Después de una hora leyendo y rellenando formularios, Astaroth ya estaba mentalmente agotado sin remedio.
—¡ARGH! ¡Liberadme de esta tortura, oh poderosos dioses! —se lamentó, con el rostro apoyado en el escritorio.
Fénix suspiró molesta por su dramatismo.
—Sólo ha sido una hora... ¿De qué te quejas? Yo he estado haciendo esto al menos cuatro horas al día, todos los días, durante las últimas semanas.
Astaroth gimió, aún con la cara sobre la superficie del escritorio.
—Odio hacer papeleo. Es taaaaaan abuuuuurrido —se quejó.
—*Suspiro*
—¡Bien! Podemos tomar unos minutos de descanso. ¡Pero después no más quejas! —lo regañó ella.
Su rostro se levantó del escritorio, una hoja de papel pegada a él.
—¿De verdad? ¡Muchas gracias, oh benevolente diosa! —exclamó, dándole ojos de cachorrito.
—¡Tch! No te pases de la raya. Eres mono, pero no tanto.
Astaroth rió, levantándose de su silla y estirándose, mirando hacia la puerta de la oficina.