Iván había descendido de Karador hace un par de días. El viaje pudo haber sido más rápido, pero, para su fortuna, su madre había enviado refuerzos. Cuatrocientos mil Legionarios de las Sombras, la élite entre la élite, habían llegado para escoltarlo con su vida, hombres cuya única razón de existir era la guerra, cuya destreza con las armas y la táctica los convertía en una máquina de matar que no conocía la derrota. No eran simples soldados; eran sombras en el campo de batalla, asesinos disfrazados de guerreros, entrenados para eliminar sin piedad a quien se interpusiera en el camino de la familia ducal. Iván lo había comprobado en los últimos días: la precisión con la que se movían, la forma en que ejecutaban a sus enemigos sin un movimiento innecesario, la letalidad con la que cortaban gargantas y destrozaban corazones. Cada uno de ellos valía por cien soldados de elite y por mil soldados comunes.
Pero no habían venido solos. Con ellos también estaba Zadric, el hombre que había cumplido con sus órdenes de manera impecable, destruyendo a los rezagados de Konrot. Verlo de nuevo a su lado era un alivio, mas por saber que los rezagados no habían hecho estragos en el ducado.
Además de los Legionarios de las Sombras, las dieciocho legiones personales del Duque también habían descendido de Karador. Tropas de élite, conformadas únicamente por veteranos curtidos en sangre, sumaban un total de siete millones novecientos veinte mil legionarios. Pero no eran los únicos. Las legiones de reserva que protegían las entradas de Karador también habían llegado: quince legiones de hierro, cinco millones novecientos setenta mil soldados implacables, la columna vertebral del ejército. Ahora, sumando a los restos de su primer ejército, Iván tenía bajo su mando una fuerza abrumadora de diecisiete millones seiscientos noventa mil hombres. Y no cualquier ejército. No había reclutas, no había soldados inexpertos. Todas y cada una de sus tropas eran soldados de élite. Guerreros entrenados y forjados para la guerra.
Con semejante fuerza, la primera acción de Iván había sido tomar la ciudad fronteriza de Varkath, un bastión clave en la línea defensiva de Stirba. Varkath no era una simple ciudad fortificada; era una de las grandes urbes del ducado de Stirba, un monstruo de piedra, acero y murallas que podía albergar a millones dentro de sus fronteras. Su sola existencia demostraba la grandeza del Ducado de Stirba. La ciudad se alzaba imponente sobre una meseta, protegida por tres anillos de murallas colosales, cada una más alta y gruesa que la anterior. Las torres de vigilancia se alzaban como garras hacia el cielo, repletas de ballesteros y artilleros. En sus muros, balistas y catapultas estaban montadas sobre plataformas giratorias, listas para disparar a cualquier enemigo que osara acercarse.
Pero ni siquiera una ciudad como Varkath había podido resistir el embate de un ejército de casi dieciocho millones de legionarios de élite. Durante el asedio, los muros temblaron bajo el impacto de los arietes, los proyectiles de fuego y los ingenios de asedio traídos desde Karador. Las trincheras cavadas por los defensores pronto se llenaron de cadáveres. Los soldados de Stirba lucharon hasta el último aliento, defendiendo cada callejón, cada torre, cada edificio como si fuera su última línea de defensa. Pero al final, el resultado era inevitable. Una vez que los muros fueron derribados, la marea de legionarios arrasó la ciudad como un río desbordado, aniquilando cualquier resistencia que se encontrara en su camino.
Ahora, Varkath era suya.
Iván cabalgaba por las calles de la ciudad acompañado por su escolta de Legionarios de las Sombras. Sus cascos resonaban sobre los adoquines aún manchados de sangre, el eco de su marcha mezclándose con los murmullos de los ciudadanos que los observaban con temor desde las sombras. Las calles de Varkath, antes bulliciosas y llenas de vida, estaban ahora envueltas en un silencio sepulcral. Los cuerpos aún no habían sido completamente retirados. En las esquinas yacían cadáveres de soldados y civiles por igual, algunos con las armaduras aún relucientes, otros con la ropa rasgada y el rostro congelado en una expresión de horror.
Las tiendas estaban saqueadas, sus puertas destrozadas, los escaparates reducidos a astillas. Trozos de tela y papel volaban por el aire, arrastrados por el viento gélido de la tarde. Aquí y allá, se podían ver columnas de humo negro elevándose desde los barrios donde los incendios aún no habían sido extinguidos. El olor a sangre, a carne quemada y a muerte impregnaba el ambiente, mezclándose con el hedor de los cuerpos en descomposición y los desperdicios acumulados en las calles.
A medida que avanzaban hacia el palacio de la ciudad, la imagen de la devastación se hacía aún más evidente. Fuentes que alguna vez fueron símbolos de la riqueza de Varkath ahora estaban llenas de agua teñida de rojo. Las grandes plazas, que antes albergaban mercados y festivales, eran ahora cementerios improvisados, donde los muertos eran apilados en montones, esperando ser quemados o enterrados. En las afueras de los templos y edificios administrativos, grupos de soldados zusianos supervisaban la ejecución de los últimos focos de resistencia: prisioneros de guerra stirbanos que se negaban a rendirse, burgueses que aún creían poder comprar su libertad con promesas vacías. Sus gritos se apagaban rápidamente, sustituidos por el sonido de las hojas cortando carne y el impacto sordo de los cuerpos cayendo sobre el suelo de mármol.
El palacio de Varkath, una imponente fortaleza construida en lo alto de la ciudad, esperaba a Iván y a su séquito con sus puertas abiertas. No porque sus ocupantes hubieran rendido la ciudad voluntariamente, sino porque las grandes puertas de hierro habían sido arrancadas de sus goznes durante la batalla final. Los enormes pilares de mármol negro y las escalinatas de piedra aún mostraban las huellas del combate: flechas clavadas en las paredes, manchas de sangre cubriendo las baldosas, cuerpos sin vida esparcidos a lo largo del vestíbulo principal.
Iván desmontó con un movimiento fluido, entregando las riendas de su caballo a uno de sus hombres. Sus ojos recorrieron el interior del palacio, analizando cada detalle con la frialdad de un estratega. Aquí, en este mismo edificio, los gobernantes de Varkath habían planeado la defensa de la ciudad, convencidos de que podrían resistir. Aquí, en estas mismas salas, burgueses y generales habían discutido estrategias, habían prometido lealtad a su duque, habían brindado por su victoria…Y ahora, no quedaba mas que un puñado de ellos.
Esta ciudad sería el punto desde el cual planearía su próximo movimiento. La guerra aún no había terminado. La conquista de Varkath no era el fin, sino el principio. Ahora, con una fortaleza segura a sus espaldas y uno de los ejércitos más poderosos de la región bajo su mando, Iván tenía una única meta en mente: matar a Maximiliano y desestabilizar su territorio el tiempo suficiente para asegurar su dominio absoluto sobre la frontera.
La muerte de Maximiliano no solo significaría la eliminación de un enemigo formidable, sino que sumiría a Stirba en el caos. Las cadenas de mando se romperían, los burgueses, terratenientes y generales lucharían por el poder, y en medio de ese desorden, Zusian podría aprovecharse sin enfrentar una resistencia unificada. No habría tregua. No habría piedad. Este era un juego de guerra, y en la guerra, la única regla era la destrucción total del enemigo.
En el gran salón del palacio de Varkath, los ochenta comandantes de las Legiones de Hierro y los altos oficiales de las legiones ducales se habían reunido alrededor de una vasta mesa de piedra cubierta con mapas, pergaminos de inteligencia y figurillas de madera que representaban las posiciones de los ejércitos en la región. La sala, iluminada por candelabros colgantes y grandes antorchas en las paredes, emanaba un aire de tensión y concentración absoluta. Los hombres allí reunidos no eran simples estrategas; cada uno de ellos era un veterano con décadas de experiencia, líderes de ejércitos que habían sobrevivido a innumerables campañas. Sus rostros curtidos por la batalla reflejaban la dureza de la guerra, con cicatrices cruzando sus pieles, ojos fríos y expresiones de piedra.
Iván se encontraba en el centro, de pie con los brazos cruzados, escuchando con atención mientras uno de sus oficiales se inclinaba ligeramente para darle un informe.
—Su gracia, tenemos informes de que Thronflic logró llegar a las fronteras occidentales de Stirba. Se dice que tomó la línea defensiva de Valkenheim con éxito y ha iniciado ofensivas a lo largo del sector. Maximiliano está reuniendo a sus Huestes de Sangre, y se reporta que los generales Lucan, Varyn y Quentin han roto el ejército combinado que intentaba invadir desde las fronteras con Zanzíbar.
El salón quedó en un silencio denso por un instante. Era información importante y bastante buena, sin la gran amenaza de los ejércitos de Stirba y Zanzíbar atacando el norte del ducado podían hacer sus movimientos, además incluso si esas Huestes de Sangre pudieran en el mejor de los casos alcanzarlos estarían muy mermadas y cansadas.
—¿Qué tan rápido está moviéndose Maximiliano? —preguntó Iván, su voz firme y carente de emoción.
Uno de los oficiales deslizó un pergamino sobre la mesa.
—Nuestros espías estiman que en dos semanas habrá reunido una fuerza lo suficientemente grande como para lanzar una ofensiva en toda la línea fronteriza. Además, hay reportes de actividad inusual en los feudos cercanos. Parece que algunos de los barones y condes están enviando refuerzos, pero no sabemos si lo hacen por lealtad o por miedo a su ira.
Iván apoyó ambas manos sobre la mesa, sus ojos recorriendo los mapas con meticulosa precisión.
—Maximiliano es un idiota narcisista. Cometerá errores impulsivos —susurró, casi para sí mismo—. Sabe que perder Varkath es un golpe, pero no es suficiente para inclinar la balanza de la guerra.
Uno de los comandantes de las Legiones de Hierro, un hombre de barba gris y rostro pétreo, habló con un tono pesado.
—Podemos esperar que sus Huestes de Sangre sean la clave de su contraataque. Son tropas son bastante fanáticos y incluso en esta situación van a luchar con una ferocidad demencial. No huirán. No se rendirán. Cada uno de ellos matará hasta su último aliento.
—Lo sé —respondió Iván con frialdad—. Y es por eso que no podemos esperar a que Maximiliano tome la iniciativa. Debemos golpear primero.
El salón estalló en murmullos y asentimientos. Todos sabían lo que significaba. La guerra no era simplemente cuestión de números; era un juego de movimientos, un tablero de sangre y acero donde solo los más astutos sobrevivían. Esperar demasiado sería dar a Maximiliano la oportunidad de consolidar su poder, reagrupar a sus tropas y contraatacar con una fuerza imparable.
—Quiero una ofensiva en tres frentes —continuó Iván, su voz firme, mientras señalaba con precisión los distintos puntos en el mapa. Cada marca sobre el pergamino representaba una ciudad, una fortaleza, un paso clave, una vía de abastecimiento que, si caía, desgarraría la infraestructura del enemigo—. Enviaremos a las Legiones de Hierro hacia el este. Su misión será hostigar las rutas de suministros, arrasar los caminos, emboscar las caravanas, masacrar a los escoltas y asegurarse de que ni un solo cargamento de víveres o armamento llegue a las tropas de Maximiliano. Quiero que no quede nada en pie. Devastarán poblados estratégicos y fortificaciones clave, destruyendo cualquier punto de reunión que pueda servirles. Y si cualquier ejército intenta unirse a Maximiliano, quiero que lo destruyan sin piedad.
Sus palabras se deslizaron como una orden absoluta, sin margen de error. No era una propuesta. Era un decreto de muerte.
—Que alguien le mande un ave a Thronflic. Que se prepare. Él mantendrá la presión en el oeste, evitando que Maximiliano pueda concentrar todas sus fuerzas contra nosotros. Nosotros, junto a las Legiones del Duque y los Legionarios de Hierro, acabaremos con él.
Su mirada se oscureció con una intensidad helada mientras sus dedos se crispaban sobre el borde del mapa.
