Las horas habían pasado en un abrir y cerrar de ojos, y antes de que Leo se diera cuenta, había pasado más de una semana desde su secuestro. Para entonces, se había recuperado de todas las drogas que utilizaron para mantenerlo postrado en la cama. Durante todo ese tiempo, Hera siempre había estado a su lado.
Desde que descubrió su existencia, se hizo rutina visitar su cuarto temprano por las mañanas, pasando sus descansos de almuerzo y merienda con él. A medida que recuperaba sus habilidades motoras, ella lo introdujo al arte de hacer jarrones en el jardín.
Justo como hoy.
Leo observaba en silencio a Hera al otro lado de la mesa, donde tenían un surtido de flores que habían escogido del jardín. Ella cortaba delicadamente los tallos, colocándolos en una canasta y repitiendo el proceso con precisión. Sus movimientos pausados indicaban cuánto se dedicaba a esta actividad.
—¿Te gustan mucho las flores, eh? —rompió el silencio, consiguiendo una mirada de ella.