Elisa no se preocupaba ni malgastaba sus emociones en Mila por más tiempo. La mujer la había perjudicado y no quería seguir sintiéndose herida al endurecer su corazón.
—No mentía cuando dije que me recordabas a mi madre. En un tiempo fuiste una figura materna a mis ojos, pero he aprendido cuán diferente eres a ella —dijo Elisa mientras miraba a Mila—. Ella jamás lastimaría a personas inocentes.
Mila se burló y negó con la cabeza.
—Es porque estás de su lado que no has visto la gravedad de su acción. No sabes cuánta sangre tiene él en sus manos. Pero en el fondo, estoy segura de que sabes lo manchadas que están las manos que estás sosteniendo ahora mismo.
Elisa sacudió la cabeza hacia Mila.
—Si se trata de sangre, yo tengo sangre en mis manos y tú también.