No hay necesidad

Frío.

El tipo de frío que se filtraba hasta los huesos, arañando más allá de la carne y la piel como si hubiera estado esperando una invitación.

Era más que físico; era un escalofrío que congelaba los pensamientos, paralizaba los instintos y hacía que incluso las criaturas más audaces olvidaran cómo respirar.

Esto no era natural.

No era de este mundo.

El viento, que una vez bailaba libremente a través del bosque, había desaparecido. El bosque se había convertido en un cementerio de sonidos, una quietud tan completa que parecía como si el mundo en sí mismo hubiera olvidado cómo moverse.

Incluso el suelo parecía perder su calidez, como si la vida misma se estuviera retirando bajo la sofocante sed de sangre de Yorowin, dejando atrás un vacío congelado y metálico.