—Quiero que ataquemos con toda la furia de nuestras legiones. No será un simple asedio, ni una escaramuza prolongada. Será un avance total, una batalla decisiva que termine de una vez por todas con esto.
El silencio en la sala era casi absoluto. Se podía escuchar el leve crujido de la madera, el golpeteo de los dedos de algunos generales contra la mesa, el roce de la tela de los uniformes cuando algunos ajustaban su postura. Fue Otón quien rompió la quietud con una pregunta teñida de diversión cruel.
—¿Y después tomaremos Stirba? —dijo con una sonrisa ladeada, como si la idea le resultara entretenida.
Iván lo miró fijamente. Su expresión no cambió en lo más mínimo.
—No vine a invadir. Vine a acabar con esta guerra de coalición.
Se irguió, observando a cada uno de sus comandantes con seriedad.
—Tomaremos todas las fortalezas y ciudades en la frontera con nuestro ducado y con el marquesado de Thaekar. Cualquier estructura que pueda ser usada contra nosotros quedará bajo nuestro control o será reducida a cenizas. Pero no avanzaremos más allá.
Otón entrecerró los ojos, procesando las palabras de Iván. Otros comandantes parecían intrigados.
—¿Y cuál es el plan entonces? —preguntó otro comandante, su voz ronca y cargada de experiencia.
Iván exhaló, casi con desprecio.
—Los dejaremos desestabilizarse solos. Maximiliano no tiene un heredero claro. Todos sus hijos son segundos hijos, hijos de concubinas. Cuando caiga, habrá una guerra civil. Los que tengan poder lucharán entre sí por el control, se traicionarán, se masacrarán entre ellos. No habrá un liderazgo fuerte que unifique Stirba.
Hizo una pausa, dejando que la idea se asentara en la mente de todos.
—Los dejaremos desgarrarse por dentro. Cuando Stirba esté lo suficientemente debilitada, invadiremos el territorio sin encontrar resistencia real. Para entonces, los ciudadanos ya estarán hartos del caos, de los abusos de los poderosos y de los horrores de la guerra civil. En ese momento, Zusian y mi casa no serán vistos como invasores. Nos recibirán como salvadores.
Hubo un murmullo de aprobación. La estrategia no solo era brutal, sino brillante. Iván no necesitaba conquistar por la fuerza lo que podía ganar con paciencia.
—Las guerras civiles sacan lo peor de las personas —continuó Iván con frialdad—. El hambre, la desesperación, la anarquía, los crímenes impunes… Para cuando nos movamos, la gente suplicará por un gobierno fuerte que los rescate de la pesadilla en la que han caído.
Tomó una daga y la clavó en el mapa sobre la ubicación de Maximiliano.
—Bien. Empezaremos en cuatro días. Reúnan a las tropas y prepárenlas. Quiero que cada legión esté lista para moverse al amanecer del quinto día. No habrá retrasos. No habrá errores.
Se enderezó, cruzando los brazos.
—Ganaremos o moriremos. Y yo no tengo intención de morir.
El peso de sus palabras se quedó flotando en la sala, firme como una sentencia de muerte. Durante unos instantes, nadie osó romper el silencio. Los comandantes mantenían la postura rígida, la mirada fija en su señor, asimilando la orden que acababan de recibir. Luego, con un movimiento preciso, Iván los despidió. Uno a uno, los comandantes abandonaron la sala con la misma disciplina con la que habrían marchado a la guerra, sin una palabra de más, sin una mirada fuera de lugar.
Cuando la gran puerta de madera oscura se cerró tras el último de ellos, solo Ulfric permaneció en la sala, de pie con los brazos cruzados sobre su amplio pecho, observando a su pupilo con una expresión difícil de descifrar. La luz de los candelabros proyectaba sombras alargadas en su rostro curtido por el tiempo y la batalla, resaltando las cicatrices que surcaban su piel.
—Estoy orgulloso, Iván —dijo el guerrero norvadiano, su voz profunda y grave, teñida con un matiz de nostalgia—. Cada vez eres un comandante más capaz. Ya no dudas, tomas decisiones sin vacilación… Es sorprendente ver cuánto has crecido en tan poco tiempo. Parece que fue ayer cuando me contrataron como tu mentor y maestro.
Se acercó un paso más y, con la misma rudeza afectuosa de siempre, alborotó el cabello blanco de Iván con una mano enguantada.
Iván, que usualmente habría apartado la mano con una mueca de molestia, esta vez se quedó inmóvil. En su rostro apareció una fugaz sombra de sonrisa, casi imperceptible, una rareza en su expresión habitualmente fría y calculadora.
—Gracias, Ulfric —respondió con un leve asentimiento, su voz tan serena como siempre, pero con un deje de sinceridad.
El norvadiano sonrió con aire satisfecho y apoyó una mano en su cadera.
—Algunos hombres encontraron dos joyas —comentó con un tono pícaro y un brillo burlón en los ojos—. Les ordené que te las llevaran.
Iván frunció el ceño por un instante, sin entender del todo, pero cuando la insinuación finalmente hizo clic en su mente, una ligera sombra de rubor apareció en su rostro. No necesitaba más explicaciones. "Joyas". Mujeres. Un obsequio que en tiempos de guerra no era inusual para un comandante victorioso.
Sin decir nada más, Iván simplemente asintió con la cabeza y salió del salón, caminando con paso firme por los largos pasillos del palacio. La estructura, aunque aún conservaba el esplendor de su arquitectura imponente, mostraba cicatrices de la batalla reciente: tapices rasgados, estatuas caídas, muros con impactos de proyectiles. Los pocos sirvientes que quedaban en la fortaleza se apartaban de su camino con reverencias silenciosas, temerosos de hacer cualquier movimiento en falso.
Finalmente, llegó a sus aposentos. La habitación más grande del palacio. Sus puertas de madera maciza fueron abiertas de inmediato por los guardias apostados a cada lado. Dentro, la estancia era vasta, con un techo alto sostenido por columnas ornamentadas, un suelo de mármol ennegrecido por la luz tenue de los candelabros, y un enorme ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad conquistada.
Iván se aclaró la garganta y, con un movimiento pausado, se quitó la capa pesada, dejándola caer sobre una silla cercana. El pesado manto de guerra, manchado con polvo y rastros de sangre seca, quedó olvidado mientras él permanecía solo con su túnica roja, un tejido fino y de calidad que contrastaba con la crudeza de los eventos recientes.
Observó a las dos jóvenes con expresión neutra, su mirada recorriendo sus figuras sin disimulo, pero sin el hambre con la que otros hombres las habrían visto. No eran lo primero que le interesaba aquella noche, aunque el obsequio de Ulfric ciertamente añadía una nota inesperada a su regreso.
Para romper el incómodo silencio que flotaba en la habitación, forzó una leve sonrisa y habló con calma.
—Me llamo Iván. Iván Erenford.
La primera, la de rasgos ligeramente más maduros, se adelantó con pasos suaves, su movimiento tan delicado que parecía estar flotando sobre el suelo de mármol. Sus grandes ojos azules brillaban con curiosidad más que con miedo, como los de un animalito explorando un territorio nuevo y desconocido. Su largo cabello dorado caía en cascadas sobre sus hombros, ondeando con cada paso que daba, reflejando la luz de las velas como hilos de oro puro. Su rostro era dulce, con mejillas sonrojadas y labios entreabiertos, dándole un aire de inocencia infantil que contrastaba brutalmente con la voluptuosidad de su figura.
Su cuerpo era una ofensa a la lógica, la clase de forma que parecía esculpida para provocar la adoración de los hombres. Su cintura fina acentuaba aún más el tamaño descomunal de sus pechos, que desafiaban la gravedad con una redondez casi irreal. Su ropa apenas lograba contenerlos, dejando ver una generosa cantidad de piel, y cada respiración parecía a punto de hacer estallar el fino tejido.
Sus caderas eran amplias, perfectas, las de una diosa hecha carne, y sus largas piernas, apenas cubiertas, se mantenían juntas con un nerviosismo casi adorable. Sus manos se aferraban al borde de su vestimenta con timidez, como si aún no entendiera del todo lo que estaba haciendo en ese lugar, pero sin una verdadera intención de resistirse.
Era una contradicción fascinante: una mujer de una belleza escandalosamente provocativa con la expresión ingenua de alguien que no comprendía su propio poder.
—Celeste Bellavance, su gracia —respondió con una voz dulce y melosa, inclinando la cabeza con una reverencia exagerada.
La otra, que parecía más joven aunque su cuerpo decía lo contrario, se apresuró a imitar a su hermana, aunque con una torpeza encantadora. Su sonrojo se acentuó y su voz salió con un ligero tartamudeo.
—Bi-Bianca Bellavance… su gracia —dijo, entrelazando nerviosamente los dedos frente a su cuerpo.
Bianca tenia el cabello rubio de un tono más claro que el de su hermana, casi platino, cayendo en ondas suaves sobre sus hombros y espalda. A diferencia de la elegancia fluida de Celeste, el de Bianca tenía un aire más desordenado, con algunos mechones rebeldes que enmarcaban su rostro juvenil. Sus ojos, también azules, eran más grandes y expresivos, llenos de incertidumbre y una dulzura casi infantil.
Pero su cuerpo... su cuerpo desmentía cualquier rastro de inocencia. Sus curvas eran aún más exageradas que las de su hermana, su busto tan grande que parecía desafiar toda lógica, presionando contra la delgada tela de su atuendo con un vaivén hipnótico cada vez que se movía. Su cintura estrecha acentuaba aún más sus caderas anchas y muslos gruesos, dando la impresión de que había sido diseñada con un único propósito en mente.
A diferencia de Celeste, que mantenía una postura delicada y casi etérea, Bianca parecía un manojo de nervios contenido en un cuerpo que no coincidía con su actitud. Sus dedos se apretaban contra los pliegues de su ropa como si intentara cubrirse, aunque era evidente que no había tela suficiente para ello.
Su respiración entrecortada, el rubor en sus mejillas y su torpeza solo aumentaban el contraste entre su apariencia de muñeca voluptuosa y la inseguridad reflejada en sus gestos. Era una contradicción aún más extrema que su hermana: un cuerpo provocador atrapado en la mentalidad de una niña inexperta.
Iván las estudió con detenimiento. Era evidente que no eran campesinas ni simples cortesanas. Sus modales refinados y la manera en que se dirigían a él indicaban que pertenecían a la nobleza, aunque eso no significaba mucho en tiempos de guerra. Muchas familias aristocráticas habían sido despojadas de sus títulos y riquezas, reducidas a poco más que trofeos para los vencedores.
Iván suspiró internamente. Este tipo de mujeres solían ser el pasatiempo de los hombres de su rango, especialmente después de una victoria. Pero él tenía otras preocupaciones en la mente. Se acercó a la mesa de la habitación y se sirvió una copa de vino de una jarra de plata, sin molestarse en ofrecerles. Dio un trago largo antes de mirarlas nuevamente.
—¿Saben por qué están aquí? —preguntó con voz tranquila, aunque su tono dejaba claro que no tenía paciencia para juegos.
Celeste ladeó la cabeza con una sonrisa encantadora, como si la pregunta le pareciera divertida.
—Para complacerle, su gracia —respondió con naturalidad, dando un paso más cerca, su perfume impregnando el aire con un aroma floral y dulce.
Bianca asintió enérgicamente.
—Sí… es decir… nos dijeron que… bueno… que ahora somos suyas —dijo con una risita nerviosa, bajando la mirada y jugueteando con un mechón de su cabello dorado.
Iván apretó la mandíbula. En tiempos de guerra, las mujeres eran moneda de cambio, un símbolo de victoria, una posesión más para adornar la gloria de los vencedores. Y aunque ciertamente eran hermosas y necesitaba desestresarse, no iba a abusar a nadie.
Se acercó lentamente a ellas, con la misma calma con la que enfrentaba a un oponente en el campo de batalla. Celeste mantuvo su sonrisa coqueta, mientras que Bianca se encogió ligeramente, aunque sin apartarse.
—No son mías —dijo finalmente, su voz firme y sin emoción—. Nadie me pertenece, y yo no pertenezco a nadie.
