El Hueco del Diablo

La oscura tinta de las profundas aguas se expandía a su alrededor, un abismo sin fin. La inquietante luz del maná infusionado en la flora oceánica apenas proporcionaba suficiente iluminación, emitiendo débiles luces titilantes que parpadeaban como rescoldos moribundos en el vacío.

Narissara flotaba ascendiendo desde donde había estado descansando, su largo cabello flotando suavemente con la corriente del agua, su mirada se posaba en Rowena, quien aún se sentaba en silencio, con los ojos distantes, el cuerpo inmóvil.

—Todavía me siento culpable de traerte en lugar de dejarte descansar —finalmente dijo Narissara, su voz más suave que de costumbre, aunque cargada con el peso de una preocupación no dicha.

Rowena parpadeó lentamente, sus ojos carmesíes se desplazaron hacia ella.