Caminando de un lado a otro, Leviatán y Satanás no podían quedarse quietos y tenían que ocupar sus cuerpos para escapar de su ansiedad. Los hombres habían sido encerrados fuera de la habitación y solo podían deambular por el pasillo, esperando los llantos del bebé.
Ian se sentó en la silla, aparentando estar calmado cuando sus pies no podían dejar de hacer ruidos de golpeteo que llenaban todo el pasillo.
—¿Debería tardar tanto? —preguntó Satanás con impaciencia.
—¿No estabas ahí cuando nací yo? —respondió Leviatán con agudeza y rodó los ojos—. Toma más de cinco horas, pero en efecto esto está tomando un poco más de tiempo de lo usual.
—Bueno, bueno, debe ser porque el niño es especial —dijo la cuarta voz que no era la de Ian sino la de Lucifer, quien apareció de la nada. Su túnica se mecía mientras se paraba cerca de la puerta, cuando Satanás lo agarró del hombro.
—¿A dónde piensas ir? —inquirió Satanás con las cejas arqueadas.