Las hermanas parpadearon, claramente confundidas. No era la respuesta que esperaban. Celeste inclinó la cabeza con curiosidad, mientras Bianca lo miraba con una expresión mezcla de sorpresa y desconcierto.
—¿No nos quiere…? —preguntó la más joven, como si la idea fuera inconcebible.
Iván suspiró y pasó una mano por su cabello blanco, sintiendo el peso del cansancio sobre sus hombros. Dio otro sorbo a su vino y se apoyó contra la mesa, observándolas con una mirada más cansada que severa.
—No se trata de querer o no querer —respondió finalmente—. Se trata de que esta guerra aún no ha terminado, y yo no tengo tiempo para distracciones innecesarias.
Celeste intercambió una mirada con su hermana antes de volver a centrar su atención en él.
—Entonces… ¿qué hará con nosotras, su gracia?
Iván se tomó su tiempo para responder. En su mente, la guerra ya se estaba dibujando, con estrategias y batallas que definirían el futuro del continente. No tenía paciencia para juegos, pero tampoco era un monstruo.
—Pueden quedarse aquí, en el palacio —dijo finalmente—. No serán tratadas como prisioneras, pero tampoco esperen el lujo de antaño. Si desean servir en como damas de compañía o encontrar otro propósito, será decisión suya. Pero no esperen que yo las mantenga solo por capricho.
Bianca soltó un pequeño jadeo, como si apenas estuviera procesando lo que oía.
—¿Nos está… dando libertad?
Celeste, más rápida en comprender, sonrió con un brillo divertido en los ojos.
—Eres… distinto, su gracia.
Iván no respondió. Simplemente se alejó de ellas y se dirigió hacia la gran cama. Se sentó en el borde, desatando los lazos de sus botas con movimientos lentos y pesados, sintiendo el agotamiento apoderarse de sus músculos. Llevaba semanas sin ninguna de sus mujeres, y aunque su cuerpo clamaba por alivio, su mente se mantenía firme, reprimiendo cualquier impulso que lo distrajera de sus responsabilidades.
Apretó la mandíbula, sintiendo la tensión recorrerle la espalda mientras su mirada se fijaba en el suelo. Mentiría si dijera que no quería abrir las piernas y dejarse llevar, pero no era un hombre gobernado por sus deseos o eso quería creer. Sin embargo, el ardor seguía presente, creciendo con cada segundo que pasaba en aquella habitación con ellas, con esos cuerpos y su piel suave perfumando el aire.
Sin mirarlas, habló una última vez.
—Les sugiero, damas, que tomen una decisión rápidamente, antes de que salga el alba. No tendré tiempo ni paciencia para asuntos tan triviales como su destino una vez que el sol despunte en el horizonte.
Su voz era baja, firme, con esa gravedad que hacía que cualquiera se estremeciera al escucharlo. Se pasó una mano por el cabello, despeinándolo ligeramente mientras sus dedos se cerraban en un puño sobre la tela de sus pantalones, donde la presión crecía sin control.
—Son libres de quedarse en el palacio como invitadas, con la expectativa de que serán útiles en todo lo que consideren conveniente. Pero no esperen que satisfaga todos sus caprichos o deseos por misericordia sin dar algo a cambio. —Hizo una pausa, su mirada clavada en la nada—. No soy un hombre cruel, ni por naturaleza ni por inclinación. Pero soy un hombre ocupado, con asuntos que exigen mi atención constante. Harían bien en recordarlo.
Su tono no admitía réplica. Era una sentencia, un ultimátum envuelto en seda y acero. No les daría más tiempo ni más oportunidades. O aceptaban su oferta o se enfrentaban al mundo sin su protección.
Bianca y Celeste intercambiaron una mirada, la duda reflejada en sus ojos. Pero no era solo duda lo que se escondía en sus expresiones. También había algo más, algo que apenas podían reconocer en sí mismas: una atracción intensa, sofocante, el reconocimiento de la presencia dominante de Iván, del peso de su autoridad.
Celeste fue la primera en hablar, su voz un susurro apenas audible, cargado de nerviosismo y emoción contenida.
—Su Gracia, agradecemos su generosidad... y su clemencia. No queremos ser una carga para usted, pero entendemos que bajo su techo podríamos... encontrar un propósito.
Sus mejillas se tiñeron de un leve carmín cuando bajó la mirada, y por un instante sus ojos se posaron en la evidente protuberancia bajo la ropa de Iván antes de apartarse rápidamente, su respiración se empezó a entrecortar.
Bianca asintió con un gesto suave, pero sus manos apretaban las faldas de su vestido con nerviosismo.
—Sí, Su Gracia —murmuró, su voz temblando con un matiz apenas perceptible de expectación—. Estamos aquí para servirle en todo lo que necesite. No somos ambiciosas, solo queremos ser útiles para usted.
El silencio se extendió como una sombra densa en la habitación. Iván siguió sin volverse, su postura un poco rígida, con los músculos de su espalda tensos bajo la tela de su tunica. Podía sentir la intensidad de sus miradas recorriéndolo, absorbiendo cada detalle de su figura con una mezcla de incertidumbre y un deseo que parecía nuevo para ambas hermanas.
Bianca y Celeste se miraron nuevamente, comunicándose sin palabras. Era una decisión tomada en un instante, en un suspiro compartido. Se acercaron unos pasos, apenas acortando la distancia entre ellas y la silueta imponente de Iván. Luego, con una reverencia profunda, dejaron que sus faldas se deslizaran sobre sus piernas, sus cuerpos inclinándose con una gracia natural.
—Esperamos sus órdenes, Su Gracia —susurró Celeste.
—Nuestros cuerpos y nuestras almas son suyas para que haga con ellas lo que desee —añadió Bianca, su tono melódico, casi devoto.
Iván cerró los ojos por un instante. No porque dudara, sino porque esas palabras estaban despertando en él una respuesta visceral, primitiva. Su respiración se volvió más pesada, el calor acumulándose en su vientre, en sus entrañas. Se levantó con calma, con una lentitud que resultaba aún más intimidante, aún más aplastante para las jóvenes que lo miraban con los ojos muy abiertos.
—Y si solo quisiera para mi placer, ¿Les parece bien? —preguntó, su voz ronca, arrastrando cada palabra con una intensidad que hizo que Celeste y Bianca tragara saliva—. Si solo deseara sus labios y su piel, ¿Si solo anhelara el placer que pueden ofrecerme?.
El pulgar de Iván se deslizó con perezosa confianza hasta los labios de ambas, recorriéndolos con un roce lento, posesivo. Celeste no dudó. Su boca se abrió con un gesto instintivo, envolviendo el dedo con sus labios mientras lo succionaba con suavidad. Su lengua rozó la yema con una inocencia que no hacía más que alimentar la tensión entre ellos.
Bianca dejó escapar un pequeño jadeo ahogado, su cuerpo temblando levemente ante la simple caricia. No apartó la vista de Iván, de su expresión oscura, de la forma en que la sombra de una sonrisa cruel parecía querer formarse en la comisura de sus labios.
—Le pediría... que usará nuestros cuerpo como quisiera, y que fuera amable —susurró Celeste, con los ojos brillando bajo la tenue luz de las velas—. Y si pudiera... amoroso.
Bianca asintió, su voz un hilo trémulo de emoción.
—Mi hermana y yo... somos vírgenes.
Iván supo que esas eran las palabras que había estado esperando. Mas bien lo que necesitaba. Iván tomó a Bianca y Celeste por la cintura, atrayendo sus cuerpos núbiles hacia su figura. Los labios de Bianca se separaron con un dulce jadeo cuando Iván capturo su boca en un beso abrasador, su inocencia y pureza explotaron en su lengua como miel. Bebió profundamente de ella, saboreando su esencia intacta. Bianca y Celeste temblaron bajo su férreo agarre, sus ágiles cuerpos se amoldaron a los duros planos del de Iván como si fueran masilla. La respiración de Bianca se entrecortó cuando la boca de Iván capturó la suya, su lengua hurgando profundamente para saborear su inocencia. Ella gimió en el beso, su propia lengua pequeña bailando y enroscándose con la de él, aprendiendo su ritmo. El sabor de Iván era embriagador, intoxicante, nada parecido a la dulce miel a la que estaba acostumbrada. Era el sabor de un hambre, crudo y poderoso.
Celeste gritó y gimió cuando Iván la acerco mas a el, aun besando a Bianca, le dio una nalgada en el globo redondeado de su trasero, y el sonido resonó de forma obscena en la cámara. Ella se arqueó ante el toque, como pidiendo mas.
"Dioses, cómo había echado de menos esto". Pensó Iván, habían pasado semanas sin el toque de una mujer, sin liberación. Su cuerpo se había tensado, enroscado como una serpiente lista para atacar. Y ahora, por fin, tenía una presa. Dos de ellas, suaves y dispuestas, y suyas para tomarlas.
La polla de Iván estaba estirando sus pantalones, una barra rígida de necesidad que exigía atención. Le dolía, palpitaba, desesperada por el calor resbaladizo de sus núcleos intactos. Y sus bolas, se sentían como si fueran a estallar, hinchadas de semen y hambre. Pero Iván se tomo su tiempo, saboreando cada caricia, cada temblor, cada pequeño gemido sin aliento que brotaba de sus labios.
Iván no tenia nublada la mente con nada mas que sentir placer, hasta que lo único que quedará fuera la evidencia resbaladiza de su reclamo, goteando por los muslos de ambas rubias, como prueba de su profanación. Las follaría hasta que apenas pudieran caminar, hasta que su nombre fuera la única palabra que recordaran, la única oración que supieran. Las haría suyas, por dentro y por fuera, en todos los sentidos en que un hombre puede reclamar a una mujer.
"Joder, como necesitaba esto", se repitió Iván. Iba a tomar todo de ambas hermanas. Hasta el último, dulce y pecaminoso centímetro de sus cuerpos. Los tres se aferraron el uno al otro, mientras el mundo se inclinaba y giraba. La habitación se llenó con los sonidos de sus respiraciones agitadas y el crudo chapoteo de la boca de Iván devorando la de Bianca y Celeste. Ambas podían sentir la evidencia de la excitación de Iván presionando con fuerza contra sus vientres, la gruesa cresta de su miembro una intimidante promesa de placer por venir.
Cuando Iván besaba a Bianca, ella se apretaba contra su boca, cuando la mano de Iván bajaba hacia su sexo intacto, este podía sentir como se apretaba alrededor de la nada, anhelando una plenitud que nunca había conocido. Podía sentir la humedad acumulándose entre sus muslos, la prueba de la ansiosa aceptación de su cuerpo a su oscuro propósito. Sus pezones se tensaban contra la fina tela de su vestido, los picos duros y sensibles al más leve roce de su pecho. Iván quería tocarla allí, pellizcar y arrancarle los tiernos brotes hasta que Celeste gritara.
Cuando besaba los labios de Celeste, esta no podía hacer más que gemir y retorcerse, con el cuerpo en llamas y hambriento de sus caricias. Iván quería poner sus manos sobre sus tetas, quería sentir cómo sus dedos se hundían en la suave carne, moldeándola a su voluntad. Quería chuparle los pezones hasta que sollozara. Quería sentir su gruesa polla palpitando entre sus piernas, quería hundirse en ella hasta que estuviera enterrado hasta la empuñadura dentro de su coño intacto. Quería que follara hasta que gritara, hasta que su voz se volviera ronca y entrecortada de tanto gritar su nombre.
Cuando Iván se separó de ambas por falta de aire y por hambre de mas, noto que Bianca y Celeste se abrazaron entre si, temblando y gimiendo, Iván podía ver la humedad que se acumulaba entre sus muslos, el dolor desesperado que sólo él podía aliviar. Iván también estaba ardiendo de hambre, una hambre insaciable, tomo a ambas, levantando sus cuerpos núbiles sin esfuerzo mientras caminaba hacia la gran cama. Sus faldas revolotean, revelando destellos de sus muslos cremosos y las tentadoras curvas de sus traseros. Las arrojo sobre el lujoso colchón, observando cómo rebotan y se acomodan, sus tetas se sacudieron con el impacto.
