Hubo muy pocas veces en la vida en las que Abadón había perdido completamente la pista de su tren de pensamientos.
Pero ahora, su mente estaba completamente atrapada dentro de una densa niebla que no mostraba signos de disiparse en ningún momento cercano.
Estaba repitiendo cada momento de su vida durante los últimos nueve mil años. Más específicamente, los recuerdos que tenía de Thea.
Thea no era solo su hija mayor.
Para Abadón, ella era un rayo de luz viviente y vibrante que le daba a Abadón todo lo que ni siquiera sabía que le faltaba.
Criar a ella, más que cualquier otra experiencia, le enseñó el verdadero mérito de la paciencia, el amor incondicional y la adaptabilidad.
Verla crecer fue el desafío más gratificante y el más difícil de toda su vida.
Era el dolor que nunca dejaba de doler, porque cada vez que pensaba que la había cimentado firmemente en su mente como adulta, ella hacía algo que le hacía darse cuenta de que aún no lo había superado.