—Mamá, espérame —Talia escuchó la voz de su hija en su cabeza a través de su enlace de manada. Era la única manera de comunicarse en forma de lobo.
Talia se detuvo en un pequeño claro.
Talia se giró para ver a un lobo dorado emergiendo de los arbustos densos y caminando hacia ella, más lento con cada paso siguiente.
—¿Por qué no podemos bajar el ritmo un poco? Mi pelaje está lleno de bardanas y cosas en las que no quiero pensar —Violeta luchaba por respirar, y su lengua colgaba de su hocico.
—¿Crees que tus hermanos bajarán el ritmo? ¿Crees que les importará la apariencia? Si quieres que te respeten, necesitas ser más rápida y fuerte que ellos —la loba blanca inclinó la cabeza hacia su hija adolescente.
—¡Pero yo soy más rápida y fuerte!
—Sin magia, Vi —le recordó Talia. —Todo esto es parte de tu entrenamiento. Si quieres liderar una manada… —La voz de Talia se apagó cuando vio que los ojos azul hielo de Violeta ahora eran plateados.