De una vez por todas-II

Esther parpadeó. «¿Qué pasa con el cambio repentino?», pensó cuando Belcebú dijo: «¿Qué pasa con el cambio repentino? ¿Es eso lo que estás pensando ahora?».

—No, no lo es —respondió Esther.

—Mentirosa. No has olvidado que puedo detectar mentiras, ¿verdad?— le recordó Belcebú, haciendo que las mejillas de Esther se sonrojaran.

—Me sentaré —se aclaró la garganta Esther como si eso distrajera la atención de Belcebú sobre su error anterior.

—Sentarse o no, no habrá problema con hablar. Podemos hacerlo de esta manera —continuó Belcebú cuando sus manos aún estaban alrededor de su cintura, como para encerrarla allí y que no pudiera escapar.

A Esther no le gustaba el hecho de que podía odiar y amar estar tan cerca de Belcebú. Por un lado, lo odiaba porque la ponía nerviosa, pero por otro, nunca podría odiar la cercanía que ahora tenían.