—Todavía huele a sangre —Belcebú caminó sobre ella, inclinando la cabeza.
—Las heridas que recibí tardarán un mes o más en sanar —respondió la mujer y Belcebú asintió con la cabeza.
—Parece que ese es uno de los inconvenientes de ser humano. Por ahora estarás a salvo si decides no volverte estúpida y abandonar este invernadero. Es el único lugar que podría acogerte y estoy seguro de que para ti es tu lugar más seguro, ¿no es así? —Belcebú preguntó y la mujer apretó las manos.
—Tú no eres el jefe de esta casa, ¿verdad? Si lo fueras, me habrías dejado entrar en la casa. ¿No se enfadarán tu padre o tu madre si supieran que me guardas aquí? —la mujer frunció los labios.