—Quítense la ropa —Iván gruño de forma baja y áspera por el deseo, sus ojos azules brillaron como dos tormentas de nieve, mientras se cierne sobre ellas, un depredador acechando a su presa.
Iván al unísono de su orden, se empezó a quitar la túnica, dejando al descubierto la extensión de su piel pálida y perfecta, sus músculos esbeltos que ondulaban debajo. Su cabello cayendo hacia adelante, enmarcando su rostro como un halo mientras los miraba con una intensidad ardiente, esperando que obedezcan. Su polla palpitando contra sus pantalones, ansioso por liberarse, por reclamar la inocencia extendida ante él. Sus bolas doliendo, pesadas y llenas, hinchadas con semen y desesperadas por liberarse.
Bianca y Celeste miraron a Iván con ojos abiertos y sorprendidas, como si estuvieran hechizadas por la apariencia de Iván obedecieron su orden de forma automática, Bianca y Celeste se apresuraron a obedecer, sus dedos buscando torpemente los cierres de sus vestidos. Las manos de Bianca temblaban mientras desataba la faja de su cintura, la tela sedosa se deslizaba por su cuerpo y se acumulaba en la cama. Al final Bianca no quedo con nada más que una delgada camisola de encaje que dejaba poco a la imaginación, sus duros pezones claramente visibles a través de la tela vaporosa. La camisola de Bianca no hacía nada para ocultar la mancha húmeda en la unión de sus muslos.
Celeste fue mas rapida y ya se había quitado el vestido por completo, se recostó en la cama de forma provocativa, desnuda como el día en que nació, con sus enormes tetas rebotando libremente y los rosados pezones fruncidos por el aire fresco.
—¿Le gusta lo que ve, Su Gracia? —ronroneó con una sonrisa traviesa en el rostro, recorriendo con las manos las curvas de su cuerpo, ahuecando sus pesados pechos y apretándolos de manera tentadora—. Somos todas suyas.
Bianca se sonrojó ante la audacia de su hermana, pero no pudo evitar hacer eco de su sentimiento.
—Sí, mi señor —murmuró tímidamente, mordiéndose el labio inferior mientras lo miraba con ojos llenos de adoración y confianza, ella también se recosto—. Ahora te pertenecemos en cuerpo y alma. Por favor, úsanos como crea conveniente.
Mientras se ofrecían ante Iván, desnudas y deseosas, con sus cuerpos pálidos brillando y exuberantes a la luz de las velas. Bianca y Celeste se ofrecieron ante Iván como un banquete, su carne intacta lista para ser tomada, su virginidad un premio que reclamar. El aroma de su excitación perfumaba el aire, una embriagadora mezcla de inocencia y deseo que hizo que la polla de Iván palpitara dolorosamente contra los confines de sus pantalones. Sus coños en ciernes estaban hinchados y resbaladizo por la necesidad, los pliegues rosados brillantes e incitantes.
Iván se acerco a ellas con pasos lentos y deliberados, con el corazón latiendo con fuerza de anticipación. Iván se arrastro hasta la cama, deteniéndose sobre Celeste, admirando la forma en que sus muslos temblaban mientras los empezaba a separar lentamente. La vista de sus brillantes pliegues rosados, hinchados y húmedos por la excitación, hace que a Iván se le seque la boca. Incapaz de resistirse, se inclinó, pasando su lengua por su raja, saboreando el dulce y almizclado sabor de su carne virgen antes de meter su lengua a su tierna entrada. Celeste gimió y se arquea debajo de Iván mientras hundía su lengua perversamente talentosa más profundamente, sus muslos se abrieron más para permitirle el acceso a su coño empapado y necesitado. La lengua de Iván se hundio profundamente para acariciar su resbaladizo canal. Celeste enredó sus dedos en los sedosos cabellos de Iván, sujetándolo en su lugar, desesperada por sentir más de la increíble boca de Iván en su área más íntima.
—Mmm, sííí... justo ahí, mi señor... ohhh, tu lengua se siente celestial... —jadeó Celeste, arqueando la espalda mientras Iván la acercaba cada vez más al borde del olvido. Su suave miel cubrió la barbilla de este, goteando hasta las sábanas debajo, el aroma de su excitación era intenso y embriagador.
Iván no se olvido de Bianca, con sus dedos recorrió la suave extensión de su muslo, sintiendo como se estremece ante su tacto. Incapaz de negarse más, deslizo dos dedos en su estrecho canal virgen, sus sedosas paredes se apretaron ante la intrusión. Lentamente, Iván empezó a introducir y sacar los dedos, curvándolos para acariciar sus puntos más sensibles.
Bianca jadeó cuando sintió los largos y hábiles dedos hundirse en sus intactas profundidades, sus resbaladizas paredes se apretaron con avidez alrededor de la bienvenida intrusión. Cada embestida enviaba descargas de placer atravesándola, enroscándose cada vez más fuerte en su vientre hasta que pensó que iba a estallar.
—Oh, mi señor —gimió Bianca, con voz aguda y débil por la necesidad mientras el pulgar de él rodeaba su clítoris dolorido y palpitante—. Se siente... se siente tan bien... por favor... no pares... Sus caderas se ondularon instintivamente, frotando su coño chorreante contra la mano de Iván, buscando más de esa exquisita fricción. Al mismo tiempo Iván uso su pulgar para encontrar su clítoris dolorido y comenzar a rodear el endurecido bulto, estimulándola sin piedad.
El sudor brillaba en la frente de Iván mientras trabajaba con las dos bellezas hasta su primer clímax, su propio cuerpo ardía con una fiebre de lujuria y deseo. Su polla se tensaba contra sus pantalones, la gruesa longitud palpitaba y se contraía con cada gemido y jadeo que salía de los labios hinchados por los besos de Bianca y Celeste.
Mientras el placer de Bianca y Celeste aumentaba, Iván aumento aún más el ritmo, pudiendo sentir comos sus sedosas paredes revoloteando y apretándose alrededor de sus dedos, sus cuerpos intactos tensándose en anticipación de su primer orgasmo. El clítoris de Bianca palpitaba violentamente bajo el pulgar de Iván que rodeaba el sensible bulto sin piedad, llevándola cada vez más arriba. Los muslos de Celeste temblaban y se apretaban alrededor de las orejas de Iván mientras aumentaba la succion y lamía con mas avidez su sexo chorreante, empujándola más cerca del borde del éxtasis.
Y entonces, con una última presión, un último golpe y una embestida, Bianca y Celeste se hicieron añicos. Bianca echó la cabeza hacia atrás y gritó de éxtasis hacia los cielos, su cuerpo virgen se convulsionó salvajemente cuando su primer clímax se apoderó de ella. En ese mismo momento, Celeste apretó sus muslos alrededor de la cabeza de Iván y gimió de placer, su coño intacto se estremeció y chorreo a borbotones alrededor de la perversa y talentosa lengua de Iván.
Ola tras ola de puro éxtasis recorrió a las dos bellezas mientras experimentaban su primera experiencia de verdadera liberación, la miel resbaladiza brotando de sus apretados coños y empapando las sábanas debajo. Bianca y Celeste se retorcieron y corcoveaban, perdidas en las intensas sensaciones que desgarraban sus cuerpos, sus voces se alzaban en un coro de gritos y gemidos lujuriosos.
Mientras las réplicas de Bianca y Celeste se iban calmando poco a poco, ambas yacían jadeantes y temblando, con el cuerpo cubierto de sudor y los ojos vidriosos de feliz satisfacción. Mirando a Iván con admiración y adoración, incapaces de creer que les hubiera dado un placer tan increíble con nada más que sus dedos y su lengua.
Iván se permitió una pequeña sonrisa de suficiencia mientras sus hábiles dedos hacían un trabajo rápido con sus pantalones, liberando la su ansiosa polla.
Los muslos de Celeste temblaron y se abrieron ansiosamente para el, mientras Iván se acomodaba entre ellos, revelando su sexo reluciente y virgen, hinchado y palpitante de necesidad. Con una sonrisa maliciosa, agarro las caderas de Celeste y se lanzó hacia adelante, enterrándose hasta la empuñadura en una poderosa embestida.
Celeste gritó con fuerza cuando Iván se lanzó hacia delante, un jadeo agudo escapa de los labios de Iván mientras desgarraba el himen de Celeste, enterrando su longitud profundamente en sus profundidades, antes vírgenes. Un hilo de sangre carmesí brotó de donde estaban tan íntimamente unidos, la vista de la sangre de su virginidad en su polla solo enciende aún más la lujuria de Iván.
El dolor rápidamente dio paso a el placer para Celeste, quien rodeó con las piernas a Iván incitándolo a moverse. Iván podía sentir cada centímetro grueso y palpitante de él estirándola, llenándola, reclamándola de la manera más primaria posible. Iván comenzó a moverse, bombeando dentro de su calor apretado y envolvente con embestidas profundas y deliberadas, saboreando cada apretón y aleteo alrededor de su longitud saqueadora.
—¡Oh, mi señor! —jadeó Celeste, arqueando la espalda mientras él comenzaba a moverse, embistiéndola con embestidas profundas y deliberadas—. Eres tan grande... tan profundo dentro de mí... ¡Ahhh, se siente increíble!
Las paredes resbaladizas de Celeste se apretaron y revolotearon alrededor de el miembro saqueador de Iván, atrayéndolo más profundamente, sujetándolo fuerte mientras Iván la tomaba con un ritmo despiadado e implacable. Celeste solo pudo aferrarse a sus hombros, sus uñas clavándose en su piel mientras se entregaba por completo a las intensas sensaciones que la abrumaban.
Los sonidos húmedos y obscenos de su apareamiento llenaban el aire, mezclándose con los gemidos cada vez más desesperados de Bianca, ya que los dedos de Iván no habian cesado de estimular su sexo chorreante. Sus caderas se ondulaban y frotaban contra la mano de Iván desesperadamente, buscando más de esa fricción increíble que la tenía al borde de otro clímax demoledor.
Al mismo tiempo, Iván levantándose un poco y dejando de estimular a Bianca un momento, la atrajo hacia él para besarla apasionadamente mientras continuaba el implacable ritmo de sus caderas contra las de Celeste. Las manos de Iván recorrieron las exuberantes curvas de Binaca, acariciando y apretando mientras saqueaba la dulce boca de Bianca con su lengua. Las palmas de Iván se aplastaron en uno de los grandes pechos de cada hermana, sintiendo ambos pezones endurecerse bajo su toque.
Perdida en una neblina de sensaciones, Bianca sólo pudo gemir en medio del beso, sus caderas ondulan instintivamente mientras se frota contra la mano de Iván, quien dejo su pecho y su mano se volvió a enterrar profundamente en el sexo goteante de Bianca. Los sonidos húmedos de su apareamiento llenaban el aire cada vez mas, mezclándose con los gritos entrecortados de Celeste y los gemidos lascivos de Bianca.
Iván podía sentir sus bolas golpear contra el trasero de Celeste con cada poderosa embestida, hinchadas y agitadas por la enorme carga que pretendo bombear dentro de el joven útero. Su polla, gruesa y palpitante, estirando el pasaje una vez virgen de Celeste, reclamándola, apoderándose de ella, mientras Iván la follaba con una intensidad que deja a Celeste intoxicada de placer. Los muslos de Celeste se apretaron alrededor de las caderas de Iván, sujetándolo profundamente mientras su clímax la golpeaba como un maremoto. Celeste echó la cabeza hacia atrás con un gemido de éxtasis, su coño se contraía y brotaba alrededor de la longitud de su señor mientras este la follaba hasta el orgasmo con una intensidad decidida manteniendo un ritmo constante y despiadado mientras penetraba a Celeste duramente. Mientras las manos de Iván manoseaban una de las enormes tetas de Celeste y otra estimulaba el sexo de Bianca. El trio perdido en una neblina de la lujuria, Iván solo podía sonreír oscuramente, saboreando ese placer que tanto había extrañado.
