Como lo prometió, Dragón permaneció en la habitación de Hera, observándola mientras se sumergía en el sueño. Su rutina facilitaba que se quedara dormida, dejando a Dragón acomodado en una silla junto a su cama, su mirada fija en su espalda.
—Frank, me he estado preguntando... estamos casados, sin embargo... ¿por qué no compartimos la misma habitación?
La pregunta de Hera resonó en su mente, una consecuencia, pensó, de sus memorias borradas. —Qué preguntas tan tontas—, reflexionó.
Si no hubiera perdido la memoria, tales cuestionamientos nunca surgirían. Era evidente para él. A pesar de que Dragón creía que se había transformado en una belleza ignorante, no podía confiar plenamente en ella como para compartir cama. Ya había dejado de darle las pastillas que la mantenían a raya. No podía permitirse más riesgos.
—Hera —Dragón llamó suavemente, observando su respiración rítmica—. ¿Puedes oírme?