Las aguas carmesí se abrieron cuando Rowena emergió, sintiendo su cuerpo más pesado de lo que jamás había estado. Cada movimiento se sentía lento, como si el peso del abismo aún se aferrara a ella como una maldición.
Sus respiraciones eran lentas, trabajosas, no por el agotamiento, sino por el puro dolor que amenazaba con sofocarla.
Con movimientos silenciosos y mecánicos, se arrastró hacia el colosal caparazón de Callisa, el masivo cuerpo del Kraken se desplazaba bajo su peso.
—Kooooo... —La bestia emitió un zumbido profundo y lastimero, presintiendo la pérdida no expresada.
Esperando en la cima de la vasta concha, los Umbralfiendos se situaron en ansiosa anticipación.
La luminiscencia titilante de su piel escamosa brillaba suavemente bajo el cielo oscuro, iluminando sus rostros inquietos.
Uno de ellos—un joven con ojos profundos desbordantes de esperanza—avanzó, su voz temblorosa de expectativa.
—Su Majestad, ¿logró recuperarlo? —preguntó.
—Rowena asintió.