—¡Sí, mi señor! ¡Ahhh, sí! Lléname... Quieroo... ¡Quiero sentir tu semilla inundando mi útero! —gritó Celeste, perdida en el éxtasis de su primera cópula, felizmente inconsciente de las consecuencias de sus súplicas lascivas.
Bianca sintió que su propio clímax se precipitaba hacia ella, causada por los hábiles dedos de Iván y la erótica visión de él reclamando a Celeste la empujaron al precipicio. Con un grito ahogado, se deshizo, su cuerpo intacto se convulsionó salvajemente mientras un segundo clímax la desgarraba. Su sexo se tensó y onduló alrededor de los dedos enterrados de Iván, chorreando miel mientras soportaba las secuelas de su éxtasis.
Iván mantuvo una oscura y petulante sonrisa de satisfacción, sus caderas continuaron con su implacable ritmo de pistón mientras los gritos de Celeste alcanzan un tono febril, los sonidos depravados de su cópula resonando obscenamente en la gran cámara. Ella se había deshecho, se había desenredado, es una criatura lasciva de pura sensación. Sus uñas arañan las sabanas, su cuerpo retorciéndose con cada poderosa embestida de las caderasde Iván. Mientras al mismo tiempo los dedos de Iván no cesan de atacar sin piedad el centro lloroso de Bianca, hundiéndolos dentro y fuera, acariciándolos, curvándolos, arrancándoles otro clímax. Ella solo gemía dulcemente con la boca abierta, lágrimas de éxtasis corren por sus mejillas sonrojadas mientras succiono con fuerza su pezón rosado, lamiendo el sensible capullo con la lengua.
Iván podía sentir su propia liberación acercándose rápidamente, con un gruñido bajo y animal, redoblando sus esfuerzos, embistiendo con salvaje abandono la vaina espasmódica de Celeste mientras sus dedos continúan su despiadado asalto al sensible y sobreestimulado sexo de Bianca. Bianca y Celeste no podían hacer más que gritar y gemir de absoluto éxtasis mientras eran despiadadamente complacidas por las incansables atenciones de su insaciable Señor. El exuberante cuerpo de Bianca se ondulaba y temblaba, sus enormes y agitadas tetas rebotaban con cada embestida de los dedos de Iván, que se hundían en su chorreante y revoloteante coño. Su miel goteaba por sus temblorosos muslos mientras Iván seguía succionando y mordisqueaba los rosados picos que coronaban su generoso pecho, enviando ondas de choque de éxtasis que recorrieron sus nervios.
Celeste chilló y se convulsionó salvajemente bajo las poderosas e implacables embestidas de su señor, su palpitante polla penetrando a Celeste una y otra vez, alcanzando profundidades que ella nunca supo que poseía. Su sedosa y aterciopelada vaina se ondulaba y se apretaba alrededor del grueso y palpitante invasor, como si intentara extraer hasta la última gota de su semilla regia.
Iván no mostró piedad y se folló a Celeste con un desenfreno febril que la dejó sollozando y gimiendo de frenético placer. Sus dedos siguieron hundiéndose en el canal empapado y espasmódico de Bianca sin cesar, arrancando un clímax tras otro de su cuerpo tembloroso mientras rotaba entre besarla, lamerle y succionar sus pezones, volviéndola loca de placer.
Bianca sólo pudo gemir y chillar en la boca de Iván mientras este bebía de sus apasionados gritos, su lengua hurgando profundamente para acariciar la suya mientras exigía su rendición al éxtasis que la obligaba a sentir. El mundo de Bianca se redujo a nada más que la exquisita sensación de sus dedos bombeando dentro de ella, acariciándola, reclamándola como suya.
Celeste sintió que su propio placer llegaba a su punto máximo una vez más, su cuerpo estaba siendo abrumado por el tamaño y el poder del ferviente apareamiento de Iván. Con un grito que bordeaba el chillido, arqueó la espalda, su coño se tensó y se desbordó alrededor de la polla explosiva de Iván, mientras su orgasmo la atravesaba como un rayo. Sus ojos se pusieron en blanco y sacó la lengua mientras sucumbía al éxtasis sin sentido de su propia liberación.
Bianca sintió que su propio gran clímax se acercaba con fuerza, su cuerpo se tenso y tembló mientras los dedos implacables de Iván la empujaban cada vez más cerca del precipicio del olvido. Iván podía sentir el calor enroscándose cada vez más fuerte en su interior, la presión aumentando hasta un punto insoportable mientras seguía succionaba con fiereza el tierno capullo de el pezón de Celeste, un rayo de luz blanca y ardiente la atravesaba cada vez que sus dientes rozaban la sensible carne.
Las embestidas de Iván se hicieron más fuertes y rápidas, el obsceno golpeteo de la piel sudorosa contra la piel se mezclaba con los gruñidos de placer carnal que emanaban de los tres amantes entrelazados en la gran cama. Bianca podía sentir a Iván tensarse sobre ella, su poderoso cuerpo poniéndose rígido mientras su propia liberación se acercaba rápidamente.
Celeste no pudo evitar sollozar entrecortadamente mientras las caderas de Iván la embestían con salvaje desenfreno, su pene golpeando su cérvix con cada poderosa embestida. Las uñas de Celeste se clavaron en los hombros de Iván mientras se aferraba a él con todas sus fuerzas, su cuerpo sacudido por las secuelas de su clímax devastador.
Iván sabía que estaba cerca, sus pesados y agitados testículos se apretaron contra su cuerpo mientras penetraba con fuerza el sexo espasmódico y chorreante de Celeste. Con un rugido de triunfo, se enterró hasta la empuñadura una última vez, su gruesa polla palpitando y sacudiéndose mientras explotaba dentro de Celeste. Gruesas y calientes cuerdas de su potente semilla inundaron el útero intacto de Celeste, pintando su interior de blanco mientras la llenaba de su esencia.
Al mismo tiempo, sus dedos se hundieron profundamente en el coño lloroso de Bianca una última vez, acariciando ese punto dulce en lo alto de su interior que la hizo gritar de absoluto éxtasis. Su clímax se estrelló contra ella como un maremoto, arqueando la espalda mientras la miel brotaba de su sexo espasmódico, salpicando los dedos de Iván. BIanca solo pudo gemir y agitarse debajo de él mientras el éxtasis la consumía, su mente se quedó en blanco por la fuerza de su liberación.
Jadeando suavemente, Iván retiro lentamente su pene agotado del sexo goteante y devastado de Celeste. La visión de su espeso semen goteando de su maltratado agujero lo llenó de una oscura sensación de satisfacción, un orgullo primario por haberla marcado tan completamente como suya. Celeste gimió incoherentemente, cuando su sensible clítoris se contrajo por el rose de el miembro ablandado de Iván.
Iván volvió la mirada hacia Bianca y la encontró observándole con una mirada de pura y desenfrenada desesperación. El miembro de Iván volvió a endurecerse cuando se le presentó, Iván no resistió y la puso en cuatro, ella arqueo la espalda para levantar su trasero en forma de corazón de manera tentadora. Guiado por el instinto y un hambre creciente, Iván agarró sus caderas y se sumergió lentamente en su calor apretado y virgen. La sensación de su inocencia alrededor de su polla nunca dejaba de provocar un escalofrío en su interior, su virginidad tiñó su eje de un delicado color rosa.
Su corazón se aceleró, no por el esfuerzo, sino por la embriagadora mezcla de posesión y carnalidad que sentía al tenerla. Iván empezó a moverme dentro de Bianca, no con el salvaje abandono de antes, sino con un ritmo más lento y deliberado. Cada centímetro de sus paredes sedosas acariciaba su sensible carne, avivando las brasas de su deseo hasta convertirse en una llama ardiente una vez más.
Bianca arqueó la espalda con desenfreno y dejó escapar un gemido entrecortado al sentir la polla de Iván introducirse lentamente en sus vírgenes e intactas profundidades. Sus estrechas y rosadas paredes revolotearon y se apretaron alrededor de su miembro endurecido, amoldándose a cada uno de sus contornos como si su cuerpo estuviera hecho para ser llenado por él y solo por él.
Las manos de Iván la agarraron por las caderas con un fervor posesivo, sus dedos se hundieron en la carne de su trasero mientras comenzaba a moverse dentro de ella. Bianca solo pudo gemir y maullar, sus ojos se cerraron de placer mientras saboreaba la exquisita sensación de estar tan completa y completamente llena por el hombre que le estaba dando tanto placer.
Celeste yacía a su lado, aun temblando y maullando suavemente mientras la espesa semilla de Iván seguía goteando de su sexo bien utilizado. Observó con ojos nublados y embriagados de lujuria cómo su hermana era reclamada, con una débil sonrisa de éxtasis.
A medida que las embestidas de Iván se volvían más firmes y decididas, el cuerpo de Bianca respondía a el toque de Iván con un fervor que los dejaba sin aliento. Bianca arqueó aún más la espalda, presionando su trasero en forma de corazón con más firmeza contra la ingle de Iván, rogándole en silencio que la tomara con más fuerza, más rápido, que la reclamara por completo.
Gruñendo suavemente, Iván cerro su mano en los cabellos dorados de Bianca, agarrando los sedosos mechones con fuerza mientras aumento la fuerza y la velocidad de sus embestidas. Un gemido bajo y animal retumba en su pecho mientras Iván se inclino sobre su cuerpo supino, con su otra mano encontró su generoso y agitado pecho, amasando la carne flexible con rudeza mientras se sumerge en ella una y otra vez. Siento que el pezón de Bianca se ponía rígido y endurecido bajo su toque, el capullo rosado se tensa contra su palma como si rogara por más de las dominantes atenciones de Iván.
Bianca se quedó sin aliento cuando Iván la sujetó con más fuerza y sus dedos se hundieron en sus sedosos mechones dorados como un hombre poseído. Ella jadeó bruscamente y arqueó la espalda para presionar sus doloridos pechos con más fuerza contra la palma de Iván mientras seguía saqueando sus profundidades con lujuria. El cuerpo de Bianca se rindió a su tacto, su suave piel se sonrojó y brilló con una capa de sudor mientras él disfrutaba de su cuerpo dispuesto.
—¡Oh! —gritó Bianca, con la voz entrecortada por la necesidad y el deseo mientras Iván se cernía sobre ella, su belleza pálida ahora teñida por el rubor del esfuerzo. Podía sentir cada centímetro grueso y palpitante de Iván clavándose en ella, estirando sus paredes intactas de la manera más exquisita imaginable. Las caderas de Bianca se sacudieron para recibir las embestidas de Iván, su cuerpo buscando instintivamente más de la deliciosa fricción que sólo él podía proporcionar.
Bianca arqueo aun mas la espalda y deja escapar mas jadeos agudo de sus labios hinchados por los besos mientras la reclamo con una intensidad recién descubierta. Su cuerpo se rindió a las atenciones de Iván, su suave piel enrojecida y brillante con una capa de sudor por su apasionado apareamiento. Sus ojos lo miran, esos orbes celestes nublados por la lujuria y la adoración, instándole en silencio a seguir mientras disfruto de su forma núbil.
Pudo sentir que su clímax se acercaba una vez más, sus agitados testículos se tensan mientras embisto a Bianca con desenfreno. El obsceno golpeteo de carne contra carne resuena por todo el dormitorio, acentuado por los gemidos entrecortados de Bianca y los propios gruñidos de esfuerzo de Iván. Celeste que yacía en un charco de su encuentro anterior, su propia figura exuberante todavía tiembla por las secuelas de su propia liberación. Los miraba con los ojos entrecerrados, una sonrisa débil y dichosa jugando en sus labios mientras disfruta de la visión erótica de su hermana siendo tan completamente depravada por su Iván. Pudo ver el brillo oscuro y satisfecho en su mirada, la aprobación silenciosa y el aliento para que continúe la conquista de la carne una vez virgen de Bianca.
