Acababa de lograr lo que nadie en la historia de Eldoralth había conseguido antes, y, sin embargo, no había ni un atisbo de emoción en la mirada de Atticus.
El núcleo flotó de regreso a su estómago, sus fríos ojos fijos hacia arriba en los brillantes cielos carmesíes. Tuvo que recurrir a trucos para escapar de las exigencias de las otras razas.
Debilidad. Odiaba ese sentimiento con todo su ser.
—Esa es una buena mentalidad para tener —la voz de Ozeroth resonó en su mente.
—Pero no es suficiente.
—Estás equivocado.
Una brillante luz se encendió en el pecho de Atticus, y en el siguiente instante, la figura en miniatura de Ozeroth apareció. Sus ojos excesivamente grandes se fijaron en Atticus.
—Mírame.