Perspicacia

Seras se sentó en el suelo, tarareando una suave canción de cuna. Su melodía no estaba al nivel de Eris, pero aún así. No se podía negar que su voz era mágica.

Acariciaba suavemente el cabello rojo de su hija mientras ella dormía después de haber volado completamente fuera de control.

Seras era muchas cosas. Pero lo que más le enorgullecía era su dualidad.

Recién salida de una batalla, su hija la necesitaba y no había dudado en cantarle. Para calmarla.

Era una diferencia tan marcada del guerrero maníaco que se había lanzado a una horda de demonios y los había desmembrado por decenas.

Era un enigma de mujer observarla. Comprenderla completamente significaba que no estabas lejos de ascender los escalones hacia el nirvana.

—Es tan divertido... Nuestra pequeñita ya tiene 8,000 años y ha vivido todo este tiempo sin hacer un berrinche. Pero después de todo, tiene la ira de su padre.

Bekka estaba cerca. Ella había sido la que realmente había arrullado a Thrudd para dormir.