Tomó una docena de minutos para que un chillido resonara en el borde del bosque, donde Astaroth y Fénix estaban esperando. Y poco después, cuatro grifos aterrizaron en la parte destrozada del bosque.
Uno era más grande que los demás, luciendo un brillo plateado, y una mujer enfadada saltó de él.
—¿Piensas que mis jinetes son cocheros, Rey Astaroth? —Mary estalló de ira.
—Urgh, cálmate. Ya tengo suficiente dolor de cabeza por la falta de mana. ¿Podemos tener esta conversación de vuelta en el palacio? Escucharé todos tus reproches entonces. Ni siquiera te interrumpiré. ¿Trato? —preguntó Astaroth, haciendo una mueca de dolor.
Mary apretó los puños y gruñó, mirando a Astaroth y Fénix.
—¡Está bien! Pero prepárate mentalmente. Voy a llenar tu cabeza con mis gritos hasta que solo eso escuches cuando caigas dormido por la noche!
—Ooh. Picante. Comandante Kadmus, nunca pensé en ti de esa manera —bromeó Astaroth, haciendo que la mujer se pusiera roja como un tomate.