo hasta quedar dormido.

Sonó la alarma que configuré a las 7 en punto. Me levanté, estiré un poco los músculos, tomé mi ropa y me duché. Al salir, aún adormilado, me cambié y empaqué todas mis cosas para la mudanza al nuevo refugio. Se hicieron las 7:40. Bajé mi equipaje y lo cargué en una camioneta. Llamé a los otros cinco hombres que me acompañarían: Junior, Negro, Kako, Erick y Pelos. Bajaron con todo su equipaje. Subí a una camioneta junto con Erick. En otra subieron Junior y Negro. En la última, Pelos y Kako.

Ya con las camionetas cargadas, partimos.

—Todo listo, vámonos —dije emocionado.

—Casa nueva, allá vamos —dijo Junior.