La tierra bajo Aurora tembló con una furia implacable. Sin embargo, ella no detuvo sus pasos. Al igual que Kael y Zoey, sabía que solo los Apexes podían causar tanto alboroto.
Pero Aurora estaba lejos de estar asustada.
¿Un poco cautelosa? Sí.
Pero había estado con alguien mucho más aterrador que ellos.
Aurora no le temía a Atticus. Para nada. Pero había sido testigo de su ira más veces de las que podía contar.
Cada vez, era como si el chico se convirtiera en algo totalmente distinto. Un diablo encarnado. Cuando esa faceta suya se asomaba, Atticus no se detendría ante nada hasta que su objetivo se arrepintiera de cada elección de vida que hubiera tomado.
Era un lado de él al que Aurora se había acostumbrado.
Para ella, si podía acostumbrarse a eso, nada más valía la pena mencionar.
—¿Dónde está? —murmuró ella para sí misma.