Las nalgas y la pelvis redondeadas y mullidas de Bianca emitían ruidos obscenos y húmedos mientras era penetraba sin piedad; cada embestida obligaba a que una nueva oleada de sus jugos combinados brotara de su dilatado agujero. Los sonidos lascivos solo incitaban a Iván a seguir adelante, alimentando su lujuria y su determinación de llevar a su nueva posesión a la cima del éxtasis una vez más. Iván podía sentir sus paredes de terciopelo revoloteando y apretándose alrededor de su polla explosiva, agarrándome como un torno mientras Iván devastaba sus profundidades más íntimas.
Incapaz de resistir más la tentación, Iván soltó sus pechos doloridos y dejo que su mano descendiera más, buscando el capullo hinchado de su clítoris. Bianca gimió en voz alta cuando sus dedos encontraron su sensible protuberancia, su espalda se arqueó mientras comenzaba a hacer círculos y frotar la carne palpitante con movimientos apretados y deliberados. Iván podía sentir su cuerpo tensarse, sus músculos tensándose mientras el placer alcanzaba su punto máximo, y supo que su liberación era inminente.
Iván miro a Celeste y vio que ella también seguía sumida en la neblina de su propio clímax, con los ojos vidriosos y la respiración agitada. Con una mirada de severa desaprobación, Iván dio una orden tajante; su voz melódica pero firme atravesó la niebla de lujuria que nublaba su mente.
—Si ya estás coherente, haz algo útil para mi placer, Celeste —ordenó Iván, en un tono que no dejaba lugar a discusión. Vio cómo un destello de comprensión se dibujó en su rostro, seguido de una sonrisa maliciosa y aprobatoria mientras asentía con entusiasmo y se arrastraba hacia nosotros en la cama.
Al mismo tiempo, Iván bajo la palma de la mano con fuerza sobre una de las suaves y temblorosas nalgas de Bianca. La fuerte bofetada resonó en toda la habitación, seguida por el gemido lascivo de Bianca mientras el dolor se mezclaba con el placer que corría por sus venas. Su cuerpo se sacudió debajo de Iván, su coño se tensó y onduló alrededor de su pene saqueador mientras podía sentir a Bianca precipitarse hacia su tercer clímax demoledor.
—¡Oh, Mi Señor! ¡Sí! ¡Lléname, reclámame, hazme tuya! —gimió Bianca, con la voz entrecortada y ronca de gritar su nombre. Lágrimas de éxtasis corrieron por sus mejillas sonrojadas mientras se entregaba por completo al placer que destrozaba su mente, su cuerpo intacto temblaba y se sacudía con la fuerza de su liberación.
Mientras el coño de Bianca se apretaba y se contraía casi violentamente alrededor de la polla de Iván, los dedos de este nunca cesaron su asalto despiadado sobre el clítoris hinchado de Bianca. Frotando y rodeando el palpitante bulto con despiadada eficiencia, prolongando su clímax y llevándola a alturas de éxtasis que seguramente Bianca nunca había soñado posibles.
Celeste, ahora a su alcance, se inclinó para capturar uno de los rígidos y doloridos pezones de Bianca en su boca caliente. Succionando con avidez, haciendo girar su lengua alrededor del sensible pico de Bianca, mientras su mano se deslizaba entre los muslos de Bianca, sus dedos se unieron a los de Iván para acariciar el clítoris hinchado y desesperado. Bianca echó la cabeza hacia atrás con un grito de puro éxtasis, su cuerpo se convulsionó violentamente mientras se deshacía debajo de él, su coño brotaba e inundaba su polla con su dulce néctar una vez más. La boca caliente de Celeste y su hábil lengua prodigándose en sus doloridos pezones solo intensificaron las abrumadoras sensaciones que consumían el ser de Bianca.
A través de la neblina de el propio clímax de Iván, podía sentir las paredes aterciopeladas de Bianca espasmándose casi dolorosamente a su alrededor, agarrando y ordeñando el miembro de Iván que se hundía tratando de extraer su semilla desesperadamente. El toque de Celeste y el continuo golpeteo de carne contra carne de entre ambos solo incitaron a Iván, empujándolo más cerca del borde de su propia liberación que seguía sobre el cuerpo tembloroso de Bianca.
El grito de éxtasis de Bianca resonó en la cámara cuando las brutales embestidas de Iván y el doble asalto a sus lugares más sensibles finalmente la empujaron al precipicio. El cuerpo de Bianca se convulsionó salvajemente debajo de él, arqueando la espalda casi dolorosamente mientras su tercer clímax devastador la desgarraba. Las paredes aterciopeladas de Bianca se cerraron sobre el eje de Iván como un torno de seda, ondulando y brotando mientras intentaban ordeñarlo hasta extraerle su semilla.
—¡Sí, Iván, Su Gracia! ¡Pinta mi vientre con tu semilla, lléname con tu esencia! —suplicó Bianca, con su voz como una voz lasciva, mientras ondulaba sus anchas caderas para recibir las implacables embestidas de Iván.
Celeste continuó chupando con avidez los pechos hinchados de Bianca, sus dedos todavía acariciaban y frotaban el clítoris espasmódico de la su hermana al ritmo del violento apareamiento de Iván. Los jugos de Bianca brotaban y rociaban con cada embestida de las caderas de Iván, sus fluidos combinados hacían ruidos húmedos obscenos que solo estimulaban su lujuria enloquecida. Celeste podía sentir el cuerpo de Bianca tensarse y estremecerse contra ella, y sabía que su amada hermana estaba a punto de romperse una vez más, de ser empujada a alturas aún mayores de felicidad carnal.
Bianca sólo podía aferrarse a las sabanas, sus uñas clavándose en la seda mientras se aferraba a las sabanas con todas sus fuerzas. Se entregó por completo a el toque dominante de Iván y al placer abrumador que le proporcionaba.
Iván tomo el cuerpo tembloroso de Bianca contra su pecho, aplastando uno de sus amplios pechos contra su palma, mientras con una última y poderosa embestida, y un gemido gutural enterró su palpitante polla profundamente en su espasmódica vaina, inundando su útero fértil con su semilla caliente y espesa. En el mismo instante, Celeste se aferro al rígido pezón de Bianca, succionando con avidez mientras era penetrada con todas las fuerzas que le quedan a Iván.
Bianca echa la cabeza hacia atrás y un grito de éxtasis salió de su garganta mientras se deshacía una vez más. Sus paredes aterciopeladas se apretaron alrededor de su miembro en erupción, ondulando y sacándome hasta la última gota de la esencia de Iván. Pudiendo sentir su miel brotando alrededor de su pene en expansión, los jugos combinados se filtran alrededor del grueso miembro que la estira tan deliciosamente.
Celeste sonrío con picardía mientras el heredero reclama a su querida hermana con tanta convicción, sus ojos brillaban con picardía y orgullo fraternal. Ella puede sentir a Bianca temblando y estremeciéndose en sus fuertes brazos, los jugos de la rubia brotando alrededor de el grueso eje mientras era llenada con la semilla de su Señor. Celeste beso a Bianca con avidez, tragándose los gritos extasiados de la menor mientras Iván la empuja hacia otro clímax devastador. Un beso húmedo y con la boca abierta, tragándose los gemidos y quejidos de éxtasis de su hermana. Sumergiendo su lengua en la boca de Bianca, girando y acariciando la lengua de Bianca con la suya, las manos de Celeste recorrieron con avidez el lujoso trasero de Bianca, apretando las mejillas temblorosas y sosteniéndola cerca mientras se frota contra ella, desesperada por una estimulación provocadora de su propio sexo palpitante.
Mientras el clímax de Bianca se calmaba y los chorros de semen caliente de Iván se reducían a un hilo, por fin retiro su miembro, todavía rígido, del sexo húmedo y bien utilizado de Bianca y observo con satisfacción cómo los hilos de su esencia combinada se filtran y manchan aun mas las sábanas. Se dio la vuelta para mirar a las dos mujeres y permito que una sonrisa lenta y sensual se dibuje en sus labios.
—Usen esas bocas y esas tetas exquisitas para adorar a su Gracia—ordeno, recostándome sobre las almohadas de seda con un brillo perverso en su mirada azul cielo—. Muéstrenme las profundidades de su devoción y su deseo por complacerme.
Iván abrió las piernas de forma incitante, y una mano se desliza perezosamente hacia abajo para acariciar su grueso miembro cubierto de los fluidos de la anterior copula, mientras las evaluaba con una mirada dominante y lujuriosa. Su otra mano les hizo señas para que se acercasen, una orden silenciosa para que den un buen uso a sus hermosos cuerpos para complacerle.
Los ojos de Bianca se abrieron de golpe, vidriosos de lujuria y adoración mientras contempla a su señor con una mirada de devoción pura e inquebrantable. Se lamio los labios hinchados saboreando el sabor persistente de la boca de Celeste y la esencia de Iván que todavía se aferra a ellos. Gateando con piernas temblorosas, Bianca se balanceo hacia Iván, sus pesados pechos rebotan con cada paso, la carne cremosa se sacudió hipnóticamente. El espeso semen de Iván chapoteando dentro de su coño bien follado, un poco goteando por la parte interna de sus muslos con cada movimiento.
—Mi señor —susurra Bianca, su voz es un susurro ronco lleno de deseo—. Soy tuya para que me mandes, ahora y siempre que desee. —Se arrodilla ante Iván, con las manos apoyadas en los muslos musculosos de este, mientras lo mira con una expresión de total sumisión y anhelo.
Bianca se inclina hacia delante y saco la lengua para lamer las gotas nacaradas de semen que estaban adheridas a el miembro de Iván. Haciendo girar la lengua alrededor de la cabeza hinchada, saboreando la esencia dulce y salada de su unión mientras lo limpia con lamidas reverentes y movimientos gatunos. Después tomo la polla de Iván entre sus manos, maravillándose por su intenso calor, por la forma en que palpitaba contra sus palmas. Lo acaricia lenta y suavemente, sus dedos acariciando la sedosa piel y trazando las venas palpitantes que recorren su longitud. Inclinándose más cerca, Bianca toma la punta del eje de Iván en su boca, succionando suavemente mientras saborea los sabores mezclados de su placer compartido. Succiona con más fuerza, tomando más de él en la cálida y húmeda caverna de su boca mientras lo mira con ojos llenos de lujuria.
—Mmm, mi señor —murmura Bianca alrededor de la gruesa carne que estira sus labios—, quiero probar hasta la última gota de nuestro amor.
Ella lo tomo más profundamente, su garganta se acomoda a su circunferencia mientras tragaba alrededor de Iván, masajeando la sensible parte inferior de su pene con la parte plana de su lengua. Las manos de Bianca lo acariciaban mientras lo chupa, sus dedos bailan sobre las pesadas y llenas de semen bolas de Iván. Queriendo ordeñarlo hasta secarlo, beber hasta saciarse de su esencia mientras adora su magnífico cuerpo con su boca ansiosa y sus manos reverentes.
Los movimientos de Bianca se vuelven más audaces, más lascivos, mientras se perdia en el placer de su amado señor. Lo tomo completamente en su boca, enterrando su nariz en los rizos almizclados en la base del miembro de Iván mientras lo tragaba profundamente con un gemido sensual. Los ojos de Bianca se cerraron de felicidad mientras saboreaba el peso y el calor de él en su lengua, la forma en que sus labios se estiran obscenamente alrededor del grueso miembro de Iván. Parecía que quería ahogarse con la polla de Iván, sentirla palpitar profundamente en su garganta mientras lo chupaba hasta otro clímax.
Celeste no se quedo atras, ayudo a su hermana tomando la mano de su hermana entre las suyas, entrelazando sus dedos mientras acariciaban el miembro de Iván. Juntas, trabajaron en tándem, sus manos y bocas adorando cada centímetro grueso y palpitante de Iván. La lengua de Celeste bailando a lo largo de la longitud de Iván, sus labios y boca succionando y besando mientras prodiga la polla de Iván con atención. Bianca imito sus movimientos, su propia boca húmeda y su lengua ansiosa acarician y saborean mientras trabajan juntas para llevar a Iván a las alturas del éxtasis. La otra mano de Celeste ayuda a su hermana acariciando los testículos pesados y llenos de semen de Iván, haciéndolos rodar suavemente en su palma mientras succiona y lame su magnífico miembro.
