No Puedo Perder a una Hermana

Raquel y Cecilia estaban paralizadas, con sus ojos abiertos y atónitos fijos en Aira como si fuera un fantasma.

Los dedos de Raquel temblaban mientras daba un paso vacilante hacia adelante —T-Tú… Su voz se quebró por la emoción, la ira burbujeando justo bajo la superficie —¿Por qué? Si realmente eras el Oráculo, ¿cómo pudiste permitir que Cedric muriera cuando te amaba más que a nada? Estabas allí con él, y sin embargo... dejaste que esos monstruos se agruparan y lo mataran? Sus ojos se oscurecieron con decepción —¿O acaso tu amor por él nunca fue verdadero?

—Raquel… —Cecilia tomó suavemente el brazo de su hija, instándola en silencio a suavizar su tono, aunque su propio corazón exigía las mismas respuestas.