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La única palabra condenatoria de Aelina se suspendió en el aire como una densa niebla, el silencio alrededor retumbaba con un peso opresivo. Su mirada era inquebrantable, fría mientras barría sobre los heridos, los cansados, los sobrevivientes de la Secta Doncella de Batalla.

—Patética —repitió, la palabra parecía sostener aún más desdén que la primera vez.

Su voz no tenía rastro de calidez o simpatía, solo una verdad dura y brutal que cortaba tanto como la hoja más afilada. Los discípulos no pudieron evitar mirar hacia abajo avergonzados. Sin embargo, algunos miraron hacia arriba, mirando directamente a Aelina, sus ojos hinchados volviéndose inyectados de sangre.

Los ojos de Aelina se detuvieron en cada mujer, su mirada penetrante, como si pudiera ver a través de sus almas. Dio un paso adelante, su presencia dominando todo el prado. El aire a su alrededor parecía ondular con su Qi, una presión invisible que pesaba mucho sobre los sobrevivientes.