El recuerdo se desvaneció.
Y entonces, Zoey se encontró recostada contra un árbol, sus ojos fijos en la luna plateada de arriba.
Estaba llena.
Brillante.
Serenadora.
Sin embargo, dentro de ella, la ira ardía.
Casi se había rendido.
Casi lo había olvidado.
Había prometido a su tía, una promesa que había jurado mantener no importara lo que sucediera.
¿Y ahora?
Una pequeña risa amarga escapó de sus labios.
—Soy un desastre —dijo.
Había dejado que sus emociones la controlaran.
Casi lo había tirado todo por la borda, ¿por qué?
¿Por celos?
¿Por un sentimiento? El pensamiento la asqueaba.
—La tía Jereva estaría decepcionada —murmuró.
Sus puños se cerraron con fuerza.
¿Qué estaba haciendo?
¿Qué demonios estaba haciendo?
No podía tirarlo todo por la borda por algo así.
Lumindra, que había estado observándola en silencio, sonrió cálidamente.
Ella lo sintió.
Sintió el cambio dentro de Zoey.