De vuelta en la sede de la guardia de la ciudad, la intuición de Alden continuaba sonando las campanas de alarma. Con un profundo suspiro, intentó sacudirse la sensación de incomodidad cuando un repentino revuelo de pánico fuera de la ventana hizo que su corazón se detuviera por un momento.
Una multitud se había reunido en la plaza, señalando y jadeando ante la vista de Norrick y su equipo matando metódicamente a ciudadanos de aspecto inocente, quienes se transformaban en diversas bestias al morir.
Sus ojos se abrieron de par en par, su corazón latiendo aceleradamente en su pecho. Este acto repentino de violencia a plena luz del día, ejecutado por sus propios guardias, era algo que nunca había imaginado.
—¿Qué está pasando? —se preguntó.
Al salir corriendo de su oficina, gritó:
—¿¡Qué diablos estás haciendo, Norrick?!
Norrick hizo una pausa, una mirada vacía en sus ojos mientras se giraba hacia Alden:
—Siguiendo órdenes, jefe —respondió él.