El aire del desierto se hizo pesado, cargado de una quietud antinatural mientras las dos figuras se enfrentaban cara a cara bajo el cielo ardiente.
La presión de Asher en su garganta se aflojó, sus dedos se desenrollaron mientras daba medio paso atrás. Sus oscuros ojos amarillos se estrecharon, la perplejidad centelleando a través de su mirada anteriormente fría.
—¿Qué? —su voz era baja, teñida de incredulidad—. ¿De verdad te has vuelto loca? —Rebeca no se inmutó.
No había vacilación en sus ojos, ni un momento de duda. Los oscuros pozos rojos ardían con una resolución inquebrantable, como fuego fundido rehusándose a ser extinguido.
Y eso, más que nada, lo confundió.
Ella estaba hablando en serio.
—Sí —escupió, su voz fría y feroz—. Me he vuelto loca —su mandíbula se tensó, su barbilla se levantó desafiante—. Pero si esto es lo que se necesita para que confíes en mí, pues que así sea.