Iván se recostó, con una sonrisa maliciosa y llena de satisfacción extendiéndose por su hermoso rostro mientras observa a las dos bellezas impresionantes adorar su magnífica polla con tanta devoción. Sus bocas exuberantes y sus exquisitas tetas trabajan en conjunto, acariciando y succionando su grueso eje mientras lo miran con ojos llenos de lujuria, rogando complacerlo de cualquier manera que puedan.
Iván enredo sus finos y elegantes dedos en los sedosos cabellos dorados de Bianca, guiando su cabeza mientras la sube y la baja por su longitud. La garganta de Bianca abraza y se contrae fuertemente en su sensible carne, como si hubiera nacido para chuparle la polla. Su otra mano sosteniendo los rizos de Celeste, agarrándolos suavemente mientras atrae su boca con más fuerza contra la de Bianca, obligando a sus labios a encontrarse y a sus lenguas a bailar alrededor de la hinchada y supurante punta.
—Qué mujeres tan obedientes, tan ansiosas por complacer a su Señor —murmuro Iván, con una voz profunda y tranquila que provocó escalofríos de deseo por la espalda de ambas. Iván mecio un poco las caderas y embistió la boca caliente y succionadora de Bianca, quien logro tomarlo hasta el fondo, la cabeza de su polla beso la parte posterior de su garganta con cada rápida y poderosa embestida de su trasero. Iván gimió, un sonido que retumbo en su pecho mientras los hábiles dedos de Bianca amansaban y acarician sus pesadas bolas llenas de semen con más fervor, incitándole a que salga la espesa semilla que anida en su interior.
Celeste lamio y succiona el miembro de Iván, su lengua giro y bailo alrededor de los labios de Bianca, trazando el obsceno bulto de su polla que estiraba la boca de su hermana. Ella gimio descaradamente, un sonido que vibro deliciosamente a través de su pecho y alrededor de la carne de Iván mientras se presionaba más fuerte contra Bianca, instándola a tomarlo aún más profundo. Las manos de Celeste nunca detuvieron su asalto sensual, acariciando y acariciando las voluptuosas curvas de Bianca, pellizcando y haciendo rodar los picos rígidos de sus enormes pechos mientras rebotan y se balancean hipnóticamente. Las enormes tetas de Celeste se agitan con cada respiración jadeante, la carne cremosa se sacudió tentadoramente mientras frotaba su coño empapado y dolorido contra el muslo musculoso de Iván, dejando rastros brillantes de su excitación en su piel.
Las caderas de Iván se movieron de manera más rápida, follando la boca de Bianca con una urgencia cada vez mayor mientras perseguía su placer. Los sonidos húmedos y descuidados de su ansia por servirlo resuenan obscenamente por el dormitorio, mezclándose con los jadeos ásperos y los gemidos de felicidad de Iván. Los ojos de Bianca se pusieron en blanco y se cerraron mientras se perdía en el acto de adorar a su amado señor, decidida a ordeñarlo hasta dejarlo seco con su boca y garganta reverentes. Celeste igualo el fervor de su hermana, chupando con fuerza la hinchada punta del príncipe mientras empuja más allá de los labios estirados de Bianca, sus propios ojos vidriosos de lujuria y adoración mientras miraba a Iván, rogando en silencio por su semen, por su bendición, por su favor.
El cuerpo musculoso de Iván se tenso, los músculos de su estómago se tensaron mientras su clímax se desarrollaba a una velocidad impresionante. Su miembro se hincho y latio contra su lengua, estirando su boca aún más alrededor de su enorme circunferencia mientras él se tambalea al borde del éxtasis. Celeste succiona con más fuerza, su lengua revoloteo salvajemente y lascivamente sobre el eje de Iván, instándolo a continuar, alentándolo a soltarse e inundarle la boca y el vientre ávidos de Bianca con su semilla caliente y espesa. Bianca gimió alrededor de la polla de Iván, el sonido envía deliciosas vibraciones a través de su carne sensible, empujándolo más cerca de ese borde dichoso.
Con un rugido de puro placer, Iván se introdujo hasta las bolas en la garganta de Bianca y exploto, pintando sus amígdalas y lengua con su liberación. Bianca traga desesperadamente, engullendo cada chorro de semen hirviente que sale del eje de Iván. Celeste lamio y succiono, cuidando la corrida de Iván a través de cada poderoso chorro.
Mientras el clímax de Iván se calmaba y se hundía contra las almohadas de seda, las dos rubias limpiaban con ternura su miembro, que se estaba ablandando, lamiendo y acariciando cada centímetro hasta que estuvo impecable y reluciente. Bianca y Celeste besaron y acariciaron con labios y dedos reverentes el miembro de Iván, sus manos y bocas lo adoran mientras él se deja llevar por el resplandor de su espectacular liberación. Al acabar se acurrucaron contra el cuerpo musculoso de Iván, sus tetas amortiguan sus brazos y su pecho mientras lo miran con adoración, rogando en silencio por su próxima orden, listas y dispuestas a servir a su señor de cualquier manera que desee esa noche.
Iván aun estaba tenso, con la mente llena de acontecimientos del día. Para relajarse, Iván centro su su atención en las dos bellezas que tenía delante, Bianca y Celeste, en sus curvas exuberantes y en sus sonrisas entusiastas, que lo llamaban como el canto de una sirena, prometiendo un respiro de las cargas del liderazgo.
Durante horas, hasta que la primera luz del alba se coló por las ventanas del dormitorio, Iván se perdió en sus exquisitos cuerpos. Explorando cada centímetro de su sedosa piel con dedos y labios hambrientos, cartografiando las ondulantes extensiones de sus enormes pechos, el arqueamiento de sus caderas, las suaves curvas de sus muslos. Se deleito con el calor resbaladizo de sus húmedos núcleos, hundiendo su grueso eje en sus acogedoras profundidades una y otra vez mientras gemían y se retorcían debajo de el, sus gritos de éxtasis resonando en las paredes del dormitorio.
Sus bocas demostraron ser igualmente hábiles, sus labios exuberantes y sus lenguas adoraron su carne sensible con gusto. Sus pesadas bolas golpeando obscenamente contra sus barbillas mientras me empotraba en el abrazo caliente y succionador de sus gargantas y bocas. Bianca y Celeste intercambiaron mi eje entre sus labios y pechos, sus enormes tetas amortiguaron mi polla mientras la colocaban entre ellas, acariciando y apretando hasta que pinté sus caras y escote con chorro tras chorro de mi semilla caliente.
Iván se despertó sintiendo el peso de dos cuerpos enredados a su alrededor, el calor de sus pieles pegadas a la suya, el leve murmullo de sus respiraciones acompasadas. El cuarto estaba impregnado de un aroma espeso, una mezcla de sudor, perfume y el aire viciado de la noche anterior. Parpadeó un par de veces, acostumbrando su vista a la tenue luz del amanecer que se filtraba por los gruesos cortinajes de la habitación.
Su primer pensamiento fue que quería comer y beber algo. Se deslizó con cuidado, apartando los brazos que lo rodeaban sin demasiado esmero. Ambas se removieron con suavidad, un murmullo escapando de los labios de una de ellas cuando el frío reemplazó el calor de su cuerpo. Iván no prestó atención. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo sus labios un poco hinchados, y exhaló con pesadez.
—Debo dejar de pensar con la polla —murmuró para sí, con un dejo de exasperación en la voz.
No podía negar que la noche había sido placentera, pero su mente volvía una y otra vez a la guerra, a sus responsabilidades, a la realidad que lo esperaba más allá de esas sábanas de seda y esos cuerpos suaves y complacientes.
Se puso de pie, estirando su cuerpo con un ligero crujido de articulaciones. Sus músculos aún estaban tensos, el cansancio acumulado pesando sobre sus hombros como un yugo invisible. Tomó un pantalón de tela oscura y se lo puso sin demasiada prisa, seguido de unas botas altas de cuero que ató con movimientos mecánicos. No se molestó en buscar una túnica formal. En su lugar, se colocó un abrigo negro y grueso, dejando su pecho desnudo al descubierto, aún cubierto de las marcas de la noche anterior.
La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por el resplandor dorado que se filtraba por los ventanales altos. Los muebles de madera oscura, ornamentados con tallados detallados de antiguas gestas y deidades olvidadas, le daban un aire imponente y solemne al lugar. En un rincón, una mesa de ébano estaba una garra de plata. Pero lo que más llamaba la atención era el enorme tapiz colgado sobre la chimenea, representando la historia de Varkath en tonos escarlata y dorado, con escenas de batallas y conquistas entretejidas en su tela gruesa.Iván caminó por la habitación, sin importarle el frío de la mañana. El aire pesado lo envolvía, sus pensamientos aún enredados en las sombras de la madrugada. Pero no podía permitirse la distracción. Salió de la estancia sin volverse, dejando atrás los cuerpos dormidos sobre la cama revuelta.
Los pasillos del palacio estaban en calma, apenas perturbados por el eco lejano de pasos de algunos legionarios en guardias. Varkath era un palacio colosal, construida sobre antiguas ruinas que se alzaban como el esqueleto de un pasado olvidado. Los muros que protegían el palacio eran gruesos, de piedra negra traída desde las minas de las montañas de Karador, reforzados con hierro y decorados con relieves que contaban historias de antiguos monarcas y guerreros caídos. Las antorchas parpadeaban en sus soportes de bronce, proyectando sombras danzantes sobre los techos altos y abovedados.
A medida que avanzaba, sus botas resonaban contra el suelo de mármol pulido. Grandes estatuas de reyes pasados se alineaban en los corredores, con sus rostros severos observándolo desde la distancia, como si juzgaran cada paso que daba. Cruzó un patio interno donde una fuente de piedra tallada vertía agua cristalina en un cuenco de ónix, los jardines circundantes algo quemados y cubiertos de enredaderas que trepaban por las paredes de piedra.
Finalmente, llegó a la muralla defensiva que rodeaba el palacio. Desde allí, la vista de la ciudad de Varkath se extendía ante él como un mar de techos de pizarra y calles adoquinadas, con torres de vigilancia asomándose entre la bruma matinal.
—Tráiganme los recipientes metálicos que encontramos en el campamento de Maximiliano —ordenó con voz firme a uno de los legionarios que patrullaban la muralla.
El soldado asintió de inmediato, desapareciendo por una de las escaleras que llevaban al interior del palacio. Iván se apoyó en la fría piedra del parapeto, sus ojos clavados en el horizonte. Desde la última batalla en Karador, su ejército había saqueado los restos del campamento enemigo, llevándose provisiones, armas y objetos de valor. Entre los despojos de guerra, habían encontrado unos recipientes de metal con una mecha, objetos que despertaron una vieja memoria en su mente.
No tuvo que esperar mucho antes de que el guardia regresara, cargando una de las piezas en sus manos. El recipiente era cilíndrico, de hierro ennegrecido, con una tapa asegurada por una serie de sellos rudimentarios. Iván lo tomó con cuidado, sintiendo el peso del objeto en su mano.
—Tráeme una daga —dijo sin apartar la vista del recipiente.
El legionario le tendió su arma sin hacer preguntas. Iván la tomó y deslizó la punta bajo los sellos, aplicando la suficiente presión hasta que el metal cedió con un crujido seco. Un olor acre y terroso se liberó en el aire cuando la tapa se aflojó. Miró dentro y confirmó lo que ya sospechaba: un polvo fino y oscuro, con una textura granulada que reconoció de inmediato.
Pólvora.
Cerró los ojos un instante. Su mente lo llevó a recuerdos borrosos de otra vida, de otro mundo donde había sido Alex, un niño que había tenido que aprender demasiado rápido las lecciones crueles de la vida. Recordó el olor de la pólvora en los callejones oscuros, el sonido de disparos en la noche, la sensación de tener un arma en sus manos mucho antes de ser un hombre.
Volvió a abrir los ojos, fijando su mirada en el polvo oscuro que descansaba dentro del recipiente. Se inclinó ligeramente, observando su textura con atención, dejando que los recuerdos de su vida anterior intentaran llenar los vacíos en su memoria. Aquella sustancia, tan insignificante a simple vista, era en realidad una de las herramientas más letales que la humanidad había concebido en su mundo anterior.
