Mientras Esther echaba a correr, no sabía a dónde quería ir, caminaba sin rumbo solo para ponerse en un lugar más lejano de la habitación donde estaba Belcebú. Durante su caminata, intentó calmarse sin notar dónde se había detenido. Esther se llevó la mano a la frente.
—Esto no se siente como yo —murmuró. Sentía como si su corazón quisiera algo pero su cabeza no había sido capaz de seguir lo que quería, haciéndose frustrante para ella misma. —Cálmate Esther, no eres una niña mimada —se dijo a sí misma. Mirando alrededor, Esther se dio cuenta de que había caminado hacia la parte trasera del castillo donde vio un gran cobertizo y caballos demoníacos atados en el lugar.