—¿Debería quitarme estos tacones y ponérmelos cuando esté cerca del invernadero? —se preguntó Hera en mitad de su paseo. Se detuvo y miró hacia abajo, solo para negar con la cabeza—. No puedo hacer eso y correr el riesgo de ensuciar la reputación de Hera.
Justo cuando Hera lo decidió y dio un paso hacia adelante, oyó un ruido a su alrededor. Se quedó helada, con la guardia más alta que nunca. Mirando a su alrededor, todo lo que podía ver eran algunos arbustos a ambos lados del camino.
—¿Quién está ahí? —elevó su voz, precavida de su entorno. Pero ay, el silencio fue todo lo que oyó.
—¿Será solo el viento? —se preguntó mientras una brisa fría le pasaba por los hombros—. Supongo que solo me lo estoy imaginando.
Hera negó con la cabeza una vez más y continuó su camino. Aun así, instintivamente mantuvo su guardia alta, en caso de que no fuera su imaginación. Una cosa que había aprendido de la Hera original era siempre escuchar sus instintos.