Los labios de Primo se separaron, sus ojos fijos en el soldado herido que Cielo arrastraba fuera del bosque. Una vez que Cielo despejó el bosque, soltó los pies del soldado y lo inspeccionó junto a Moose.
—¿Pero qué demonios es eso? —Moose, acostumbrado a sus travesuras habituales, señaló al soldado cerca de sus pies—. ¿Por qué saliste arrastrándolo contigo? ¿Dónde está tu vehículo?
—Se averió en el camino —Cielo inclinó su cabeza hacia el bosque—. No está tan lejos.
Una explosión estruendosa de repente resonó en el bosque, obligando a los tres (Cielo, Moose y Primo) a mirar hacia atrás. Ella se encogió de hombros y luego redirigió su atención a los dos.
—¿Ven? —dijo—. No está tan lejos. Así que, no tienen que preocuparse de que arrastré a este tipo solo.
—¿Quién dijo que alguien está preocupado? —La cara de Moose se retorció en consternación—. Nadie está preocupado por ti. Si acaso, deberíamos preocuparnos por nosotros mismos.