La pólvora aún no se había convertido en una herramienta común en este mundo, al menos no en Aurolia. No había escuchado de ningún otro ejército en el continente que la utilizara. Sus enemigos seguían dependiendo del acero y la disciplina. Pero esto... esto significaba una oportunidad. Una que solo un loco o un visionario sabría aprovechar.
Si jugaba bien sus cartas, podría tener en sus manos una ventaja militar inigualable. Pero evidentemente, en alguna parte del mundo, alguien ya la había descubierto. "Tal vez en Yuxiang", pensó, recordando los relatos sobre aquel vasto continente dividido en múltiples dinastías, un lugar donde la guerra era tan constante como en Aurolia. Sin embargo, los rumores decían que eran más avanzados, más civilizados en algunos aspectos. Sus conocimientos en literatura, ciencia y tecnología estaban muy por delante de los demás continentes, o al menos eso decían los informes de los comerciantes y espías.
Si la pólvora había llegado hasta aquí, era posible que su uso militar aún no se hubiera extendido. Y si nadie más la dominaba en Aurolia, él podría convertirse en el primero en desatar su verdadero poder. Pensó en los arcabuces, en los mosquetes, en los cañones primitivos de la era renacentista de su mundo anterior. Aunque su conocimiento era limitado, aún recordaba los conceptos básicos, lo suficiente como para trazar los primeros diseños. Solo necesitaba alquimistas y científicos lo bastante hábiles para replicar la receta de la pólvora, y con buenos herreros capaces de forjar las primeras armas.
De ser así... podría cambiar el curso de la historia de este mundo.
Apretó los labios en una línea tensa y cerró el recipiente con cuidado. A su alrededor, el viento soplaba con fuerza sobre la muralla, arrastrando consigo el olor de la mañana mezclado con la fragancia de las antorchas apagándose y el leve aroma de la lluvia que amenazaba con caer en cualquier momento. Se apoyó en la piedra oscura del parapeto, dejando que su mirada recorriera la ciudad de Varkath.
Había conquistado este lugar con sangre y fuego, con la fuerza de su ejército y la brutalidad de la guerra. Abajo, en las calles empedradas, los legionarios patrullaban con paso marcial, mientras los herreros trabajaban sin descanso en las fraguas para reparar las armas que se rompieron o se desgastaron. Antes de que pudiera seguir hundiéndose en sus pensamientos, un fuerte golpe en la espalda casi lo hace perder el equilibrio. Un instante después, escuchó una risa ronca y familiar.
—Te divertiste con tus joyas, ¿eh?
Iván bufó, sin molestarse en girar para mirar al intruso. Ya sabía quién era. Ulfric, el hombre de cabello rojo como el fuego, estaba de pie junto a él con una sonrisa burlona en el rostro.
—Cállate —respondió Iván con fastidio, pasándose una mano por el rostro—. Me preocupa lo lascivo que me estoy volviendo. Lo peor es que ya no me molesta. Carajo, con la cantidad de veces que me vengo dentro, seguro tendré un hijo pronto.
Ulfric soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—No te preocupes. Tu madre me dio instrucciones de que pusiera plantas que eviten que fecundes a alguna mujer. La mezclamos en la comida de tus concubinas y en la tuya. Así que ni esas dos rubias con las que disfrutaste anoche ni ninguna otra quedará embarazada… por ahora.
Iván alzó una ceja, sorprendido.
—¿Mi madre?
—Por supuesto —respondió Ulfric con naturalidad—. Se vería mal si el heredero de Zusian tuviera Segundos Hijos antes de casarse. No sería apropiado para alguien de tu posición.
Iván se cruzó de brazos, su expresión tornándose más seria.
Recordaba bien la estructura de los matrimonios en la nobleza. No se trataba solo de amor, ni siquiera de deseo. Todo era política. Cada unión, cada hijo, cada promesa, era un eslabón en la interminable cadena de alianzas y traiciones.
En su educación, le habían enseñado la diferencia entre los hijos nacidos de una esposa y aquellos nacidos de concubinas. Los primeros eran los legítimos herederos, los que recibían los títulos, las tierras y el poder. Los segundos hijos, aquellos nacidos de concubinas, tenían todos los beneficios de un hijo noble, pero siempre serían los últimos en la línea de sucesión. No se les negaba educación ni privilegios, pero jamás podrían reclamar el derecho de primogenitura.
Y luego estaban los terceros hijos, los bastardos. Aquellos nacidos de amantes sin título, sin reconocimiento oficial. Su destino dependía enteramente de la voluntad del noble que los engendró. Algunos eran tratados como hijos segundos, con oportunidades y privilegios limitados. Otros, simplemente eran ignorados, considerados como una vergüenza que debía ser escondida o eliminada.
El sistema era cruel, pero también eficiente. Garantizaba que el poder no se dispersara entre demasiados herederos y mantenía el equilibrio entre las casas nobles.
—Así que ni siquiera puedo tener hijos si quisiera… —murmuró Iván con una mueca sarcástica.
Ulfric sonrió con burla.
—Puedes intentarlo todo lo que quieras. Pero hasta que sea el momento adecuado, tu linaje seguirá intacto.
Iván sacudió la cabeza y exhaló con pesadez.
—Tsk. No sé si agradecerlo o sentirme manipulado.
—Ambas, probablemente.
Un trueno resonó a lo lejos, un rugido profundo que sacudió la tierra bajo sus pies, como un presagio de la tormenta que se avecinaba. Iván alzó la vista, observando el cielo cubierto de densas nubes negras que se arremolinaban con furia, amenazando con desatar su ira en cualquier momento. Sintió una extraña tranquilidad al ver aquel espectáculo natural, como si el caos de la tormenta reflejara el propio torbellino de pensamientos que se agitaban en su mente.
La pólvora. La guerra. El futuro.
Este mundo aún no estaba listo para lo que él estaba a punto de traer.
Pero lo estaría. Muy pronto.
Respiró hondo, dejando que el aire frío y cargado de humedad llenara sus pulmones. Su mirada volvió a vagar por la ciudad conquistada bajo sus pies, aquella que ahora le pertenecía. Las calles estrechas y empedradas se extendían como un laberinto de piedra y madera.
Curioso… había vivido más en este mundo que en la Tierra.
Murió a los catorce años y ahora tenía quince. En su vida anterior no fue nadie. Un simple chico olvidado por el mundo, criado por una madre negligente, rodeado de gente que lo usaba, lo manipulaba y luego lo desechaba como si nunca hubiera importado. Su educación fue pobre, su futuro incierto y su existencia apenas digna de ser recordada.
Pero aquí… aquí todo era diferente.
Aquí tenía poder. Tenía respeto. Tenía una familia, un propósito y un destino que él mismo forjaba con sus propias manos. Claro, las grandes y masivas guerras eran preocupantes, la muerte era un compañero constante y la traición acechaba en cada sombra… pero en términos generales, su vida era mejor que antes.
Eso le bastaba.
¿Sonaba cruel? ¿Egoísta? Tal vez. Pero prefería su propia felicidad antes que la de los demás. No era un monstruo, no mataba sin razón ni buscaba el sufrimiento ajeno por placer, pero tampoco se engañaba con la idea de ser un buen samaritano. En este mundo entendió lo fácil que era estar una noche con una mujer hermosa y al otro día estar al borde de la muerte, cómo un aliado podía volverse enemigo con una sola palabra y cómo las promesas se rompían tan rápido como se hacían.
Esta era su segunda oportunidad.
Y no la desaprovecharía. Desde el día en que nació en esta nueva vida, desde que sintió los cálidos brazos de su madre rodeándolo con amor, supo que esta vez no sería pisoteado, no sería usado, no sería un simple peón en el juego de otros. Aplastaría a cualquiera que intentara arrebatarle su felicidad. Haría lo que fuera necesario para proteger lo que era suyo.
Iván se volvió perder en sus pensamientos, su mirada fija en la lejanía, hasta que una voz familiar lo trajo de vuelta a la realidad.
—En qué piensas, estás muy serio.
Iván parpadeó y giró la cabeza para encontrarse con la expresión burlona de Ulfric, su mentor y uno de los pocos hombres en los que realmente confiaba. Su cabello rojo, despeinado y revuelto por el viento, hacía juego con la leve sonrisa que adornaba su rostro.
—Nada, solo… bueno, en nada —respondió Iván con indiferencia, restándole importancia.
Ulfric lo observó por un instante, como si intentara descifrar lo que realmente pasaba por su mente, pero finalmente se encogió de hombros.
—Como sea. Dime, ¿qué había dentro de esos recipientes de hierro?
Iván desvió la mirada hacia el objeto en cuestión. El pequeño barril metálico yacía junto a él, su tapa ligeramente abierta, permitiendo que un fino polvo oscuro se deslizara hasta el suelo.
—Es un polvo inflamable. Reacciona con el fuego —respondió con simpleza. Se agachó y tomó un pedazo de madera carbonizada de una antorcha cercana, lo acercó a una brasa aún encendida y luego abrió el recipiente con cuidado.
Tomó un pequeño puñado de la sustancia y lo dejó caer sobre la piedra del suelo. Al contacto con la chispa de la madera ardiente, el polvo estalló en una breve llamarada, un destello violento y fugaz que iluminó sus rostros con un resplandor anaranjado.
Ulfric dio un paso atrás, entrecerrando los ojos por la intensidad de la reacción.
—Nunca había escuchado de algo como esto… —murmuró, su tono más serio que antes.
Iván le lanzó una mirada calculadora.
—Yo tampoco… —mintió sin titubear—. Pero creo que se llama pólvora. Debió haber llegado desde el extranjero. No hay registros de algo así en Aurolia.
Ulfric se cruzó de brazos, pensativo.
—Un material así podría ser peligroso en las manos equivocadas…
—O en las manos correctas, podría cambiar el curso de una guerra.
Hubo un silencio tenso entre ambos. Ulfric no era tonto, entendía lo que Iván estaba insinuando. Un arma como esta no solo podía usarse para destruir, sino para moldear el destino de territorios enteros.
—Dile a los legionarios que no acerquen fuego a los recipientes —ordenó Iván con firmeza, su mirada clavada en los barriles metálicos—. No quiero accidentes. Y consigue a los alquimistas más hábiles de la ciudad, manda los demás recipientes a Zusian. Quiero saber exactamente cómo funciona esta sustancia… y cómo podemos usarla a nuestro favor.
Hizo una breve pausa, asegurándose de que Ulfric comprendiera la importancia de lo que estaba diciendo.
—Dile a quienes resguarden los recipientes que eso vale diez veces su peso en oro. Además, informa a mi madre que use nuestros recursos en replicar esta sustancia. Será útil para el futuro.
Ulfric asintió lentamente, su mirada reflejando una mezcla de preocupación y emoción.
—Como ordenes, muchacho.
El viento se intensificó, arrastrando consigo el olor de la lluvia y el polvo de la ciudad conquistada. El cielo rugió de nuevo, anunciando la tormenta que pronto azotaría las calles de piedra y los tejados de madera.
Pero la tormenta que Iván estaba por desatar era aún mayor.
Inspiró profundamente y se giró de nuevo hacia Ulfric.
—Además, da una orden a mi nombre: que nadie le haga daño a los ciudadanos durante estos cuatro días que estaremos aquí. Pasará un largo tiempo antes de que nuestras tropas abandonen esta ciudad, así que no quiero matanzas ni violaciones.
Su tono era severo, sin espacio para la discusión. No era por misericordia ni por sentimentalismo; se trataba de estrategia. Una ciudad intacta, con su población funcionando, valía más que una en ruinas.
—Y tráeme pluma y tinta —añadió—. Si es posible, también un ave. Debo informar a Lucan en el frente de Zanzíbar sobre mi nuevo plan.Había tomado su decisión.
Plantaría cabezas de puente en las fronteras de Zusian con Stirba y Zanzíbar.
Para el futuro de una anexión.